LOS MORISCOS

Álvaro Galmés de Fuentes
                
Resulta difícil en el breve marco de un artículo exponer el problema y el significado que plantea la cuestión de los moriscos. Por eso limitaré a analizar aquí algunos puntos de vista en general, que hasta ahora no se han tenido debidamente en cuenta o han sido estimados en otro sentido, y que, a mi juicio, son necesarios para enmarcar en su adecuado contexto y definir claramente el significado del hecho morisco.

Como es sabido, a medida que avanza la reconquista por parte de los reinos cristianos, se mantiene en estas nuevas zonas incorporadas una población musulmana, de desigual densidad según las regiones, que en territorio cristiano, a cambio de un tributo especial, sigue practicando libremente su religión, sus hábitos culturales y sus costumbres. Se trata del grupo social que se conoce en la España cristiana con el nombre de mudéjar, voz derivada del árabe mudajjan, es decir”tributarius”, según la definición del Vocabulista in arábico. El término se emplea también para caracterizar las manifestaciones propias de su cultura; y se habla así de arte mudéjar, de literatura mudéjar, etc.

Vivir como”mudéjares“, dentro de la tradición establecida en los siglos XII, XIII y XIV, no era una situación intolerable, ni mucho menos, para los musulmanes, que aceptaron de buen grado esta clase de convivencia, de”mudejarismo”clásico. Pero esta situación de sano equilibrio se quebró al poco de la conquista de Granada, en 1492, a pesar de que las dos personalidades más destacadas, a las que se les encargó en principio el gobierno del reino y de la ciudad, don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, primer alcaide y capitán general de Granada, y Fray Hernando de Talavera, su arzobispo, estaban dispuestos a mantener la situación de tolerancia, que hasta entonces se había practicado con el resto de los mudéjares de las otras regiones españolas. Pero, al lado de los que así opinaban, pretendieron otros convertir a los moros de una forma obligatoria, rápida y sistemática, atendiendo, sin duda, a móviles políticos más que razones religiosas. Entre estos últimos se destacó, como máximo representante, fray Francisco Jiménez de Cisneros. A pesar de que se habían firmado, por parte de los Reyes Católicos, unas Capitulaciones para la entrega de Granada, el 25 de noviembre de 1491, que garantizaban para dicho reino una minoría”mudéjar”estable, semejante a la de otras comunidades de Castilla y Aragón, Cisneros, al ocupar la sede primada de Toledo, en 1498, propugna el abandono de la política precedente, y a partir de 1499 desencadena una acción enérgica para obtener las conversiones. Pero los métodos empleados por Cisneros para imponer a los mudéjares granadinos el cristianismo, a despecho de los derechos garantizados por la Capitulación, provocaron una primera sublevación de los mudéjares del barrio granadino del Albaicín, que se extendió a las Alpujarras, y que hubo de ser reprimida por la fuerza de las armas en 1501. Estos sucesos fueron utilizados políticamente por el Cardenal Cisneros para promulgar una pragmática, en ese mismo año, ordenando la conversión de los moriscos granadinos. De esta forma, se elimina para siempre una situación a la que alude Diego Hurtado de Mendoza, hijo del alcaide, el conde de Tendilla, con estas significativas palabras:”Gobernábase la ciudad y reino como entre pobladores y compañeros, con una forma de justicia arbitraria, unidos los pensamientos, las resoluciones encaminadas en común al bien público“.

También el famoso morisco granadino Francisco Nuñez Muley, que fue paje de fray Hernando de Talavera, escribe, poco antes de la sublevación, una defensa de la población musulmana de Granada, en donde se afirma explícitamente:”La conversión de los naturales de este reyno fue por fuerza y contra lo capitulado por los Reyes Católicos“. Y más adelante, otro notable morisco granadino, Yuçé Benegas se lamentaba así ante el Mancebo de Arévalo:
 “I tengo par mí que nadi lloró con tanta desventura como los hijos de Granada. No dubdes mi dicho por ser yo uno d-ellos y ser testigo de vista, que vi por mis ojos descarnecidas todas las nobles damas, ansí viwdas como casadas, i vi vender en pública almoneda más de treçientas donçellas … Yo no lloro lo pasado, pues a ello no ay retornada, pero lloro lo que tú verás, si as vida i atiendes en esta tierra i en esta isla de España … Y todo será crudeza y-amargura para quien abra sentido. I lo que más duele, ¿Qué serán los muslimes a par de los cristianos, que no reusarán sus trajes ni escivarán sus manjares?… Si el rey de la conquista no guarda fidelidad, ¿qué aguardaremos de sus suzesores?”.
La situación de Granada muy pronto se extiende a todo el reino de Castilla: el 17 de febrero de 1502, una nuevo pragmática da a elegir a los mudéjares entre la conversión, el exilio o la muerte. Ahora bien, a juzgar por las dificultades que se ofrecían para la emigración (sólo se podía embarcar en los puertos de la bahía de Vizcaya, y debían abandonar la mayor parte de sus bienes)es evidente que lo que perseguían las autoridades castellanas era la conversión forzosa.

En el reino de Aragón, durante algún tiempo, siguieron manteniéndose las condiciones de los mudéjares. Pero, en 1521–1522, con motivo de los desórdenes de las Germanías, que tuvieron lugar en Valencia, el populacho se volvió contra los vasallos mudéjares, que habían permanecido fieles a sus señores cristianos, y se les obligó a bautizarse. Después de que una junta de teólogos confirmase la validez del bautizo obligatorio, un edicto del año 1526 impone la conversión general de todos los mudéjares de Aragón y Valencia.

Hoy en día, en la terminología moderna, frente al término mudéjar, se emplea el termino morisco para designar a todos los musulmanes españoles que, bajo coacción más o menos severa, se vieron obligados a convertirse al cristianismo, entre los años 1499 y 1526, y a sus descendientes, que permanecieron en España hasta su expulsión de 1609-14.

Ahora bien, ¿que significa, cómo vive, cómo se desenvuelve, en medio  de la comunidad cristiana, esta minoría morisca?.

Sin entrar en detalles, que se apartarían de mi propósito actual, creo que es legítimo hablar en términos genéricos de ”sociedad occidental” y de ”sociedad oriental”, contraponiendo claramente uno y otro tipo. No se trata, pues, de entidades misteriosas o indefinibles, sino que por el contrario, creo que es necesario circunscribir las estructuras destinadas de dos tipos de sociedad, que han producido o sostenido históricamente civilizaciones muy diversas.

Creo por tanto, que debe defenderse la legitimidad del procedimiento de delimitar las características de una ”sociedad occidental” y de una ”sociedad oriental”, para utilizarlas como instrumentos de investigación. Pero, ocurre con frecuencia que el arabista occidental transporta su propio modelo de sociedad, como una plantilla o patrón, sobre la que supone ”sociedad oriental”, y todo lo que no se corresponde es considerado como anómalo o, en el mejor de los casos, simplemente como exótico. El  resultado es, pues, en muchas ocasiones, una visión negativa. Del conjunto de las obras occidentales sobre el Oriente emerge así una visión cargada de tópicos negativos: barbarie, crueldad, despotismo, marrullería, hábito de engañar y mentir, servilismo, sensualidad exacerbada, etc. Incluso virtudes, consideradas como tales por la sociedad occidental, pueden convertirse en defectos cuando se las aplica al moro. Con razón J. Caro Baroja ha señalado:
 “Según los ideales de la sociedad cristiana, la laboriosidad, la frugalidad y la fecundidad de la familia son otros tantos bienes y virtudes. Ahora bien, estas mismas virtudes sirven de bandera contra los moriscos, y no sólo porque la laboriosidad, la frugalidad y la fecundidad les fortalecían, sino también porque en el ”grado” en que ellos las tenían se consideraban como vicios: la laboriosidad estaba producida por la cicatería, la frugalidad era avaricia, la fecundidad resultado de la lujuria”.
Desde los años previos a la expulsión de los moriscos, y como justificación de la misma, es frecuente la designación de esta minoría, a la que se atribuye indolencia, fruto de una frívola alegría bulliciosa, unida a la sensualidad. Como señala Soledad Carrasco Urgoiti, la pincelada  más expresiva, en este sentido, la ofrece uno de los mayores detractores de los moriscos, Aznar Cardona, al comentar que los nuevos conversos eran ”muy amigos de bulerías, cuentos, berlandinas, y sobre todo amicisismo (y así tenían comúnmente gaytas, sonajas, adufes) de bailes, danzas, solazes, cantarcillos alvadas, paseos de huertas y fuentes, y de todos los entretenimientos bestiales, en que, con descompuesto bullicio y gritería, suelen ir los mozos villanos vizinglando por las calles”. Y este desprecio hacia los moriscos llega hasta la erudición decimonónica, del que no se libra ni siquiera Menéndez Pelayo, quien exclama con énfasis:
 “Y peor cien veces que los mahometanos declarados, con ser su culto rémora de toda civilización, eran los falsos cristianos, los apóstatas y renegados, malos súbditos además y perversos españoles, enemigos domésticos, auxiliares natos de toda invasión extranjera, raza inasimilable, como lo probaba la triste experiencia de siglo y medio”.
Claro está, que otros eruditos menores no irán a la zaga de tal menosprecio, y así M. Danvila Collado no sólo niega a los moriscos la más mínima cultura, sino también el ser brazos activos de la agricultura y del artesanado:
 “No pudiendo condecorar a los moriscos con ningún signo de cultura, se ha ponderado lo que representaban como los brazos de la agricultura y de las artes en las comarcas donde habitaban. Es preciso padecer una oftalmía para sostener tan vulgar despropósito. Si los moriscos hubieran estado animados de cualquier clase de tendencias emprendedoras, ¿no se habrían tocado las óptimas consecuencias en las comarcas africanas donde fueron a albergarse?”.
 Con mayor actitud y oratoria vulgar, se expresa de esta manera  P. Boranat Barrachina:
 “Y al cabo ¿qué monumentos han dejado su decantada civilización? Fuerza de la muelle Alhambra, con su arquitectura de bajo vuelo, muy inferior a la romana y a la cristiana; con su decorado entretenido, minucioso, chinesco; hecho no en el duro mármol o alabastro, sino en dócil y blanda pasta, donde brillan por su ausencia las demás artes; fuera de esa Alhambra, útil solamente para sultanes y huríes que quisieron tener allí su paraíso, que es el ejemplar más perfecto y acabado que marca el apogeo del arte arabesco … En el reino de Granada y en su adorada capital, ¿qué dejaron? Casa sin luces de malas tapias, hechas con cal y piedras recogidas sin labor ;calles estrechísimas y tortuosas, sin sol ni ventilación, escondrijo de todo crimen, nido de toda suciedad, foco de todos los contagios”.
Lo curioso es que a pesar de la labor realizada por los arabistas españoles, desde el siglo XIX, todavía hoy día se sigue considerando a la minoría morisca de España como una grey de labradores y artesanos analfabetos, ignorantes, incluso, de sus propias peculiaridades islámicas. De tal forma, por ejemplo, un notable estudioso del problema morisco, M. Halperin Donghi, piensa que después de varios siglos de convivencia de las dos comunidades se consigue transformar a la minoría en una plebe ignorante que no sabe ni ser mora ni cristiana. Al hacer tal afirmación, se olvida que, entre los moriscos, hubo, como en seguida trataré de mostrar, una minoría burguesa, culta e ”ilustrada”, comparable, en muchos aspectos, a la de la España cristiana. Es evidente que si de su siglo de oro nos olvidamos de sus escritores y de su elite culta, nos encontraríamos también sólo ante una plebe analfabeta, que no sabría seguramente ni ser cristiana.

Esta visión negativa de los moriscos se ha configurado a partir de una óptica parcial. En otras ocasiones, he señalado que, con frecuencia, para abordar el tema morisco, se han utilizado con prioridad los testimonios de la Inquisición, que deforman, a su intento, la personalidad de los moriscos, creando así una caricatura  de los mismos. Bien es verdad que los investigadores más objetivos tratan de deshacer la imagen del morisco creada por la Inquisición, pero, en este noble afán, crean, con frecuencia, una contra caricatura, que tampoco da razón fiel de la auténtica realidad. Por ello, para acercarse al problema morisco con acierto es imprescindible acudir a la documentación ordinaria, en la que el morisco aparezca formando parte indiferenciada del conjunto de la sociedad, y sin que reciba un tratamiento diferenciado como componente de un grupo étnico y, religiosamente distinto de la mayoría. Pero, muy especial, es imprescindible acudir a los abundantes textos aljamiados, que nos han legado los moriscos, y que nos revelan la auténtica atmósfera cultural y espiritual de la minoría musulmana, que pervive en España después de la reconquista.

Si analizamos, por tanto, con objetividad estos testimonios, el panorama cultural de la minoría morisca de España cambia totalmente de perspectiva. Porque, si es cierto que muchos moriscos fueron ”rudos e ignaros”, entre ellos, lo mismo que entre sus contemporáneos de las otras dos castas, existió una élite burguesa y culta.

Muchos de los moriscos, artesanos y mercaderes, acumulan dinero y envían a sus hijos a la Universidad. Dentro de este contexto hemos de valorar las palabras de Pedro de Vesga dirigidas al rey, en las Cortes de Castilla de 1607, por las que suplica se impida a los moriscos el acceso a las Facultades de Medicina y el ejercicio médico, puesto que ”estudian y practican muchos en las Universidades de Alcalá y Toledo y otras… de suerte que en poco tiempo todos o los más de los médicos serán moriscos”. Y de hecho, entre éstos, hubo notables físicos o médicos distinguidos en las cortes regias y señoriales de la España cristiana, que continuaron una tradición mudéjar, representada, entre otros, por el maestro Mohamet el Xartosí de Guadalajara, físico del almirante Diego Hurtado de Mendoza, que fue además ”poeta sutil”, como reza un texto del famoso Cancionero de Baena. Así, incluso la corte de Felipe II fue visitada por el médico morisco Jerónimo Pachet, de Gandía, que cura a un niño de 8 años, desahuciado por los médicos cristianos. Ese niño sería más tarde Felipe III. ¡Cruel ironía –dice L. García Ballester– la del conjunto de circunstancias que llevaron a que, precisamente, Felipe III sea quien firme el decreto de expulsión de los moriscos!. Pero anteriormente todavía, la larga enfermedad del príncipe Carlos hizo que se llamara a la corte de Felipe II al morisco valenciano Pinderete y que se le aplicaran al augusto enfermo los remedios por él estipulados. Aunque a decir verdad Pinderete no tuvo la fortuna de su colega Pachet, no pudiendo remediar la enfermedad del príncipe, lo que le valió ser ridiculizado por el cristiano viejo Díaz Chacón.

Otros médicos moriscos conocidos fueron Román Ramírez, que ejerce su profesión en Castilla y luego en Aragón, y era nieto de Juan de Luna, ”el cual era gran médico”, Miguel Jerónimo Tana, que practicaba su oficio por la comarca de Gandía, Jerónimo Jover, de quién sabemos que leía, escribía y hablaba árabe, y que vivió en Valencia entre los años 1560-1580, Gaspar Capdal, morisco de Buñol, Francisco de Córdova, que ejerció la medicina por Segovia, Guadalajara, Madrid y Toledo, etc. Todos ellos tuvieron que ver con la Inquisición, pues se les acusaba de llevar a cabo sus curaciones mediante invocación o pacto con el demonio. Muchos de ellos, juzgados por la Inquisición, no consiguen superar las pruebas de tormento, y mueren en las cárceles (Román Ramírez, en la de Cuenca; Francisco de Córdova, en la de Toledo; Jerónimo Pachet, en la de Valencia). A otros se les impone penas más o menos leves, como a Gaspar Capdal, condenado en 1605 a pena de destierro ”por tiempo de cinco años”, pero ”privado de usar el oficio de médico por todos los días de su vida”. Mejor suerte tuvo un afamado médico morisco de Aragón, el Dr. Calabera, que no llego a tener problemas con la Inquisición, y que debió gozar de gran prestigio, ya que Aznar Cardona, cuyos comentarios, como hemos visto, revelan viva aversión hacia los cristianos nuevos, se lamenta no obstante de que no quisiera quedarse entre los cristianos, después de la expulsión ”por más que muchos se lo persuadimos”. No consintiendo pues el médico morisco, acabó por establecerse en Marsella, donde vivió con su suegro Manuel Granada, que era natural de Épila, otro yerno de este último llamado don Alonso Amuley, y un nieto de Granada, cuyos padres habían sido quemados en un Auto de Fe en Zaragoza.

Otros testimonios ponen de relieve igualmente la existencia de una minoría culta entre los moriscos. Así, en el siglo XVI, pervive en Granada un grupo selecto e ”ilustrado”, vinculado a la burocracia real y en torno a la cual se estructura la población morisca, de la que son esclarecidos representantes los moriscos Miguel de Luna y Alonso del Castillo, este último médico, escritor en árabe, y conocedor además del griego y del latín.

Almonacid de la Sierra (Zaragoza ), según el censo de 1600, observamos que la agrupación morisca formaba una sociedad típica del momento español, y en ella encontramos todas las profesiones necesarias a la vida social, albeitar, baile, cirujano, galeno, justicia, maestro de niños, etc. Por otra parte, en orden a las ideas religiosas, sabemos, por ejemplo que los Ovex, de familia morisca de Almonacid, debían de ser personas cultivadas y de raigambre y creencias musulmanas; de uno de ellos, Luis Ovex, se dice ”que tuvo muchos días encerrado a un hijo suyo con un alfaquí para que le enseñase cosas de moros”. Mercedes García-Arenal encuentra, entre los moriscos de Cuenca, un escribano, un cirujano y ”un adobador de brazos y piernas quebradas”. Fernández Nieva señala, en el censo de Llerena de 1594, la existencia de un boticario, un médico, un escribano, un procurador y un regidor. El obispo González Dávila nos dice que entre los mudéjares abulenses no pocos eran médicos, escribanos y boticarios, es decir, los elementos de una burguesía intelectual. Serafín de Tapia descubre una situación semejante, pues entre los moriscos aflora una burguesía local, con representantes en gran parte de los sectores claves de la vida ciudadana: los había escribanos públicos, médicos, boticarios, maestros de niños, mayordomos de alhóndiga, alcaldes de la Mesta y de la Hermandad, mercaderes que daban trabajo a numerosos fabricantes de paño, terratenientes, diputados del Común, y hecho aparentemente insólito pues invierte los papeles supuestos tradicionalmente, algunos moriscos aparecen como prestamistas de nobles y clérigos; pero, sin duda, uno de los datos más interesantes es el que se refiere al nivel cultural de los moriscos, que constituyen una comunidad muy alfabetizada (72,3% de media que saben firmar), comprobando con asombro que los moriscos, descendientes de los viejos mudéjares, habían logrado un grado de alfabetización incluso superior al de la población cristiano–vieja.

Pero el panorama cultural de la minoría morisca aparece notablemente enriquecido, si a estos datos unimos el testimonio que nos proporciona la intensa actividad literaria de los moriscos, de la que se nos conserva más de doscientos manuscritos aljamiados, a pesar de la persecución, por parte de la Inquisición, a los que escribían y propagaban sus propias obras, y a pesar de las inmensas pérdidas de su fondo bibliográfico (destrucción intencionada por parte de la Inquisición, abandono al azar cuando la expulsión, más otros muchos avatares y contingencias). A los moriscos, naturalmente, les estaba vedada la práctica y el estudio de las ciencias jurídico–religiosas, con ánimo de aparentarles de la doctrina islámica. Por eso no es de extrañar que la mayor parte de la producción literaria aljamiado–morisca, con el deseo de defender su fe frente a los ataques cristianos, sea fundamentalmente religiosa.

En efecto, la principal preocupación que se manifiesta en la actividad literaria de los moriscos, tal como se deduce de sus códices, es la religiosa, pero entendiendo ”religión”, no en un sentido estricto al estilo del mundo occidental, sino en su sentido totalizador, es decir, que debajo de dicho rótulo todo o casi todo tiene cabida: las creencias, precisiones sobre gestos y comportamientos, leyendas tradicionales ilustrativas, hechos de la vida profana, etc.. No es, pues, sorprendente que en estos códices se hallen más páginas dedicadas a lo que, desde nuestra perspectiva occidental, llamaríamos materia profana que a la materia propiamente religiosa, y esta circunstancia es la que presenta para nosotros su especial interés desde un punto de vista, no sólo testimonial, sino también literario. El interés, pues, fundamental del estudio de estos manuscritos estriba en permitir revelar lo que constituyó la auténtica atmósfera cultural y espiritual, que aunque comprimida por la vicisitudes de la época, se mantuvo y fue transmitida entre los miembros de la comunidad musulmana española de los siglos XV, XVI y XVII. La propia valoración que ellos hacían de su acervo cultural, religioso y moral contrasta, como es evidente, con la de sus detractores, clave que celosamente guardaron, que hoy nos permite comprender mejor la actitud general que en su entorno se producía, y eslabón aún hoy, poco conocido, de usos de nuestra lengua y literatura que los moriscos hubieron de sintetizar. Estamos, pues, muy lejos de esa transcendencia absoluta proclama por el dogma cristiano y afirmada por las filosofías occidentales. Por el contrario, uno de los aspectos esenciales de la sacrilidad islámica es la de estar íntimamente ligada a las actividades ”profanas” del creyente. Y como es natural esta especial concepción es la que se refleja en la literatura aljamiado–morisca.

Efectivamente, bastará recordar algunas de las producciones literarias más importantes de los moriscos para poner de relieve las afirmaciones anteriores: Dentro de la abundante narrativa aljamiada (novelas, cuentos, leyendas) cabe señalar: el abigarrado Recontamiento del rey Alisandre, publicado por A. R. Nylk, en el que narran las fabulosas aventuras que la tradición musulmana atribuye al mítico Alejandro Magno, en donde no faltan montes, aves y árboles que hablan, ciudades flotantes, fieras espantosas, ríos de piedras preciosas, y toda clase de objetos extravagantes; la novela titulada El arrepentimiento del desdichado, colección de estampas e historias realistas, reflejo de la vida española del siglo XVI, hilvanadas mediante la ficción de un viaje que realiza el descarriado por el camino amplio y fácil del mundo, por el que va asomándose a la vida entretenida de una gran ciudad (representaciones de comedias, escenas amorosas, galanteos a la orilla del Guadalquivir, saraos, fiestas de sociedad, etc.); La historia de los amores de París y Viana, editada y estudiada por mí, una de las novelas caballerescas de mayor éxito en la Europa occidental, y que servía para deleitar igualmente a los moriscos; el Libro de las batallas, que publiqué y estudié en otra ocasión, conjunto de composiciones épico- caballerescas, tradicionales y maravillosas, en que se narran, noveladas, las expediciones guerreras de los primeros tiempos del Islam, y en la que la triunfal epopeya de los comienzos del Islam va enriqueciéndose, al rodar de la tradición, con elementos fabulosos, hasta llegar las versiones moriscas; la deliciosa novelita titulada El baño de Zarieb, cuya acción se sitúa en Córdoba, pero cuyo original árabe encontramos en autores orientales como Yaqut, según demostró don Miguel Asín, pero que supera, sin duda, a sus modelos orientales al introducir curiosos pormenores acerca de la vida doméstica de los musulmanes andaluces en los años de mayor esplendor del califato, ya que la acción se sitúa en la época de Almanzor el Victorioso; la Leyenda de Yuçuf, en la que se narra, como en el poema del mismo nombre del mismo nombre, la historia de José, hijo de Jacob, según la versión coránica; la Leyenda de Muça con Yukub el carnicero, que puede relacionarse con El condenado por desconfiado de Tirso de Molina, según a puesto de relieve R. Menéndez Pidal; la Leyenda de los dos amigos, de origen oriental y que encontramos ya en el Decamerón de Boccaccio; la Leyenda de la doncella Arcayona, que narra el tema tradicional de la muchacha inocente falsamente acusada, a quien se le amputan las manos y es conducida a un bosque para ser matada o exiliada; la Leyenda del alárabe y la doncella, en que se cuenta la patética historia de la niña que al nacer debía ser degollada, conforme a la práctica del regalo de la espada; el Recontamiento de Tamim Addar, compañero de Mahoma, que tras un viaje a la región de los genios regresa a nuestro mundo para explicar sus vivencias, y que parece uno de los más bellos relatos de Las mil y una noches; la Estoria de la ciudad de Al latón y de los alcáncames, basada en un cuento bien conocido de las mil y una noches ; la Leyenda del milagro de la luna, en la que se narra el fabuloso portento de Mahoma, que, en presencia del rey Habib, hace desaparecer y volver a aparecer la luna, la hace descender para adorar la Caaba y dar siete vueltas a su alrededor, penetrar por una manga del profeta y salir por la otra, etc.; la Leyenda de Alidajal el malo y el día del juicio incluida en el Al-kitab de Samarqandi, y que relata la historia, según la interpretación musulmana, del Anticristo, que vendrá a la zaquería del mundo, y de las tribulaciones del juicio final.

Con esta leyenda, precisamente, entramos en otro gran capítulo de la literatura aljamiada, el que trata de temas escatológicos, y en que podemos reunir toda una serie de escritos en los que se recoge el conjunto de creencias y doctrinas musulmanas, con notables amplificaciones moriscas, referidas a la vida de ultratumba. Recordemos aquí la Estoria del día del juicio, repetida en varios manuscritos, en la que se nos describen los caminos de la gloria y del infierno, o la Ascensión de Mahoma a los cielos, leyenda también muy difundida e impregnada de poética belleza, según la cual el profeta a caballo de Alborac, sube, como el cantor de Beatriz, de círculo en círculo celeste, los recorre triunfalmente, ve ante sus ojos cómo se desgarra el velo que cubre el rostro de Dios, y siente sobre sus hombros la gélida presión de la mano divina al posarse en ellos al instante.

Otro interesante capítulo es la literatura aljamiada comprende una serie numerosa de narraciones que se refieren a diversos personajes bíblicos, según la interpretación coránica de los mismos, amplificada por la tradición musulmana y las nuevas aportaciones moriscas. Entre estas narraciones debemos recordar las siguientes: La leyenda de Ibrahim (o Abraham ), la Historia del sacrificio de Ismael, Las demandas de Muça (o Moisés), la Leyenda de Muça con la paloma y el halcón, la Historia de un juicio de Çulayman, o las numerosas leyendas sobre la vida de Jesús, Nacimiento de Iça (o Jesús), Historia de Iça y del hijo de una vieja, Jesús y la calavera, Historia que acaeció en tiempos de Iça, Jesús resucita a Sem hijo de Noé, Historia del rey Jesús, etc.

Todas estas narraciones, juntamente con las que se refieren a la vida de Mahoma o la de la de algunos de sus más fieles compañeros, como el Libro de las luces, genealogía y biografía del profeta, la Historia del nacimiento de Muhammad, el Recontamiento  de la muerte del escogido Muhammad, la Leyenda del lagarto que hablo a Muhammad, la Leyenda de la muerte de Bilel ybnu Hamamah, pregonero del annabi Muhammad, la Leyenda de la conversión de Omar, el Recontamiento del hijo de Omar con la judía o la Leyenda del Çilman Alfaraçio, constituyen una especie de Historia Sagrada de los moriscos.

La literatura de viajes también tiene su representación en los escritos de los moriscos. En razón de la brevedad, sólo recordaré aquí dos piezas, que se encuentran en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París: el Itinerario de España a Turquía, y sobre todo los deliciosos Avisos para el caminante, en que se puntualizan las provisiones necesarias para un viaje, los lugares difíciles, los que son peligrosos o los que, por el contrario, acogen con agrado a los moriscos, las ciudades en que se puede cambiar moneda, los puertos en que se debe embarcar, etc.

Más importante es el capítulo de la prosa didáctica, que comprende una serie interesante de obras, en las se trata de encaminar al lector hacia la vida recta y prudente conducta, tales como Los castigos de Alí, Los castigos de Alhaquim a su hijo, Los castigos del hijo de Edam, El libro y traslado de buenas doctrinas y castigos y buenas costumbres, o los preciosos Ejemplarios, de estilo medieval, como los que llevan por título Libro de preicas y exemplos y doctrinas para medecinar el alma y amar la otra vida y aborrecer este mundo o Castigos para las gentes, que comienzan por estas palabras: ”Éste es el libro de grandes predicaciones y castigos y dexemplos para las gentes”.

Pero los moriscos, atribulados por su condición de pueblo sojuzgado, gustaba también de otro tipo de escritos que les abrían puertas de esperanza a su desdichada situación, y algunos, como el más notable de los emigrados a África, el poeta llamado el Maestro Juan Alfonso, exclamaba sañudo contra los españoles:

Cuerbo maldito español.
pestífero canzerbero,
qu´estás con tus tres cabezas
a la puerta del ynfierno;

apostrofaban a España llamándola ”quebrantadora de las cosas que juraste”, y a los eclesiásticos ”lobos robadores sin bondad, su oficio es soberbia y grandía y sodomía y luxuria y blasfemia y reneganzas y pompa y vanagloria y tiranía y robamiento y sinjusticia”. Con menor acritud otro morisco exclamaba:

Razón duerme,
rayzión bela,
justizia falta,
malizia reina.
                  
Y para remediar tantos males, veían en la pujanza de las armas turcas, que durante el siglo XVI amenazaban Europa, la liberación de su estado, para lo cual utilizaron ciertos ”plantos” y profecías atribuidas a San Isidoro, que corrían por Castilla en esta centuria, y que, acomodadas a su intento, anunciaban la destrucción de España por obra de los turcos. Y para desvelar los secretos de cada día y prevenirse de los infortunios cotidianos, circularon entre los moriscos libros y tratados de creencias populares como el Libro de dichos maravillosos, extraordinario tratado que contiene un conjunto asombroso de recetas mágicas, fórmulas y signos cabalísticos, conjuros, adivinaciones, prácticas supersticiosas de todas clases, etc., aplicables a multitud de fines; el Libro de las suertes, compendio en el cual se explica el medio de averiguar el resultado favorable o adverso que tendrá cualquier asunto o empresa que se vaya a iniciar; el Alquitab del conto de D–l–qarnain, libro de sortilegios y pronósticos, resto del juego u oráculo de los dardo de los árabes antiguos; el Libro de los sueños, tratado de oniromancia; más toda clase de conjuros diversos, adivinanzas por el ”cuento de los nombres”, remedios contra las calamidades de la naturaleza, etc.
                                                                                            
Pero los moriscos no estaban abandonados sólo a estas prácticas supersticiosas. El carácter religioso, que separaba a los moriscos de los hispano-cristianos, da lugar a un abundante literatura de polémica anticristiana o antijudía, que han estudiado Louis y Denise Cardaillac. Y para mantener viva la llama de la fe musulmana, escriben numerosos tratados sobre la creencia y los principios de la religión del Islam, siguiendo, por lo general, la doctrina tradicionalista de Malik, dominante en África y en la España musulmana, sin que por eso dejara de ser explicada también la de Abu Hanifa, preferida por los turcos, y más racionalistas.

Los espíritus religiosos más exaltados, entre los moriscos, cultivaron la literatura ascética y mística. Buen ejemplo de ello son los escritos del morisco conocido con el nombre de el Mancebo de Arévalo, y cuyas obras, la Tafçira o exposición de preceptos, ritos y tradiciones musulmanas, y el Sumario de la relación y el ejercicio espiritual según la doctrina de Algacel y otros místicos musulmanes, son de sumo interés para el conocimiento de la historia y de las creencias religiosas de los moriscos españoles durante el siglo XVI.

Religión y derecho, por otra parte, son materias apenas separables en la sociedad musulmana, como nos pone de relieve la propia Tafçira del Mancebo de Arévalo. No obstante la literatura propiamente  jurídica está representada individualmente por una serie de documentos notariales, en los que se recogen detallados negocios jurídicos realizados por diferentes moriscos (compra–ventas, préstamos, arrendamientos, herencias, contratos matrimoniales, etc.), que fueron editados y estudiados por Hoenerbach, y que son reflejo de la vida civil real de los moriscos, así como por varios compendios doctrinales entre los que podemos citar las Leyes de moros, publicadas por Gayangos, y El Atafría de Ibn Jalab.

Además de esta abundante producción prosaria, la actividad poética de los moriscos nos proporciona, ya en el siglo XV, una de las más importantes muestra de la literatura aljamiada: el Poema de Yuçuf, escrito en cuaderna vía, que narra la historia bíblica de José según las amplificaciones introducidas por la exégesis coránica a la sura 12, y que fue publicado y analizado detalladamente por R. Menéndez Pidal. Algunos de sus pasajes no desmerecen, en calidad poética, de las obras de Berceo o de otros autores del mester de clerecía: cuando los hermanos de José logran del padre el permiso para llevarse con ellos al muchacho, dice, por ejemplo, el autor del Poema:

Atanto dixieron de palabras piadosas,
atanto le prometieron de palabras fermosas,
qu – él les dio el niño i díxoles sus oras,
que lo catase Allah de manos engañosas.

Del mismo siglo que el Poema de Yuçuf es la Almadha de alabança al annabi Muhammad, escrita igualmente en cuaderna vía, y que comienza con la misma estrofa que el Poema:

Los loores son ad – Allah, el alto verdadero,
onrado i cumplido, señor muy derechero,
señor de todo el mundo, uno solo i señero,
franco, poderoso, ordenador certero.

Esta obra en alabanza de Mahoma conoció diversas recensiones que culminan en 1603 con la Historia genealógica de Mahoma del más conocido poeta morisco, Muhammad Rabadán, natural de Rueda del Río Jalón, en la que ofrece una versión libre de la obra que compuso en árabe Abu–l–Hasan al–Basrí. La inspiración de Rabadán modula sus tonos con admirable facilidad, y usa, por ejemplo, de sabios colores cuando el ángel de la muerte viene a albriciar a Abraham de parte de Dios:

Yo soy quien mi nombre temen
quantos memoran mi nombre,
desde la más baxa tierra
hasta las más altas torres.
Yo soy el que nadi esenta
de mis amargas pasiones:
A todos los hago iguales,
a los grandes y menores,
desde el labrador más baxo
al emperador más noble,
y desde el más alto rey
a los más baxos pastores.
Yo soy la sola atalaya,
que a mi vista no se asconde
criatura que alma tenga,
ni cosa que vida goze ;
el que las copiosas huestes
acaba, deshace y rompe ;
y el que los cuerpos despoja
de sus amados arrohes …

Otro poema morisco escribió también, en verso, un relato de la peregrinación a la Meca: Las coplas del alhichante del Puey Monzón, que publicó Mariano Pano. Poeta morisco, de nombre conocido, muy antiguo es Mahomat al–Xartosí, del cual nos queda testimonio en el Cancionero de Baena.

Otros poetas moriscos, cuyos nombres conocemos, son también el ya citado Juan Alfonso e Ibrahim de Bulfad, ”beçino de Arjel, çiego de la bista corporal, y alumbrado de la del coraçón y entendimiento”, según reza el encabezamiento de su manuscrito, y que expuso, en quintillas, la doctrina musulmana, de las cuales citaré estas encaminadas a probar la existencia de Dios:

Y el testimonio de aber
Señor Dios forçossamente,
es lo criado, y tener
color, tiempo y fallecer,
como el vivir de la jente.
Pues ya en lo criado bemos
no ay obras sin causador:
de donde claro entendemos
que aqueste ser que tenemos
sin duda tiene obrador.

En la ”comentaçión” hecha a este tratado explica la difícil cuestión del libre albedrío en esta octava:

Y pues que Dios el escoger te á dado,
aunque no te lo dio absolutamente,
pues con el entendimiento te á criado
dándote natural tan exçelente,
mira a quál de los dos te as ynclinado,
quál te pareçe qu´és más combiniente:
goçar de vida eterna y bien eterno,
penar para siempre en el ynfierno.

Otros poemas anónimos dignos de mención son unas Coplas en alabança del –adí del –aliçlam, en zéjeles híbridos:

Allah ya rabí,
Ya Muhammad darabí,
Ya verdadero annabí,
de arabí, de arabí.
Es Allah solo y señero,
de sin ningún aparçero,
y Muhamad su mensajero,
que todo fue verdadero
i el – aliçlam mi adín.
Allah ya rabí     
ya Muhammad darabí,
ya verdadero annabí
de arabí, de arabí ;

Las sentencias tituladas Dichos de sabios, atribuidas a los supuestos tradicionalmente sabios de Grecia, que comienzan así:

Mírate todos los días
que vivieres al espejo ;
toma de mí este consejo.
Si juzgas qu – estás hermoso,
sin hallar en ti çoçobras
pareççan a ti tus obras.
Como a tus padres tratares,
bien o mal con letijo,
eso espera de tus hijos.
Cuando tuvieres riqueza
para que tengas abrigo
gana con – ellas amigos.

El arte de la literatura aljamiado–morisca es, ciertamente, elemental y sobrio, pero no por eso menos flexible y expresivo. No encontramos en él la variedad estilística ni la complejidad que ofrecen las obras eruditas. Sin embargo, algún crítico, especialmente sensible y experto, gran conocedor del pensamiento semítico, como Leopoldo Azancot, ha sabido apreciar los especiales encantos de la prosa aljamiada, por ejemplo, del Libro de las batallas: ”Aparte de su valor literario y de su capacidad para provocar una muy especial ensoñación poética … este conjunto de composiciones épico–caballerescas, tradicionales y maravillosas, que narran de modo novelado las primeras expediciones guerreras del Islam, sorprenderán a los lectores con su desabrida fantasía”. En otras ocasiones yo he ejemplificado con textos del Libro de las batallas el valor literario de la obra morisca. Pero creo ahora que el juicio de Leopoldo Azancot es lo suficientemente expresivo por lo que pienso que no es necesario, en esta ocasión, recordar estos pasajes del notable libro morisco. Sin embargo, no me resisto a citar aquí un pequeño testimonio del Libro de las batallas, así como algún otro ejemplo, extraído al azar, de otros textos aljamiados.

Del primero recordemos un bellísimo pasaje, en que el viento es portador de nuevas como en el grant chant courtois:

“I fincó así Halid. I cuando vino la noche sobr – él, alçó su cabeça enta el çielo, i paró mientres a las estrellas mecçladas unas con otras ; i cuando durmieron los ojos, i no fincó en las casas (cielo y tierra )sino el vivo mantenible, i pasó sobr – él un aire de parte de sol poniente enta el sol saliente ; i púsose a dezir aqueste asi´ra (= verso ): – Cuando oyrás, ¡ ya ayre !, quien hará a´ssala (= oración )sobre Muhammad, ¡ por Allah !, ¡ ya ayre !, que los vesites a mis amados, y llegáles de mi el – aççalam (= saludo) ennobleçido de parte mía, que yo soy deseant a ellos.

En otro caso, en el Recontamiento del rey Alisandre, traducción aljamiada del árabe, se describe así con expresiva belleza el episodio de las ciudades bíblicas de Gog y Magog de la siguiente forma:
 Dixeron:
¡ Ya Du – l Qarnayni ! (Alejandro Magno) que los de Juji (Gog) i Majuji (Magog) son afollantes en las tierras: ¿ea si ponemos a tú rendas (tributos) sobre en que pongas entre nos i ellos açud (muralla)?
Dixo:
Lo que m´á dado lugar mi señor es mejor: ayudadme con fuerça, i porné entre vosotros i entr – ellos açud (muralla); empero, venidme con azoras (trozos) de fierro fasta que cuando será igualado entre las dos montañas, dixo:
Suflad en – él.
fasta que cuando lo pusieron caliente, dixo:
Venidme, i vaciaré sor – él cobre regalado (derretido), i no podrán ende mostrarse, no podrán a él foradar.
Nótese, de una parte, el empleo de la palabra tradicional regalar ”derretir”, que, con sus vocales abiertas, es mucho más sonora y poética que el término correspondiente fundir: cobre fundido puede ser un tecnicismo de Altos Hornos; cobre regalado lo dice un poeta.

De otro lado, he aquí algunos pasajes, de indudable valor poético, de una obra de libre invención, no traducida del árabe, el Sumario de la religión y ejercicio espiritual del Mancebo de Arévalo:
"Ea suavísimo criador de toda cosa, morteficad en mí todo lo que a vos plaze, y – apartad de mí todo lo que infiçiona, vuestro querer ; dadme umildad establé dadme, Señor alegre mansedumbre, Señor, dadme pazencia ençendida en caridad ; Señor dad a mi lengua y – a todos mis miembros i sentidos corporales una perfeta i santa continencia ; Señor dadme pureza, desnudeç i libertad interior, y entendimiento i íntimo recoximiento ; regalad i conformad mi espíritu en vuestro íntimo querer ; i porque yo no soy çufiçiente para alabaros, quered vos, Señor perfectamente ser alabado. En mi estoy, Señor çierto que si en mí sólo estuviera todo el amor de tus criaturas, que a vos sólo, mi grande Allah, lo daría con íntimo y puro coraçon. ¡O Señor, Allah, amado,prençipio mío! ¡ O esençia suavemente sençilla i serena ! ¡Ya agradable ! ¡O abismo suave i deleytoso i deseable ! ¡O alegría i suave luz de todas las almas ! ¡O río de estimable deleyte ! ¡O piélago de nefable consuelo ! ¡O afenidad plenísima de todos los bienes! ¡O Señor de toda abastanza!."





“Una de las prençipales ecçelençias que tiene la oraçión es que se puede ejerçitar en su contenplaçión todos awtos virtuosos… Allí es neçesario ya que acuda y – entrevenga todo awto de virtud i prudençia, porque allí el onbre se umilla ante aquella soberana majestad, allí afirma su esperança, allí cree, allí espera, allí ama, allí teme, allí reverençia, allí alaba, allí da graçias por los benefiçios reçibidos, allí se refina y – ofrece ante la suma bondad, allí se acusa y – allí se arrepiente de sus pecados, i allí propone la imienda d – ellos, y – allí se refirma, y – allí en su determinación para todobienefiçio espiritual ; allí pide graçias y – esfuerço ara todo el bien de su alma ; y – allí ruega, no solamente por sí mismo, mas aun por todos sus bienquistos, vivos y muertos, ejerçitando en esto las obras de virtud”.











 Y como ejemplo de un estilo barroco recordemos este párrafo:        






Agamos, Señor, un tal echo, si vos plaçe, que vos, Señor, tengais cuidado de mi alma, I yo tendré uçida mi poemança, cuanto abaste mi poderío, i la que no vuelva más enta a infusión cuando os ampare de tal manera, que todo sea convertido en vuestro dulcísimo amor. ¡O vida sin la cual no vivo ! ¡O lumbre sin la cual ando en tinieblas!”.
Finalmente, recordemos cómo describe la Mora de Úbeda el lugar dónde habita Jusef Benegas, convirtiendo la vulgar dirección postal de una persona en un bello pasaje poético:







“Es una morada en la cuesta de la iguera, una lengua de Granada, a donde tiene una alquería, la más adornada que ay en todas las límites d – esta nuestra vega”.
         
Ahora bien, si la mayoría de los textos de la literatura española aljamiado–morisca es de estilo tradicional, también entre los moriscos se practicó deliberadamente un tipo de literatura individual más artificiosa, al que podemos y debemos aplicar sus propios y peculiares métodos. Tal es el caso (además de los pasajes citados del Mancebo de Arévalo) de un notable soneto de un morisco expulsado de Túnez, más conceptista que barroco, que bien puede figurar al lado de los más dignos de nuestro siglo de Oro:
Dios, que a los suyos padeciendo mira
muerte en la vida y en el cuerpo ynfierno
por pecados de padre sin gobierno
por la causa que a su globo admira,
alça la ardiente espada de su yra ;
y como criador y amante tierno
no es, siendo eterno, en la bagança eterno,
que al descanso piadoso la retira:
Del Faraón de Spaña ablanda el pecho,
y a su pesar les da en el mar camino,
que stá de berde flores prado hecho:
y en buestro yngenio raro y peregrino
dándole luz de Dios tanto probecho
que ya no soys mortal, sino dibino.
                          
En otra ocasión he comentado, con mayor o menor fortuna, este poema de la misma forma que habría comentado, por ejemplo, un soneto de Quevedo o de Góngora. Y es evidente que nuestro morisco sale airoso, y bien airoso, de la prueba crítica.

Por cuanto acabamos de ver, creo que no se puede hablar de una pérdida de la identidad morisca. Por el contrario una elite culta mantuvo viva la llama cultural islámica, que fue celosamente transmitida entre los miembros de la comunidad musulmana. Por tal razón F. Braudel piensa que la expulsión tuvo lugar porque el morisco se mostraba irreductible a la religión y a la cultura dominante en España. Sin embargo, frente a esta opinión, cree recientemente F. Márquez Villanueva que el morisco era dúctil, y que en trance de asimilación, practicaba una religión residual:

“El islamismo de los moriscos estaba sometido a inexorable desgaste y con frecuencia no iba más allá de la abstención de carne porcinas y las degeneraciones supersticiosas tan ampliamente acogidas en la biblioteca aljamiada. Aislado y carente de jefatura intelectual, el Islam español se hallaba herido de muerte”.
Una disyuntiva, planteada en tales términos extremos, es, a mi juicio, demasiado simplista. La realidad es indudablemente mucho más compleja.

F. Márquez Villanueva, en el párrafo anteriormente citado, alude a la ”biblioteca aljamiada”, en donde, según él, aparecen ampliamente acogidas las degeneraciones supersticiosas. Creo que es un juicio equivocado, fruto de falta de información. Por lo que se deduce del aparato crítico de su obra, la única fuente que F. Márquez Villanueva utiliza en relación con la literatura aljamiada es el viejo y superado discurso de E. Saavedra, en donde se afirma que los moriscos veían ”su esperanza alentada con la Alguacía, así como con ciertos pronósticos, tomados ya de jofores arábigos de los Alpujarreños, ya de ciertos llantos y profecías atribuidas a San Isidro, que corrían por Castilla durante el siglo XVI”. Pero a este respecto hay que notar que los jofores a que alude Saavedra no pertenecen a la literatura aljamiada (pues son mucho más antiguos), y los llantos y profecías (Profecías de Fray Juan de Rocaçia, Profecía de Sat Esidro, Llanto de España, etc.), como bien indica Saavedra, corrían por la España cristiana, y su cultura pertenecían, pues los moriscos, como añade Saavedra, sólo hicieron acomodarlas a su propio intento. He aquí un pasaje de la Historia de Carlos V, de P. de Sandoval, que acredita este extremo:
“Estavan las cosas de España tan turbadas, los hombres tan desatinados, que no parecía sino açote del cielo, y que venía sobre estos reynos otra destrución y acabamiento peor, que la que fue en tiempo del Rey Don Rodrigo. Creyan en agüeros, echavan juyzios y pronósticos amenazando grandes males. Inventaron algunos demonios no sé qué prophecías, que dezían eran de San Isidro, Arçobispo de Sevilla, otras de Fray Juan de Rocacelsa …, y otros Dotores…, Llantos o plantoso que lloró San Isidro sobre España. Y en todas ellas tantos anuncios malos de calamidades y destrucción de España, que atemorizavan las gentes, y andavan pasmados. Helas visto y leydo, y sontantos los desatinos que tienen,que no merecen ponerse aquí… Particularmente creyan los ignorantes en unaque dezía, que avía de reynar en España uno que se llamaría Carlos, y que avía de destruir el Reyno y assolan las ciudades. Pero que un Infante de Portugal le avía de vencer, y echar del Reyno … Tales obras haze la pasión ciega, y tales desatinos persuade”.
Por tanto las ”degeneraciones supersticiosas” eran acogidas, por igual, por cristianos viejos y cristianos nuevos. Pero es que además la literatura aljamiada en general, y la mística y religiosas en particular, como he señalado anteriormente, va mucho más allá de esos anecdóticos textos que señala Saavedra.

En otro caso, hemos de tener en cuenta que F. Márquez Villanueva menciona, en dos ocasiones, en cita general sin especial contenido, al P. Longás: ”en avance por la senda que en su día abrieron Saavedra, Ribera, Asín y el P. Longás”. Pero lo curioso es que, a pesar del crédito que concede a estos arabistas, no utiliza la bibliografía de ninguno de ellos, y el P. Longás es autor de una obra fundamental, La vida religiosa de los moriscos, (en donde se estudia el problema ”de modo inmejorable” según criterio de J. Caro Baroja), que si la hubiese consultado F. Márquez Villanueva, sin duda habría opinado de otra forma, pues, utilizando como única fuente los textos aljamiados, analiza el P. Longás minuciosamente la vida religiosa de este grupo minoritario, y llega a la conclusión de ”la persistencia de los moriscos tanto granadinos como valencianos y aragoneses, en las prácticas musulmanas…, no obstante las disposiciones restrictivas de libertad, adoptadas por reyes y prelados, y la función fiscalizadora del Santo Oficio”, lo que es prueba para el P. Longás de la ineficacia de los procedimientos empleados para que aquellos se instruyesen en la fe verdadera y la abrazasen”. Y resume así la actitud de los moriscos respecto a su propia religión:

“Fortuna ha sido que de esa literatura aljamiada aún se conservan suficientes materiales para reconstruir el cuadro de su vida religiosa que forzosamente hubo de desenvolverse entre sombras y de esquiva manera: no podía ser otra la conducta de quienes, aun habiendo recibido el bautismo y comenzando a profesar en apariencia la fe cristiana, mantenían viva e incólume en sus almas la creencia en el Islam. Las leves diferencias o pequeñas omisiones que los moriscos introdujeron en la observancia de las ceremonias del culto mahometano, nada prueban en contra de su exaltado sentimiento religioso; y atendidas las trabas que a su libre ejercicio les fundo arraigo del Islam entre”.
Es cierto que muchos moriscos pertenecientes a las capas culturales más bajas, reducirían al mínimo sus prácticas religiosas, pero no en menor medida que lo harían los cristianos viejos más incultos con respecto a su religión cristiana. Es vano, sin duda, pretender encontrar en todas las capas sociales creencias religiosas arraigadas. La religiosidad, y en general el grado de cultura de un pueblo, debe medirse según la actividad y producción de la elite intelectual.

Sentados estos principios, creo que el problema de las causas que determinan la expulsión de los moriscos deberá matizarse con rigor y finura.

Efectivamente, en el proceso de integración, que no de asimilación, de la minoría morisca hemos de distinguir dos etapas diferentes, en un desarrollo de ida y vuelta. En un primer momento parece evidente que hubo, sin duda, algunos moriscos que abrazaron sinceramente la religión cristiana, y desde su nueva situación trataron de reducir las diferencias externas más notables entre las dos religiones monoteístas, como ya he tratado de poner de relieve en otra ocasión. Es también evidente, que bajo las mismas circunstancias, muchos moriscos creyeron en la posibilidad de integrarse, sin perder su personalidad y manteniendo sus hábitos y costumbres, dentro de la mayoría cristiana. Pero este intento de integración, que, insisto, no de asimilación de una parte de la sociedad española y de sus representantes más intransigentes. Las clases populares veían en los moriscos un grupo social competente, sólo defendido por la alta burguesía y la nobleza. Las autoridades estatales, ávidas de ingresos crecientes, a las tasas que debían de pagar los moriscos, en tanto que descendientes de los mudéjares, se les agrega bien pronto nuevas cargas, como la farda, que sólo debía ser pagada por los cristianos nuevos, y que fue creada en 1510. Esta desigualdad fiscal, unida a la intransigencia de las clases inferiores, determina que, al fin, los moriscos pierdan toda esperanza de reconocimiento de la igualdad social, dentro de las diferencias culturales específicas, lo que les lleva a revitalizar las creencias religiosas y centrar su actividad humana en la adquisición de la riquezas para con ellas lograr, si no el reconocimiento social, al menos el bienestar personal. Eso explica actitudes como la del Mancebo de Arévalo, que, después de haber sido su madre cristiana durante treinta años, como él confiesa, y haber recibido, sin duda, una educación clerical (como prueba sus latines y hebreos), decida, después de la mitad del siglo XVI, convertirse en ferviente propagandista del Islam, por medio de sus apasionados escritos. O actitudes como la del famoso poeta Juan Alfonso, aragonés, que, siendo hijo de cristianos nuevos, decide abandonar una posición económica cómoda, emigra a Tetuán, para volver a sus viejas raíces islámicas, ”y dexando rentas exçeçibas, se contentó con el trabaxo de la persona, ocupado en ganar su sustento miserable”.

Pero sin duda, el testimonio más significativo de esta reacción es la eclosión de la literatura aljamiado–morisca, que se produce precisamente en la segunda mitad del siglo XVI, y especialmente en el último cuarto de esa centuria. Después de las primeras manifestaciones de la literatura aljamiada, durante el siglo XV, sigue un largo silencio, que corresponde, sin duda, al período de sincero intento de integración por parte de los moriscos. Pero cuando la población morisca se vio rechazada socialmente, y perseguida por la Inquisición, reacciona reafirmando y reavivando su identidad islámica, y por ello reemprende una intensa labor literaria, con ánimo de adoctrinar y mantener viva la fe lo que, sin duda, determino su expulsión definitiva.

En resumen, frente a los que, como Márquez Villanueva, mantienen la tesis tradicional y ofrecen la imagen de un morisco sin personalidad, en vías de asimilación, yo he defendido desde siempre, y defiendo ahora, la realidad de una comunidad morisca, en la que aflora una élite ilustrada, compuesta de todos los elementos de una sociedad burguesa, sociedad que en algunos aspectos supera incluso a la de los cristianos viejos, como en el grado de alfabetización de algunas regiones, y, sobre todo, en la práctica de la medicina, que obtiene éxitos tan notorios como la curación de Felipe III, desahuciado por los médicos cristianos–viejos.







Álvaro Galmés de Fuentes (Madrid, 11 de noviembre de 1924 - 2003). Romanista y arabista. Sobrino nieto y discípulo de Ramón Menéndez Pidal. Licenciado en Filología Románica (1947) y doctor por la Universidad de Madrid (1954). Entre 1945 y 1947, cursó estudios de lengua árabe, en la sección de Filología Semítica de la Universidad de Madrid, con Emilio García Gómez, y entre 1950 y 1951 amplió su formación en la Universidad de Zúrich, bajo la dirección de Arnold Steiger. Fruto de estos estudios fue su tesis doctoral Influencias sintácticas y estilísticas del árabe en la prosa medieval castellana (1956). En 1957, obtuvo la cátedra de Filología Románica de la Universidad de La Laguna y en 1962 desempeñá la de lengua y literatura árabe en la Universidad de Oviedo. Dirigió el Instituto Español de Cultura de Múnich (1960-64) e impartió clases en la Universidad de Múnich. Ejerció como profesor invitado en las universidades de Wisconsin (1969) y Princeton (1975-76). En 1987, se trasladó a la Universidad Complutense de Madrid, donde ocupó la cátedra de Filología Románica. Autor de Cómo vive un romance(1954), Las sibilantes en la Romania (1962), Historia de los amores de Paris y Viana (1970), El libro de las batallas, narraciones caballerescas aljamiado-moriscas (1975), Romancero Asturiano (1976) y Épica árabe y épica castellana (1978). Vocal del Comité Internacional de Estudios Moriscos y miembro de honor de la Academia de la Lengua Asturiana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario