Abd al-Rahman Medina Molera
Pensador y escritor
En el capítulo IX del Quijote, escribe Cervantes: “Estando yo un día en el Alcázar de Toledo llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un tendero....”, contando cómo en ellos estaba escrita en árabe la historia del ingenioso hidalgo Don Alonso Quijano, por el sabio musulmán Sidi Hamete Benegeli y que después contrató a un morisco para que tradujese esta historia al castellano: “le traje a mi casa donde en poco más de un mes la tradujo toda”. Esta atribución de la obra del Quijote a un supuesto autor musulmán, pone de manifiesto cómo Cervantes que era hijo de conversos cordobeses, cristiano nuevo, que vivió en el último siglo de la mixtura cultural morisca, es extraordinariamente sensible a todo ello y mira con simpatía el Islam, como demuestran los términos donde el Quijote se refiere expresamente a los moriscos, a más de toda su obra en general Cervantes es un personaje de “taquiya” y el Quijote, el mayor logro de la humanidad y la trascendencia en este género.
La prosa del Quijote comienza deslizándose por una elegante espiral, arrastrando a Cervantes hacia regiones que no había vislumbrado ni geográfica ni humanamente al trazar la frase “En un lugar de la Mancha... [1] ”: Parajes de nadie, eterna frontera, Marca histórica con y sin marca, meseta casi desértica y propicia a cualquier revelación extraña, tierra para un aristócrata sin tierra, memoria para un beduino, tierra de conversos, de “manchados”, sucios de sangre; Mancha, por frontera de identidad. Se dice ahí que Cervantes no quiere mencionar algo que existe: ese algo unitario que caracteriza e identifica es la vez aludido y eludido. El autor tiene graves motivos para eludir ese nombre y para suscitar la reacción curiosa e interrogativa del lector; así, pues, el hecho complica al no querer mencionarse. Cervantes manifiesta su resistencia a nombrar lo que se ama y no se posee, lo que se añora. Todo el esquema formal queda desbordado por el secreto primero y último que le trasciende. Al igual que los moriscos de Granada hicieron con los documentos plúmbeos del Sacromonte, Cervantes intentó audazmente hallar una salida y una expresión literaria y trascendente a su angustiada vida tras el reinado de Felipe II y los comienzos del reinado de Felipe III (1598).
El carácter iniciático y de taquiya del Quijote fue advertido por Lope de Vega, máximo representante literario del humanismo español. La taquiya se convirtió en la práctica aristocrática y unitaria del secreto. En “Amar sin saber a quién” (representada hacia 1620), Lope de Vega precisa y desvela sin piedad a su implacable adversario Cervantes y al hidalgo “Quijote”. Dialogan Leonarda y su criada Inés:
—Leonarda: Después que das en leer Inés, en el Romancero lo que aquel pobre escudero “Don Quijote” te podría suceder “perder el juicio”.
—Inés: Don Quijote de la Mancha perdone Dios a Cervantes por haberlo escrito, fue de los extravagantes que la crónica ensancha.
Se dice “extravagante” a quien sale fuera de las normas que los mecanismos imponen para ser dominantes; Cervantes no y sí tomó en serio el “Romancero”, género de poesía que el Estado Español considera más tradicionalmente propio y en el que fundamenta su nacionalismo más popular. El cordobés Cervantes hace de su lectura un medio para trastornar la mente del “Quijote”, dando ocasión a muchas ironías. Lope de Vega cuando refiere “la crónica ensancha”, quiere decir que se le da al Quijote una celebridad inmerecida. Ser célebre, “ensanchando” por la opinión pública, es exactamente lo que Cervantes pretendió lograr para su obra en una sociedad regida por el criterio racista de la “limpieza de sangre”, que a él, en particular, lo había relegado a un nivel bajo y periférico por ser hijo de conversos andalusíes.
El “Quijote” va a dar rango de universalidad al nuevo estilo unitario en lengua romance; es voz y genialidad literaria de los sin voz, expresando una forma sutil y extraordinaria de vivir el ideal en el secreto. Los andalusíes (cristianos nuevos) reconstruyen su vida bregando contra un sistema racista, áspero e inhumano; “la caridad —dice el “Lazarillo”— huyó de este mundo”. La situación del Guzmán sevillano es aún peor y desesperada, porque según él, el mal universal y oprimente proviene de un fallo inicial de la creación divina [2]. El Estado Español acontece bajo la preexistente e inconmovible bóveda de un sistema social racista, autoritario, donde el rey, los eclesiásticos y cristianos viejos aparecen en círculos jerárquicos sucesivos e inapelables. Si la figura trágica de un cristiano nuevo choca contra uno de ellos, se apela a los principios unánimemente aceptados y la suerte está echada. Conflicto entre trascendencia interior y la admitida, practicada obligatoriamente por todos, constante del “Quijote”. Sólo cristianos nuevos imbuidos de una tradición islámica podía llamar al Rey, como nombra Cervantes y el también cordobés Góngora a Felipe II “el mayor rey de los fieles” (emir al-mu’minin), aunque Quevedo y otros en mordaces versos les achacaran una fe judaizante.
Dejas pasar sin décima
al otro Don Francisco [3]
que allá en Caramanchel tuvo su
aprisco
que de ti coche hizo sinagoga
y de entre tu manteo y tu sotana
la Sancta [4] le agarró cierta mañana
¿y al don Francisco sin Moisén
copleas?
La vieja ley, carroño, linsojeas.
¡Oh junta, culta sí, más
deshonesta, a los rayos de Júpiter
expuesta!
Dejad estas contiendas,
porque ya de vosotros anda
entre el judiazo y entre el juego
humo anhelado el que no suda
fuego.
La mayor deshonra estribaba en haber tenido algún ascendiente quemado por la inquisición; por ello el cordobés Góngora llamado también el Ave Fénix es según Quevedo:
Hija de fértil ceniza
descendiente de quemados
nobleza que arroja chispas
Tras el Quijote se percibe un clima social de cautelas, recelo y desconfianzas; de “andar con la barba sobre el hombro”, que diría Quevedo, mirando a diestra y siniestra. Aquella situación de los esforzados andalusíes se expresó de mil maneras, y una de ellas fue la quijotesca, para bien de la humanidad. El mismo Cervantes escribió otras obras que por recelo no publicaría.
Durante el reinado de Felipe II, el autor del Quijote fue completamente marginado a pesar de su comportamiento heroico en Lepanto y Argel. Cuando solicita alguno de los oficios de Indias en los años 1582 y 1590, le son denegados por ser hijo de conversos y no tener limpieza de sangre. Al igual que el sevillano Fray Bartolomé de las Casas manifiesta: “Soy cristiano, y con esto religioso, y viejo de algunos más que de sesenta años”; insistiendo machaconamente en ser reconocido como español, por miedo a las terribles consecuencias de ser excluido de este ámbito, Cervantes, Francisco Rojas, fray Luis de León, Mateo Alemán, Juan de la Encina, Elio Antonio de Nebrija, Diego Sánchez de Badajoz, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, y tantos otros conversos, hijos de conversos de origen andalusí, clamaron en los siglos XVI y XVII, por una igualdad y dignidad humana fundadas en la “Constitución evangélica”, de ahí que muchos conversos y el mismo Cervantes, se agruparan defensivamente en el erasmismo que postulaba la doctrina del “cuerpo místico” de Cristo. Fray Bartolomé de las Casas llega a niveles de desesperanza, aventurándose por senderos del ilusionismo mesiánico, no muy seguro en cuanto a la Inquisición, ya que su mismo apellido, unas veces Casas y otras Casaus, le ponía en tela de juicio. Cuando en estos siglos las genealogías no están claras y los apellidos se embrollan, era un claro indicio de encontrarse ante un converso o hijo de conversos. El común de la población de las Andalucías son conversos o hijos de conversos, incluso la mayor parte de los prohombres que destacan en estos siglos son andalusíes.
Cervantes compone poesías mordaces contra Felipe II en su túmulo o en el otro mundo, escritos que por terror no publicarían. El también converso, de casta andalusí, Fray Luis de León, dispuso palabras acusatorias contra Felipe II que están impresas en su obra Los Nombres de Cristo: “Pero si hay algunos príncipes... que les parece que son señores cuando hallan mejor orden, no sólo para afrentar a los suyos, sino también para que vaya cundiendo por muchas generaciones su afrenta y que nunca se acabe, de estos, Julián ¿qué me diréis?”. La reacción directa e indirecta de Cervantes y otros conversos frente a Felipe II, queda de manifiesto en las muchas y encendidas palabras de fray Luis de León contra los estatutos de limpieza de sangre, la posterior prohibición de que fueran conversos andalusíes a las Indias con cargos administrativos, etc.
Conocida la situación interior del Estado Español en estos tres siglos inmediatos al final de la conquista de Al-Andalus, es fácil desvelar la presencia autobiográfica del autor del Quijote en sus obras: En el Coloquio de los perros, escrita entre los años 1606 y 1609 es obsesiva su preocupación por cuestiones de linaje: Muy diferentes son los señores de la tierra del Señor del cielo. Aquellos para recibir un criado, primero le expulgan el linaje o examinan la habilidad... Pero para entrar a servir a Dios, el más pobre es más rico, el más humilde de mejor linaje, y con sólo se disponga con limpieza de corazón —¡no de sangre!— a servirle, luego le manda poner en el libro de sus gajes. Es indudable que el perro Cipión se está refiriendo a la arbitraria e inhumana doctrina de la limpieza de sangre. Pero es conveniente preguntarse ¿por qué Cervantes pone en Coloquio de los perros ésta y otras reflexiones? Sólo un autor inmerso en la civilización islámica pondría estas cuestiones en boca de perros. Como es sabido, el Islam acepta el trato con estos animalitos como socios de campo, pero nunca en relaciones domésticas, en las que por ejemplo, los gatos, por su instinto rebelde, particular e inalienable, son los únicos animales aceptados.
Un poco después vuelve Cervantes a hablar de los linajes y prepara su discurso de tal modo, que el tema encuadre la mención de la compañía de Jesús en su apasionado elogio de sus virtudes cristianas y pedagógicas.
Miguel de Cervantes representa la figura de uno de tantos conversos ricos que pretende remediar para sus hijos, a base de dinero, la falla de su condición de andalusí converso, de hijos de conquista: Los tratan y autorizan como si fueran hijos de algún príncipe; y algunos hay que les procuran títulos, y ponerles en el pecho la marca —se refiere a la cruz— que tanto distingue la gente principal de la plebeya. A fuerza de dinero, el converso acaudalado lograba a veces títulos de nobleza o un hábito de caballero de alguna Orden con cruz en el pecho. Cervantes, una vez más, combina en sus obras la ironía y el doble sentido.
En vista del testimonio citado, el autor del “Quijote” resuelve toda suerte de elogios a la Compañía de Jesús, única orden religiosa que se escapa a sus punzantes ironías contra clérigos, órdenes y monasterios. El hecho de que los tres primeros generales y el mismo Ignacio de Loyola, se opusieran a aceptar el estatuto de la limpieza de sangre, fue algo sobresaliente y de gran importancia para muchos andalusíes. Albert Sicroff, presenta un magnífico texto sobre esta cuestión: Les controverses des statuts de pureté de sang, París 1960, páginas 270 y sigs. También conviene tener en cuenta el artículo del P. Eusebio Rey, publicado en 1956 Razón y fe. Hay una carta del P. Borja (1572) que recoge Albert Sicroff, y que da testimonio claro de lo expuesto por Cervantes en el Coloquio de los perros; “Nuestro colegio —se refiere al que tenía la Compañía de Jesús en Córdoba— está muy infame entre los caballeros, de que no entran en él sino conversos [5]. Y dicen que el colegio de San Pablo de los dominos es el monasterio de caballeros (cristianos viejos). Y está esto tan de cal y canto, que si por desdicha entra alguno acá, hay tan gran sentimiento como si a su linaje echases algún sambenito. Y sepa Vuestra Paternidad que para Córdoba es terrible esta fama” (pág. 279).
Cervantes se sitúa enfrentado a la distinción entre cristianos viejos y nuevos, discriminación que sufría en sus propias carnes, ensalzando el cristianismo más permisivo de los jesuitas en este tema. Américo Castro presenta esta situación en su trabajo Cervantes y los casticismos; Miguel de Cervantes juntó los corazones de Don Quijote y su escudero, no obstante estar limpio el linaje de Sancho y maculado el de su amo. Dice Sancho: ¿Qué tiene que ver los Panzas con los Quijotes? (II,6).
En otro orden de cosas es cierto que Cervantes entra en relación con las creencias vigentes en su tiempo sobre la Reforma cristiana, iniciada primero por el Humanismo de Erasmo de Rotterdam, seguida después por el luteranismo y otros reformadores como Calvino y Zuinglio, siendo compartida por él al igual que por muchos otros conversos, en la medida que directa y personalmente les afectaba. Eran fundamentalmente dos los puntos de partida especialmente compartidos: Primero, la Unidad y Unicidad de la trascendencia; segundo, conciencia de la Comunidad de creyentes como única y para todos, universal, abierta y por lo mismo, en absoluto racial ni discriminatoria con cualquier pueblo, persona o creencia.
Para situar esta polémica en su justo marco, es necesario tener muy presente los distintos y desesperados intentos de acercamiento iniciado por los andalusíes conversos, desde las más diferentes posiciones. Eran ensayos que partían de una conciencia colectiva sobre Unidad y Unicidad del Único y el sentido universal profético de la Comunidad, rechazando cualquier planteamiento racial de pueblo o comunidad. Era una conciencia colectiva heredada de la cultura islámica, conciencia que rechaza, con el profetismo, desde la misma naturaleza de las cosas, cualquier forma de racismo o conciencia humana selectiva. Ignoramos si los moriscos Alonso del Castillo y Miguel de Luna tuvieron referencias de los postulados antitrinitarios de Miguel Servet o de su obra De Trinitatis erroribus libri septem publicada en Hagenan en 1531; en cualquier caso no es importante, dado que la conciencia colectiva de todo un pueblo, el andalusí, era viva expresión de ello. Miguel Servet cita Al-Coran para confirmar su conciencia personal de Unidad y Unicidad como hanif: porque más confianza merece la verdad confesada por un enemigo, que cien mentiras dichas por nosotros.
Los moriscos granadinos responsables de los conocidos como Plomos del Sacromonte, organizan, a modo de sondeo, la aparición entre las ruinas de la llamada Torre Vieja —destrucción del alminar de la mezquita aljama de Granada— una caja de plomo sellada, en cuyo interior además de supuestas reliquias de obispos mártires, se encontraban junto a la tapa tres documentos escritos en árabe, latín y romance aljamiado, en los que se pretendía una aproximación al trinitarismo. El rechazo que tuvieron estos documentos entre los forzados conversos mudéjares y moriscos fue total, debido a los supuestos postulados trinitarios vertidos en ellos; obligados sus autores a rectificar posiciones, forzaron estos moriscos la aparición de unos pseudo evangelios escritos en plomo, enterrados en una colina que por esta razón fue llamada Sacro Monte, que posteriormente fueron desenterrados como aparición milagrosa entre los años 1595 y 1597, según escribe José Godoy Alcántara en su obra Historia crítica de los falsos cronicones (Granada 1868). En ellos era considerado el dogma de la Trinidad como esencial obstáculo entre cristianos, el Islam y el judaísmo; la conciencia de la Comunidad de creyentes, como nación universal, abierta, permisiva con todo y con todos y no racial, era también tenido en cuenta como obstáculo entre musulmanes, cristiano y judíos.
Es suficiente señalar que los moriscos proponían en los documentos plúmbeos del Sacro Monte una conciencia antitrinitaria: “No hay otro Dios sino Dios, y Jesús es Espíritu de Dios”. Está clara la pretensión de posibilitar en esta fórmula unitaria, el encuentro de cristianos, musulmanes y posiblemente judíos; no por ello dejaba de ser temeraria e incluso descabellada la idea, y así lo refiere Cervantes al final de la primera parte del Quijote. Pero, realmente, lo prodigioso de todo ello es que el arzobispo de Granada, Pedro Castro y Quiñónez, creyó en la autenticidad de tan desesperado montaje, por ese motivo, aquella quimera de los moriscos granadinos adquirió importancia histórica. Da fe el canónigo del Sacro Monte de Granada, doctor Barahona Miranda, en documento hallado por don Francisco Rodríguez Marín y publicada en Madrid por Pedro Espinosa en el año 1907, que en el año 1603 llevaron al Sacro Monte a una endemoniada, “y estavan los demonios rebeldes y no salían, aunque le avían dicho mil Evangelios; y que el Arzobispo fue allá, y con el “libro de la Nómina de Santiago”, uno de los textos unitarios elaborados por los moriscos granadinos, le hizo la seña de la cruz desde la frente hasta el pecho, diciendo en lengua árabe “Non est Deus, nisi Deus Jesus, Spiritus Dei”, y desampararon los enemigos —se refiere a los demonios— dando terribles aullidos, aquel cuerpo”. El proyecto de los moriscos conseguía de esta forma el total apoyo del arzobispo de Granada, lo que daría lugar a una gran controversia histórica en la Iglesia Católica.
Cervantes, hombre de secreto y converso acostumbrado a la práctica de la lúcida y prudente taquiya, arremete contra aquellos despropósitos sacramontinos al final del capítulo 52 de la primera parte del “Quijote”, no por los intentos de aproximación y permisividad, sino por lo burdo y desprestigio del proyecto, a pesar que había convencido al visionario del arzobispo de Granada. Escribe así: “si la suerte no le deparara un antiguo médico (se refiere al médico morisco Alonso del Castillo) que tenía en su poder una caja de plomo, que según se dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita (el alminar de la mezquita aljama de Granada); en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en versos romances, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, etc. En los pergaminos se encontraron datos acerca de la sepultura de Don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres, Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquí pone el fidedigno autor desta nueva y jamás vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren... sino que le den el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías”.
A Cervantes le pareció todo aquello poco serio. Nuestro autor del Quijote tenía presente, no sólo el famoso y para él risible pergamino con aproximaciones trinitarias de la llamada Torre Vieja o falsamente Turpiana, sino también los otros montajes de los documentos plúmbeos con aproximaciones al unitarismo, que aparecerían más tarde en el Sacro Monte. El detallado conocimiento de todo este asunto por Cervantes, se confirma con los documentos conservados en el Sacro Monte, a los que alude en el libro publicado en aquella abadía y que posteriormente recoge, traduce y publica Miguel Haguerti con el título de Documentos plúmbeos del Sacro Monte, en la Editoria Nacional. Se dice: La parte superior de la torre se demolió fácilmente. En cambio, la otra parte, la inferior... cayó al suelo, después de grandes esfuerzos. A la parte inferior del alminar es a lo que Cervantes llama “cimientos derribados de una antigua ermita”. Cervantes refiere en el Quijote cómo Sancho ve la tierra desde Clavileño como “un grano de mostaza”, por haber oído que según uno de los documentos plúmbeos “el ángel Gabriel, por mandato de Dios, arrebata a María en una yegua; desde el primer cielo mira la tierra, y la ve tamaña como un grano de mostaza sobre la mano derecha de un ángel” (Godoy Alcántara, ob. cit. pág. 68). Este autor se refería al caballo Al-Buráq con el que fue arrebatado el profeta Muhammad (s.a.s) en su viaje trascendente a la Máxima Presencia.
El libro de La escala de Muhammad fue una importante referencia para los moriscos Alonso del Castillo y Miguel de Luna en el momento de elaborar los documentos plúmbeos; referencia que también utilizaría Miguel de Cervantes cuando imagina el prodigioso vuelo de Clavileño, vertido a las necesidades de la novela por el personaje de Sancho, el cual considera que media legua del cielo tenía mucho más valor que la mejor ínsula del mundo (II,42), de un mundo en el que reina la agresión, el racismo, el expansionismo y toda suerte de injusticias y violaciones a los derechos de “lesa humanidad”. Dice el “Quijote” (II,40), que Cide Hamete, el imaginario autor musulmán con el que Cervantes inició su obra “... pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas...”. Efectivamente, y tan tácitos quedan expresados los deseos que trascienden a nuestro autor al finalizar esta primera parte. Cierto, que los más espléndido en estos versos finales es su irrealismo —concluye Américo Castro en su escrito El Quijote, taller de existencialidad—; pero al mismo tiempo Cervantes puso ahí referencias y transparentes sarcasmos que para ciertos lectores de 1605 serían clarísimos.
El Quijote es una obra literalmente distinta a cualquier forma de novelar, no por prurito de originalidad, sino por ser necesario para el autor hacer sentir su posición adversa a la sociedad en que existía, incluso a la literatura vigente. El haberlo hecho con tan vigilante cautela —taquiya— revela hasta qué punto interesa a Cervantes que su obra circulara sin tropiezos innecesarios; no imitó la naturaleza ni tampoco el arte; manejó la literatura previa a él, e hizo lo mismo con lo existente en la realidad de su entorno. Cervantes usó de forma tan excelsa la taquiya, que supera, en este arte obligado, a los más grandes maestros del siglo. En romance, no ha habido nunca nada parecido al estilo del Quijote. Cervantes, sin traicionar su conciencia, logró que su arte no se dejara arrastrar por las trágicas circunstancias que los andalusíes atravesaban, ni por sus más que justificadas antipatías personales, al amortiguar y buscar en la taquilla la expresión de sus intenciones, hace resaltar, por encima de todo, su hondo calado trascendente y artístico; estos versos dedicados por el Tiquitoc a Dulcinea son un ejemplo:
Aunque de carne rolliza,
la volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea.
Fue de castiza ralea
y tuvo asomo de dama....
Nuestro caballero converso debía “estar más obligado a su alma que a los respetos humanos” (I,28).
El arte y trascendencia del Quijote, hace indispensable tener presente la circunstancia personal y social de Cervantes como hijo de conversos. Cervantes arremete con la lanza del Quijote contra los nocivos fantasmas de cualquier siglo, salvando entre trascendencia y sonrisas, el desesperado gemir de los acabados, derrotistas, pesimistas, posibilistas y pícaros.
Genealogía de Cervantes
Don Miguel de Cervantes Saavedra fue de origen y abolengo cordobés, andalusí, cristiano nuevo y musulmán viejo: natural de la ciudad de Córdova, como el mismo Cervantes declaró de sí, con motivo de un juicio sobre pureza de sangre de un amigo personal, celebrado en Sevilla el 4 y 10 de junio de 1573. Esta declaración solemne no contradice el conocido nacimiento de Cervantes en Alcalá de Henares, puesto que por entonces se distingue todavía, debido a la influencia cultural musulmana, el sitio donde se nacía y el lugar de naturaleza o genealogía. Resulta que respecto a Cervantes toda su familia y progenie eran cordobeses y granadinos, y él mismo pasó en Córdoba casi toda su infancia, repartiendo más tarde entre diferentes lugares de las Andalucías, la mayor parte de su existencia, lugares donde vive y se inspira para la realización de tan singular y extraordinaria obra.
Durante los siglos XVI y XVII, Córdoba abundaba en apellidos como Cervantes y Saavedra. Francisco Rodríguez Marín tuvo sospecha de que el converso Cervantes, el autor del Quijote, tuviera su origen, su genealogía, su alcurnia en esta capital del Islam. Un casual hallazgo en el Archivo Universitario de Osuna confirma con numerosos documentos esta sospecha: Aparece el licenciado Juan de Cervantes, que resulta ser el abuelo de nuestro autor, y un primo hermano del poeta, Gonzalo de Cervantes Saavedra. Posteriores investigaciones del archivero José de la Torre y del Cerro —también de apellidos más que sospechosos— completan entre los años 1911 y 1923 el cuadro de los antepasados cervantinos con abuelos, bisabuelos, etc., todos cordobeses como ya veremos, y unos orígenes granadinos de rama muy señalada, que expresan, sin lugar a dudas converso habemus, y que por el entronque cultural y humano, por la herencia de valores éticos, junto a sus criterios de conocimientos, Miguel de Cervantes Saavedra es andalusí de origen musulmán en su mayor peso, aunque tenga mixturas lógicas y sea un autor fronterizo como obligado converso. Por estas fechas se precisa también la personalidad e historia de su padre, el bachiller Rodrigo de Cervantes, junto a otros seis hermanos y hermanas que fueron naciendo en diferentes sitios, al azar de las sucesivas residencias familiares.
Cervantes vive de niño desde 1553 a 1563 en el barrio de la plaza del Potro de Córdoba. Este lugar era por entonces el centro comercial más activo de la ciudad, lugar también de encuentro para jinetes y caballistas. En su entorno estaban de los mejores talleres y almacenes de los llamados silleros y de la jineta, que trabajaban vistosas y elegantes monturas en cuero, arte e industria en cordobanes de la fábrica de artesanía andalusí. También había por allí numerosas tiendas de pañeros o vendedores de telas, todos ellos mudéjares conversos (andalusíes de origen musulmán), que junto con los arrieros, tratantes, artesanos, los mesones y fondas de la calle Real, carniceros, además de los célebres “agujeros del Potro” o pícaros locales, nos sitúan justamente en la Medina o Cashba de una ciudad musulmana. Todas las profesiones y oficios eran la inmensa mayoría andalusíes o judaizantes como minoría más tolerada. Era evidente que la hidalga incultura y la inapetencia para el trabajo, como algo propio de los limpios de sangre, de los cristianos viejos, alejaba de aquellos umbrales a las pocas familias de conquistadores castellanos, cosa que no ocurría con el autor del Quijote. Para un hidalgo, para un limpio de sangre, el trabajo o cualquier esfuerzo, preocupación profesional o de tipo cultural, científico, económico o social fueron consideradas en mala estima. El cristiano viejo ha despreciado siempre al estudioso, al científico, al comerciante, al artesano, al “indiano”; toda actividad creativa propia de moros o musulmanes y no de los que pertenecían a la casta limpia como dimensión vivencial del “honor”.
Hagamos ver, en cuanto a genealogía, hasta qué abismo de monstruosidad pudo llevar la intolerancia y el racismo lerdo, tozudo, en la ideología sionista de cristiandad: Por el año 1474 vivía en Córdoba un tal Rui Ferrández de Cervantes, al que el apellido Ferrández le bailaba por Fernández, síntoma inequívoco de converso, quien estuvo casado con Catalina Martínez y eran vecinos de San Nicolás de la Villa (Documento cervantino nº 8), padre de Rodrigo Cervantes, quien fue bisabuelo del Cervantes autor del Quijote. El bachiller Rodrigo de Cervantes estuvo casado con doña Catalina de Cabrera, cuya genealogía se ignora y tampoco se encuentra línea de sucesión, lo que pone nuevamente de manifiesto que también por familia materna era de origen musulmán o mudéjar, dado el rigor y la claridad que se exigía para los linajes de los cristianos viejos. El bachiller Rodrigo de Cervantes era además trapero, es decir, comerciante de paños, profesión mudéjar y nunca propia de “limpios de sangre”. También el bisabuelo de Cervantes defiende y pierde el juicio en unos autos contra Catalina de Palma, la cual había sido arrestada por sospechosa de hereje unitaria, según consta en el documento cervantino con el número 8. Juan de Cervantes, hijo de Rodrigo y abuelo de Miguel de Cervantes Saavedra, contrae matrimonio con Leonor Torreblanca. Numerosas son las familias de apellidos Torreblanca que moraron en Córdoba durante los siglos XV, XVI y XVII, pero de linaje y solar conocido, sólo había una: la que tuvo por tronco a Fernando o Andrés de Torreblanca, el único navarro, que parece ser sirvió a los reyes Juan II y Enrique IV y fue alcaide de Cabra, el resto fuero conversos musulmanes apadrinados todos por esta familia. El hecho de que Andrés Morales Padilla no mencione en su Historia de Córdoba a Leonor de Torreblanca, mujer del abuelo de Cervantes, como hija de Andrés de Torreblanca, el único con solar y linaje, dada la enorme importancia que en la época tenían los abolengos, es sin lugar a dudas una prueba más de otra rama andalusí de conversos. Rodrigo de Cervantes, padre de nuestro autor, cambia numerosas veces de domicilio, desempeña oficios con el tribunal de la Inquisición al igual que su padre y antepasados, el mismo Miguel de Cervantes Saavedra lo confirma con la declaración que hace en Sevilla el 10 junio de 1593, en el conocido pleito que sostuvo el mesonero cordobés Tomás Gutiérrez con la Hermandad del Santísimo Sacramento del Sagrario, cuando dice “ser hijo e nieto de personas que han sido familiares del Santo Oficio de Córdoba” (Cervantes y la ciudad de Córdoba, pp. 40 y 41). Ya lo da a entender Cervantes en su intervención como testigo en el juicio de pureza de sangre del bachiller Juan de Cárdenas, amigo e hijo de conversos, de la familia de Felipe de Esbarroya, médico de la Inquisición de Córdoba y letrado.
Todos los oficios inquisitoriales era muy normal que fueran ocupados por conversos, pues tenían más conocimiento de causa y era una forma de probar la autenticidad de su conversión. De un pleito que tuvo el padre de Miguel de Cervantes Saavedra en Valladolid, que le costó la cárcel y por el que se vio obligado a trasladar su residencia a esta ciudad, para seguir de cerca el proceso judicial en sus trámites y apelaciones, sacamos también en consecuencia, que la familia Cervantes no tenía ganada ejecutoria de hidalguía, porque de tenerla, a Rodrigo le hubiera bastado exhibirla o citarla, probando ser descendiente directo de quien la obtuvo, para salir al punto de la prisión sin consecuencias. Otro dato más a sumar a esta probadísima familia de mudéjares conversos, es el escaso uso que hizo su hermana Magdalena del apellido Cervantes, que solía cambiarlo por el de Pimentel y Sotomayor; solamente en una ocasión y por comercio de paños de tafetán consta que hiciera uso del apellido Cervantes.
Notas
1. Américo Castro ¿Cervantes inconsciente?. Revista Occidente.
2. Américo Castro Cervantes y los casticismos españoles.
3. Se refiere a un amigo de Góngora, Morovelli de la Puebla, a quien Quevedo dedica unas sangrientas estrofas, que dan la medida de vejación que alcanzan los conversos, sobre todo, si éstos sobresalen por su talento.
4. Se refiere a la Inquisición.
5. Se refiere a judíos, pero cabe destacar que en estas fechas se suponía por decreto el fin de la cultura e identidad musulmana, por el tiempo transcurrido desde la conquista de la ciudad por el sionismo cristiano, siendo más permisivos para los andalusíes judaizantes por su colaboración en la conquista. Por aquellos años la ofensiva comenzaba ya contra los que judaizaban, presentando a tales como a conversos.
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