Los moriscos de Magacela

Autores:
BARTOLOMÉ MIRANDA DÍAZ
FRANCISCO DE CÓRDOBA SORIANO
Edita: Ayuntamiento de Magacela (Badajoz), 2010

Por: Manuel Pecellín Lancharro



Hace justamente cuatro siglos, varios centenares de miles de españoles emprendían las rutas del exilio forzoso. Unos ocho mil eran extremeños. Su culpa principal: permanecer leales a las costumbres de sus mayores. Inasimilables, escasa y malamente catequizados, tan parecidos a los “turcos” que amenazaban nuestros fronteras, violentos más de una vez, como todos los que sufren acosados, los “moriscos” parecían peligrosos a muchos de sus conciudadanos. Otros no dejaban de ponderar el valor de una mano de obra casi imprescindible, eficaz y barata. La polémica estaba servida desde decenios anteriores. Si la orden de expulsión había sido firmada por Felipe III en 1609, estuvo precedida de largos antecedentes, con debates públicos a favor o en contra de tan dura medida. Hombres como Pedro de Valencia, que en su muy razonable “Tratado acerca de los moriscos de España” (1606) se opuso, proponiendo nuevas fórmulas para integrarlos en el país, algunas discutibles para nuestra sensibilidad, resultarían desairados. Según antes ocurriese con los judíos peninsulares, miles de familias de origen musulmán se verán forzadas a abandonar en circunstancias penosas el hogar de sus ancestros. Para unos y otros, España quedará en la memoria colectiva como el perdido paraíso, junto con el recuerdo de un enorme agravio.

Aunque la historia de los moriscos cuente con amplia bibliografía, incrementada en estas efemérides, los autores de la obra juzgan que siguen faltando estudios locales, tan útiles para las necesarias matizaciones. Apoyándose en D. Antonio Domínguez Ortiz, los consideran imprescindibles, pues resulta un error hablar de los moriscos como si de una sociedad monolítica se tratase. Expertos en el tema, amantes los dos de acudir a los fondos que tantos archivos mantienen casi vírgenes, Francisco de Córdoba y Bartolomé Miranda se proponen recomponer la vida cotidiana de aquellos antiguos practicantes del Islam en una población como Magacela , así como las circunstancias y resultados (catastróficos allí) de su expulsión. Para mejor comprender el problema, se retrotraen a las raíces musulmanas del pueblo y a la forma en que seprodujo la repoblación del territorio durante el medievo, sin perder nunca de vista el marco nacional del drama.

Situada en el Partido de la Serena, perteneciente a la poderosa Orden de Alcántara (cuyos priores no siempre se mostrarán muy afectos a sus mudéjares, aunque al fin procuren impedir la expulsión), Magacela tuvo llamativas singularidades. Peor les iría en la segunda mitad del siglo XVI, bajo la amenaza cada vez más presionante de la aún joven Inquisición y la actitud intransigente de Felipe II . Según también ocurría en Extremadura con pueblos como Benquerencia y Hornachos (éste, muy belicoso), prácticamente todos sus habitantes eran “moriscos”. Sólo que allí habían conseguido una coexistencia pacífica con el escaso número de “cristianos viejos”. Ateniéndose a documentación de primera mano, los autores describen las costumbres (lingüísticas, ceremoniales, gastronómicas, higiénicas, religiosas) que hasta principios del XVII mantenía aquella población fuertemente islamizada, aunque pacífica, que quedará prácticamente desierta cuando en 1611 se ven forzados a abandonarla un largo millar de habitantes. De los 1.500 que debía de tener el año 1611, quedaron sólo unos 30. La mitad de la obra la constituyen los apéndices con tablas y documentos donde se ofrecen el nombre y apellidos de los desterrados, así como su edad, oficios, condición social, propiedades y condiciones en que fueron rematadas, nuevos adquirentes, etc. En definitiva, una perfecta reconstrucción, a nivel local, de aquella España barroca, donde la intolerancia , los afanes políticos, los miedos ancestrales y los intereses económicos dieron al traste con una pluralidad étnica aceptablemente mantenida durante siglos.


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