Mercedes
García-Arenal
CCHS. CSIC.
Madrid
Miguel de Luna, el morisco granadino conocido sobre
todo como autor de la falsa crónica Historia
verdadera del Rey Don Rodrigo y como traductor, apologista y posible
participante en la fabricación del fraude de los llamados Libros de Plomo del
Sacromonte, nos era familiar bajo su faceta, que él defendía, de “cristiano arábigo”.
Se presenta aquí nueva documentación que revela su conexión con moriscos
criptomusulmanes de Toledo y su participación en redes moriscas. Esta nueva documentación
obliga a una nueva lectura del personaje e incluso de los Plomos.
Miguel de Luna,
morisco de Granada, es conocido principalmente por dos actividades: por su
participación como traductor, y posible factor, junto con Alonso del Castillo, de los Libros Plúmbeos del Sacromonte por un
lado, y como autor de una falsa crónica histórica conocida como Historia
verdadera del Rey Don Rodrigo (1). El hallazgo de nuevos documentos de archivo nos permitió
hace unos años llevar a cabo una revisión ampliada de su persona y de su obra, revisión
por la que se confirmaba como una figura extremadamente rica y compleja, que superaba
la imagen hasta cierto punto secundaria que hasta ahora se tenía de él cuando
era considerado junto a Alonso del Castillo y que mostraba por otro lado que el
parentesco que se suponía entre ambos no tenía fundamento. Ese trabajo fue
publicado en esta revista en 2006 y luego, notablemente ampliado tras nuevos
hallazgos documentales, en una obra colectiva dedicada a los Plomos del Sacromonte
(2).
Médico y traductor, inventor o falsario, apologista militante de la autenticidad
del Pergamino y los Plomos del Sacromonte, la obra y la actividad de Miguel de
Luna tienen una notable coherencia: en esos trabajos mostrábamos cómo la
estrategia y los objetivos de Luna estuvieron encaminados a defender y
preservar señas culturales de la identidad morisca separándolas de la religión islámica
que se da por perdida: la lengua árabe en primerísimo lugar, pero también una
determinada concepción de la medicina y de la higiene, por ejemplo, que suponen
una filosofía. Su obra está encaminada, sobre todo, a reescribir los orígenes
de la historia del cristianismo en la Península con el fin de conseguir que su
población de origen árabe sea considerada “natural” o “nativa” de la misma
(parte consustancial de “los nuestros”) y sus miembros no solo no sean expulsados
como invasores ajenos, sino que puedan acceder a honras y privilegios. Es una
estrategia que coincide con la del Memorial
de Fernando
Núñez Muley y con la de otros moriscos de la élite social e intelectual que
pretendían tender para sí mismos una suerte de puente con la sociedad cristiana
y, así, asimilarse a ella y disfrutar de sus privilegios al tiempo que
preservar una serie de señas culturales que se les hacían irrenunciables sin
que eso signifique en absoluto que siguieran siendo musulmanes in pectore (3). No
hay signos de creencia islámica ni de defensa de la fe ni de polémica anticristiana
en los escritos de Luna. Por el contrario, todas sus intervenciones implican
siempre la muestra de la existencia de “moros” (de “arábigos”) que son buenos
cristianos y en este sentido pretende influir sobre las autoridades y sobre la
sociedad en la que vivió. Se definía a sí mismo como “cristiano arábigo”. En
otro trabajo posterior a los dos mencionados aportamos nuevos indicios que
apoyaban su participación en la invención del Sacromonte y mostramos la conexión,
quizá incluso la amistad, entre el jesuita Jerónimo
Román de la Higuera y Luna, ambos falsarios convencidos (4).
Convencidos de que gracias a sus falsificaciones, sus respectivas ciudades
(Toledo y Granada) podían henchirse de orgullo patrio y definir una identidad,
antigua y sagrada, para sí mismas (traducible en privilegios), que permitiera
al tiempo englobar a aquellos sectores de la población española que quedaban al
margen de honra y gloria por virtud de la existencia de los estatutos de
limpieza de sangre. Como tantos otros españoles de su tiempo, Luna parecía
buscar una vía de integración en una sociedad que, dominada por la concepción
genealógica que dictaba dichos estatutos, había cerrado a muchas personas el
acceso al honor y a los privilegios. Lo que Luna pretendía, como lo
pretendieron otros de sus contemporáneos, era diseñar una historia alternativa
de la sociedad en que vivían —una historia necesariamente trazada a partir de
sus orígenes sagrados cristianos— que permitiera la inclusión en ella de los
grupos destinados a quedar en las márgenes: los cristianos de origen islámico o
judío. Miguel de Luna no fue
expulsado cuando se puso en vigor el decreto de expulsión de los moriscos de
1610. Murió en Granada, cristianamente, en 1615.
Abordamos, pues, el caso del morisco
granadino Miguel de Luna, como ejemplo de los conflictos a los que dio lugar el
gran proceso de confesionalización y unificación doctrinal y cultural de la
España de los ss. XV y XVI. Luna es un ejemplo excepcional de la complejidad
personal y de los dilemas a los que se vieron enfrentados moriscos en un nivel
considerable de integración cultural en el medio cristiano y es también un
ejemplo interesantísimo de la relación de individuos muy integrados con su
propia comunidad de procedencia. Sus manifestaciones externas fueron siempre de
persona que se comportaba como cristiano y que en tanto que tal fue aceptado por
sus contemporáneos, cosa que no muchos moriscos consiguieron. Y sin embargo, he
encontrado recientemente documentos inéditos que indican otra faceta nueva del
personaje, que nos abren a su creencia mas intima de musulmán ferviente y
militante. Hemos utilizado estos documentos en nuestro libro (escrito en
colaboración con Fernando Rodríguez Mediano)
Un Oriente español: los moriscos y
el Sacromonte en tiempos de Contrarreforma
(Madrid, Marcial Pons, 2010) pero vamos a presentar aquí una versión condensada.
Lo consideramos una cortesía ineludible para con Chronica Nova,
tanto la revista como sus lectores. Las conclusiones que expusimos en el artículo
publicado en 2006 no varían en lo esencial, pero sí la consideración del personaje
y su relación con la comunidad islámica de la que procedía.
Una visión diferente (a la que tenía, por
ejemplo, el arzobispo Pedro de Castro)
la presenta muy explícitamente su colega intérprete y traductor Alonso del Castillo que en 1600
escribía a la Inquisición de Granada. Sabemos que desde años anteriores Miguel
de Luna, que traducía cartas del Xarife para el duque de Medina Sidonia, estaba
intentando emprender una nueva carrera, quizá a imitación del cura morisco Diego Marín, a medias entre intérprete
y agente español en Marruecos, para lo cual alega entre otras cosas su
experiencia en traducir cartas durante el levantamiento de las Alpujarras, cosa
de la que no teníamos la menor noticia. Como se sabe bien, buena parte de los
moriscos que participaron en la interpretación de documentos y en las negociaciones
para la “reducción” de los rebeldes de las Alpujarras, siguieron luego ejerciendo
las habilidades adquiridas en las relaciones con Marruecos. Nótese que esta
carta es anterior a la aparición del Pergamino y de los Plomos sacromontanos:
pertenece pues a una etapa de la vida de Luna de la que sabemos poco. En
particular, aspira a obtener el puesto de Alonso del Castillo, ya muy viejo según
él, y falto de fuerzas. En 1584 escribía la siguiente carta al rey (5):
Miguel de Luna, vecino de Granada, besa las reales manos de
VM y dice que hasta aquí a servido a VM en las ocasiones que se han ofrecido
así en la guerra del dicho Reino de Granada como después con su persona y
romancando las cartas y escrituras arábigas de aquel reino de que se siguió
mucha utilidad así para rendir de los moros alzados como a personas
particulares y de presente sirve a VM en lo que se ofrece como ahora lo ha
hecho romancando las cartas del rey de Marruecos enviadas a VM y al embajador
Pedro Venegas de Córdoba y porque siempre en el dicho reino ha habido
romancadores nombrados por los reyes de gloriosa memoria predecesores de VM para
el dicho efecto y haber VM hecho merced al licenciado Castillo de le admitir
por criado en su real servicio con asistencia en esta corte que es la persona
que hacia este oficio y por quedar baco él de fuerza ha de usarlo en el dicho
reino así por no haber quien lo entienda tan bien como por concurrir en el las
calidades que se requieren para lo usar y para lo poder ejercer como es
obligado tiene necesidad de licencia de VM a quien humilmente suplica le haga
merced de nombrar para el dicho efecto que en ello recibirá mucho bien y merced
(Al dorso de la carta: Miguel de Luna, vecino de Granada. A 16-4-1584. Al señor
Juan Vázquez. “Que se haga”).
Castillo no compartía esa opinión, ni le
complacía que se hiciera. Y así escribió advirtiendo lo poco conveniente que
sería enviar a Miguel de Luna a Marruecos a tener trato con el Xarife. “A mi
noticia ha venido que el Rey nuestro Señor ha determinado a enviar, según me
han dicho a hablar y trabar negocios con el rey Xerife de África a Miguel de
Luna, vecino desta ciudad de Granada y natural y morisco de los de contrabando,
y por ser de la calidad que es suplico a Vuestra Señoría avisar a ello para que
se mire mucho y no nazcan algunos inconvenientes de ir semejante persona a
tierra de moros” (6). “Semejante persona”, morisco
de los de “contrabando”, es decir, ¿del bando contrario? O ¿de los que estaban
a dos bandos? Es una muestra más (ya habíamos encontrado otras) de que Alonso
del Castillo no tenía buena consideración de Luna, a quien acusó de saber poco
árabe, de ser mal traductor y persona de la que no se podía uno fiar. Una mala
opinión, incluida la que refleja esta carta, que podía estar motivada por rivalidades
profesionales tales como que Luna quisiera ocupar su puesto antes de tiempo. La
acusación de no ser un converso sincero o de no ser sincero en la práctica del
cristianismo que tiñó toda la consideración de la sociedad cristiana vieja
hacia los cristianos nuevos se convierte en un “topos” que utilizan también los
propios conversos para dirimir problemas y querellas internas.
Pero, de manera inesperada, Miguel de
Luna aparece en el proceso inquisitorial de un morisco tendero y mercader de Toledo
llamado Jerónimo de Rojas, nacido en
Hornachos, que fue procesado por el tribunal del Santo Oficio de su ciudad
entre 1601 y 1603 y condenado a la hoguera (7). El haber dado con este texto
es totalmente azaroso y se debe a una búsqueda sistemática que he estado realizando
en procesos de Inquisición para recopilar información acerca de conocimiento y
práctica de lengua árabe por parte de los moriscos castellanos, así como de la
tenencia y circulación de libros árabes entre ellos (8). El de Jerónimo de Rojas es
un proceso muy grueso, interesantísimo por excepcional: Jerónimo, convencido de
su capacidad de sobornar a los guardias de la cárcel, así como de la de su
mujer, que practicaba la magia, para abrir puertas y hendir paredes, fue extraordinariamente
locuaz y confiado tanto en sus interrogatorios con los agentes inquisitoriales
como, y sobre todo, con su compañero de celda que, claro, se explayó en
trasmitir las confidencias de Rojas y la discusiones que mantenía con él.
Cuando se vio perdido, lejos de amilanarse o desdecirse, se volvió desafiante. Hablaba
de sus creencias mas íntimas, de su “cosmogonía”, escribía cartas a sus parientes
y amigos (incluidas en el proceso) que el creía llegaban al exterior por esa
confianza que tenía en haberse propiciado a unos guardias, da instrucciones a
su mujer y a su hija, cuenta sus conocimientos de árabe, de islam, de cómo y
con quién los ha adquirido: discute vehementemente sobre la imposibilidad de
que Jesús sea Dios ni exista la Trinidad, se opone a la confesión, no cree en los
santos y reniega del culto a las imágenes, “ques maldad y traicion lo
que han inbentado de adorar imagines de palo y de piedra”. Mantiene una actitud fuertemente polémica contra el
cristianismo, es decir, que sus creencias o al menos aquellas de las que habla,
son aquellas que confrontan las propuestas del catolicismo. También afirma que
“es moro y vive en la creencia de la secta de Mahoma porque
esta es la buena, cierta y verdadera creencia para la salvación de las almas y
que la ley de Jesuchristo es falsa y engañosa y lo que la Iglesia determina y
tiene, errado y sin fundamento [escrito por] concilios y juntas, que para eso
se han inventado el latín para que no se acabe de saber lo cierto que esta en
lengua arábiga hablado por boca de Dios y que todos los demás libros que se
escribieron auctores son mentira e inbenciones que miren las hojas que se han
hallado en Granada en arábigo en los libros que el Arzobispo allí ha
descubierto en el Monte Santo donde dice Dios que no tubo hijo porque es engaño
y que allí el dicho Arzobispo se va enseñándose el arábigo porque ha entendido esta
errado”. Rojas, pues, había oído hablar de los Libros
de Plomo de Granada y de cómo estos contenían la verdadera versión del
cristianismo, hasta el punto en que el propio arzobispo de Granada, don Pedro de Castro, se había puesto a estudiar
el árabe. No tardamos en saber porqué Rojas sabía esto.
Las declaraciones del reo son sumamente
interesantes, pero también las de los testigos, en particular las de su
compañero de prisión. En las testificaciones diversas que traen a Rojas a la
Inquisición incluyen las de otro morisco anónimo, testigo de la acusación, que
declara que Rojas quería aprender bien a escribir en arábigo y que había
buscado a Francisco Enríquez,
morisco de Granada, que lo sabía bien “aunque no era gran
letrado en su secta”. Rojas se reunía con
los moriscos más cultos de Toledo en casa de otro mercader del Alcaná (el mercado
de la seda) de Toledo, también morisco de Granada, que era pariente de Miguel
de Luna y del que el proceso no proporciona el nombre. Y ahora parafraseamos
casi literalmente el proceso pues pensamos que merece la pena detenerse
detalladamente en este documento y en su propia formulación, pues es el único
que hemos encontrado hasta ahora que nos presenta una faz diferente de Luna:
Rojas había dicho al testigo “que este mercader que tiene tienda en
el Alcaná es muy lindo moro y de muy gran confianza y secreto y pariente muy cercano
del licenciado Luna interprete que está en Granada y que en dos jornadas que el
dicho licenciado Luna ha hecho en esta ciudad dende Navidad y próxima Pascua
pasada aca, ha posado en casa del dicho mercader su pariente a donde se han
juntado algunos buenos moros a verle y le han regalado mucho. Y el dicho licenciado
Luna les declaro como en las hojas de plomo que se han hallado en el Monte
Santo de Granada esta escripto de mano de Jesucristo como el mismo dixo que ni
era Dios ni hijo de Dios ni Dios tenia hijo, que no se engañasse nadie, y que
en el día del juicio los miserables christianos engañados, quando se vean
condenar, yran a Jesuchristo a decir ‘¿por qué nos engañaste?’, y este se
descartara diciendo en ninguna parte esta escripto que el dixesse que era hijo de
Dios sino que ellos con su latín y en sus concilios lo han venido a decir y le dirá
al nabi (ques Mahoma) ‘nabi, volved por mí y decidles a estos lo que supiste en
el mundo de la gente de la verdad’, y el nabi dira como Jesuchristo nunca dijo
que era Dios sino profeta”. Es decir, que este
proceso nos proporciona la imagen de un Luna que se reúne a escondidas con los
moriscos más fervientes de Toledo que le esperan y le escuchan como a persona
de autoridad en “su Ley”, que los alecciona y que esgrime el texto de los Libros
de Plomo para probar que Jesucristo no tiene naturaleza divina, y que los
cristianos, con sus concilios, han deturpado la revelación; es decir, lo que
los musulmanes llaman tahrif. Este argumento de Luna insiste en lo que sabemos acerca de
la recepción de los Plomos por parte de los moriscos (9). Se trata, para ellos, de un
texto islámico que pone de manifiesto los errores en los que ha caído el
cristianismo, que presenta una versión depurada de este, acorde con el Islam y
ocultada o manipulada por la Iglesia. Una lectura por cierto, bien diferente de
la que estaba defendiendo Luna en sus apologías dedicadas a las autoridades
cristianas como hemos visto en trabajos anteriores. En este texto, Luna no
parece considerar que los cristianos, esos “miserables cristianos”, sean “los
nuestros”, lejos de ello. Una lectura, la de Luna, que enlaza también con las
propuestas del Evangelio de
Bernabé (10) y sobre todo con las del morisco al-Hayari. Las páginas de
su obra Kitab nasir al-din le muestran como un ferviente partidario de la autenticidad
del Pergamino y de los Plomos, genuinos documentos “cristianos” que, según él
creía, confirmaban una “Cristiandad pura” y acorde con la ortodoxia del Islam.
También al-Hayari, como Luna, pensaba que era su deber contribuir al conocimiento
y a la difusión del mensaje que los Plomos contenían (y así lo hizo desde Rabat
a Túnez) confiriendo a su lectura una importante faceta de polémica anticatólica
(11).
Pero sigamos con el proceso. El dicho
Rojas le había contado al testigo de la acusación (su compañero de celda) que
estando el dicho Luna esta Quaresma próxima pasada en Madrid hablando con el
Presidente de Castilla tuvo noticia de un traslado de Ceuta conteniendo los
informes sobre un pleito de una fragata de moriscos huidos que se pasaba de
Sevilla a Berbería cuando fue apresada, y los mayores de los moriscos habían
sido trasladados a la Inquisición de Lisboa donde estaban presos, y los hijos
pequeños se repartieron como esclavos entre los escuderos y soldados que habían
capturado a la fragata en su fuga. Así vino a tener noticia Luna de una
esclavilla de unos catorce años que había sido dada a un soldado. El dicho Luna
le dijo al Presidente que hiciese que el dicho soldado le diese la dicha
esclavilla por lo que le hubiese costado, porque en la peste de Granada al
propio Luna se le había muerto todo el servicio de su casa. El Presidente se lo
prometió, pero la esclavilla estaba en Cádiz, de sirvienta en casa de la madre
del soldado. Como Luna iba de Madrid a Sanlúcar a tratar con el duque de
Medinasidonia sobre correspondencia de Berbería que tenía que traducir (estos
son sucesos que avalan lo dicho en la primera carta arriba transcrita, la de
Luna al rey, y la consiguiente de Castillo) decidió que desde allí sería fácil ir
a buscarla. Para ello, y cuando aún estaba en Toledo, pidió a Rojas y a los otros
mercaderes que le dieran dinero para ayudar a rescatar a la esclavilla. Le dieron
ochenta escudos en oro para tener todos parte en esta acción tan agradable a
los ojos de Dios. “Y despues aca dice el dicho Rojas que an tenido cartas de Granada
del licenciado Luna que tiene ya en su casa a la esclabilla”, de lo cual los moriscos toledanos se habían alegrado sobremanera.
Luna, pues, participaba en una de las actividades más indicativas de las redes
de solidaridad moriscas, el rescate de cautivos y el “repartimiento” de los dineros
que había que reunir para ello; recolecciones comunitarias que se usaban para
diversos fines: son conocidas las actividades del Chapiz de Granada recaudando
“repartimiento” para evitar o retrasar la imposición de la Inquisición en el
Reino de Granada (12), y las de otro Chapiz haciendo
“repartimiento” antes de el decreto de Expulsión, para ayudar a salir de España
a moriscos que no tenían dinero para ello (13). O las actividades de otro morisco también
llamado Rojas, pero aparentemente sin relación con Jerónimo, Lope de Rojas, vecino de Bolaños, procesado en Toledo en
1542. Pertenecía a un grupo de moriscos que había querido escribir a Roma
pidiendo que la Inquisición no les procesase si no hubiera tres testigos
contestes de herejía, ni pudieran confiscar sus bienes, y para ello reunió
dineros e hizo “repartimiento” entre los moriscos para la impetración,
expedición y despacho del dicho breve (14). Estos repartimientos,
como nos sigue explicando el proceso de Jerónimo de Rojas, se utilizaban también
en ayuda de moriscos que habían salido del Santo Oficio inhabilitados y con sus
bienes confiscados (15). En este caso se trata del licenciado Guevara, médico (“morisco que cura de
cirugía”), a quien, cuando salió de la cárcel del Santo Oficio de Toledo
inhabilitado y con sambenito, Rojas y los otros moriscos mercaderes del Alcaná
le dieron 200 ducados de ayuda por haberse portado muy bien y no haber
denunciado a nadie a pesar de los tormentos, sin haber siquiera dado el nombre
(como, se nos dice, era lo habitual entre moriscos sometidos a tormento) de
moriscos ausentes aunque estuvieran ya en Berbería. “Por eso
le hicieron la ayuda, que dicen en la ciudad que se la hacen a todos los que
salen de la Inquisición sin haber delatado a nadie ni aunque ya estén a salvo”. “Este Guevara se vio con Luna la última vez que Luna vino a
la ciudad y trabó con el grande amistad y trataron juntos muchas cosas muy
hondas de la secta porque no hay en España mejor moro que el dicho Luna, y que
aunque el dicho Guevara sabe de la secta, no sabe tanto como Luna”. Rojas también le había indicado a otro morisco que quería
libros de la religión islámica, pero traducidos al castellano: “que
dentro de Toledo hallara este hombres muy sabios que le vendan libros
trasladados en castellano de manera que lo entienda muy bien todo, y tratándole
de si los habrá de muy buena letra dice que conforme al dinero que oviere para
ello, y que hay hombres muy doctos y sabios que los corrigen y questos le dará
a este a entender todo lo questa scripto”
Este proceso abre tan solo una rendija
que nos permite percibir a Miguel de Luna como muy semejante a otros moriscos
cultos coetáneos que hemos tratado detalladamente en nuestro libro Un Oriente español, tales
como El Chapiz, López Tamarid, el propio Castillo. Personajes de los que podemos trazar
su actuación pública, su ambivalente integración e incluso participación activa
en diversas tareas de las autoridades cristianas, su papel de cabezas de su comunidad
o al menos su implicación en las redes de solidaridad de esta, sus conocimientos
letrados o científicos… Pero raramente nos podemos asomar a calibrar sus
creencias sinceras, sus emociones o sus sentimientos profundos —y complejos— de
pertenencia. De ahí que no hayamos usado nunca el calificativo “colaboracionista”
con que se suele designar a muchos de ellos. En estas testificaciones de Rojas,
sobre todo en las declaraciones a su compañero de celda, nos encontramos con
algo verdaderamente infrecuente: un testimonio voluntario, no forzado por el
interrogatorio de un tribunal, que nos deja ver una sociedad paralela y secreta
de criptomusulmanes que se mantienen en contacto a través de su sistema oculto
de contactos, de hospitalidad, de movimientos justificados por trabajos
temporales. En realidad sorprende constatar la aparente facilidad con la que
muchos de estos moriscos, y desde luego Luna entre ellos, iban de una comunidad
islámica a otra. La de Luna es una especie de misión paralela o en respuesta a
los esfuerzos de conversión y adoctrinamiento de las autoridades eclesiásticas,
en la que el texto de los Plomos adquiere la significación de un texto islámico
polémico dirigido en contra del cristianismo.
Un aspecto más del proceso que es digno de ser señalado porque es completamente inusual, es más, es contrario a procedimiento: Luna nunca fue llamado a testificar al Santo Oficio ni este parece haber incoado ningún tipo de expediente a su nombre, al menos en lo que consta a través de la documentación conservada. Ni siquiera su nombre se escribe en las márgenes de las hojas del proceso, como se hace con todos los nombres de personas que aparecen mencionadas en las testificaciones. Y eso que sabemos que Luna continuo visitando Toledo: en junio de 1607, la catedral de la ciudad solicitó traducción oficial de un documento árabe (mozárabe) y el alcalde de Casa y Corte Cristóbal de Villarroel proveyó que Miguel de Luna lo tradujera, cosa que hizo según traducción que se conserva fechada en ese mismo verano de 1607 (16). Quizá su cercanía a los miembros del Consejo de Castilla, de los que era traductor oficial, o de los propios miembros del cabildo de la catedral, frenara una actuación inquisitorial. Luna tenía buenos apoyos entre las autoridades eclesiásticas hispanas.
Resulta inevitable cerrar esta nota con una
cita de Cervantes que parece reflejar
parte de la historia que acabamos de referir en aquí. En la Primera Parte del Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha , capitulo IX, Cervantes dice: “estando yo un día en el
Alcaná de Toledo llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a
un sedero y como yo soy aficionado a leer, aunque sean papeles rotos de las
calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el
muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que,
aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún
morisco aljamiado que los leyesse, y no fue dificultoso hallar intérprete
semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua le hallara […]” El resto es conocido: se trata del manuscrito árabe que
contiene la historia de Don Quijote, escrito por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Es como si Cervantes hubiera conocido a Miguel de
Luna o hubiera sabido u oído de sus andanzas, de sus falsos historiadores
arábigos, de lenguas más antiguas y mejores, de moriscos aljamiados intérpretes,
del Alcaná de Toledo; de una antigua crónica, en fin, escrita por un supuesto
historiador árabe de la que el autor es tan solo el traductor. Quizá Miguel de
Cervantes hace un guiño acerca de una historia que corriera de voz en voz, o
que fuera más conocida de lo que a nosotros ahora nos parece puesto que ha
costado tanto reconstruir. Parece como si Miguel de Cervantes hablara de Miguel
de Luna.
Esta nueva faceta de la personalidad de
Luna nos lleva a hacer una lectura del texto de los Plomos en clave de texto de
polémica religiosa. Pero cabe preguntarse, dados los esfuerzos de Luna por defender
el derecho a privilegios y honra de algunos linajes moriscos, por argumentar el
derecho a la permanencia y a la consideración de “naturales” de la tierra de
los que eran buenos vasallos, a intentar influir sobre una perspectiva diferente
de la historia de España que hiciera todo esto posible ¿no estaría intentando,
además, que se impusiera una versión del cristianismo que fuera aceptable para los
seguidores del islam que debían permanecer en la Península? Si eso es así, el
programa de Luna se nos aparece como aun más ambicioso y completo. En cualquier
caso, no puede caber ya duda de que fue el autor o uno de los autores de los
Plomos.
Publicado en Chronica
Nova, 36, 2010, pp. 253-262
Notas
(1). Publicada por primera vez en
Granada, Rene Rabut, 1592. Edición facsímil con estudio introductorio de
Bernabé Pons, Luis, Granada, Archivum, 2001.
(2). GARCIA-ARENAL, Mercedes y
RODRIGUEZ MEDIANO, Fernando, “Médico, traductor, inventor: Miguel de Luna,
cristiano arábigo de Granada” en Chronica Nova, 32 (2006) pp. 187-231 y
“Miguel de Luna, cristiano arábigo de Granada”, en BARRIOS AGUILERA Manuel y
GARCIA ARENAL, Mercedes (eds.), ¿La historia inventada? Los libros
plúmbeos y el legado sacromontano, Granada, Legado Andalusí, 2008, pp. 83-135.
(3). GARCIA-ARENAL, Mercedes,“El
entorno de los Plomos: historiografía y linaje”, en BARRIOS AGUILERA, Manuel y
GARCÍA-ARENAL, Mercedes (eds.), Los Plomos del Sacromonte. Invención y
tesoro. Granada-Valencia,
Universidad, 2006, pp.51-78.
(4). GARCÍA-ARENAL, Mercedes y
RODRIGUEZ MEDIANO, Fernando, “Jerónimo Román de la Higuera and the Lead Books
of the Sacromonte”, en Ingr am, Kevin (ed.), The Conversos and Moriscos in Late
Medieval Spain and Beyond, Leiden, J.E.Brill, 2009, pp.243-268.
(5). A GS. Cámara de Castilla,
573, fol.276 . Agradecemos esta referencia a Santiago Otero.
(6). A HN. Inquisición, Granada,
Leg. 2608-1. Agradecemos esta referencia a Enrique Soria Mesa.
(7). A HN. Inquisición. Toledo,
Leg. 197-5. Rafael Benítez Sánchez-Blanco y Mercedes Garcia-Arenal preparan un
estudio extenso sobre este interesantísimo proceso.
(8). Unos primeros resultados de
esa búsqueda se exponen en GARCIA-ARENAL, Mercedes y RODRÍGUEZ MEDIANO,
Fernando, “Los libros de los moriscos y los eruditos orientales”, Al-Qantara, XXX I, 2 (2010).
(9). Remitimos a nuestro Un Oriente español, capt. 5.
(10). BERNABÉ PONS, Luis, El Evangelio de
San Bernabé. Un evangelio islámico español, Alicante, Universidad, 1995
(11). Al -Hayari, Ahmad b. Qasim,
Kitab
nasir al-din `ala l-qawm al-kafirin (The supporter of religion against the
Infidel),
estudio histórico, edición crítica y trad. inglesa de van Koningsveld, Peter S., al Samarrai,
Qasim y Wiegers, Gerard A., Madrid, CSIC, 1997, pp. 68 y ss.
(12). Álvarez de Morales, Camilo,
“Lorenzo el Chapiz y el ‘negocio general’ de 1559”, Qurtuba, I (1996), pp. 11-38.
(13). Wiegers, Gerard A. y Bouzineb,
Hassin, “Tetuán y la expulsin de los moriscos”, en Titwân khilâl
al-qarnayn 16 wa 17.
Tetouan: Université Abd al-Malik al-Sacdi, 1996, pp. 73-108.
(14). A HN. Inquisición, Leg.
197, exp. 6.
(15). Sobre los repartimientos a
favor de los que salían de la Inquisición hay abundantes testimonios entre los
procesos del tribunal toledano. Véase por ejemplo, AHN. Leg. 192, exp. 5.
(16). González Palencia, Ángel, Los mozárabes de
Toledo en los siglos XII y XIII, Madrid, 1926, vol. I pp. 2-3 para la
traducción de Luna del doc. árabe nº 250.
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