La asimilación andalusí en Marruecos (MARRUECOS 5)



Míkel de Epalza (1938-2008)
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos
Universidad de Alicante
                          
Fragmento de su magnífica obra Los moriscos antes y después de la expulsión. Madrid, Editorial MAPFRE, 1994.




Los moriscos, al llegar en masas demográficamente importantes a Marruecos, sufrieron particulares dificultades para su instalación. Su asimilación a la sociedad marroquí se hizo en etapas y con estructuras de acogida muy diferentes de las que habían acogido a los andalusíes anteriores a la gran expulsión de 1609-1614. Los ejemplos de Tetuán y Salé-Rabat lo muestran. Antes de estudiar algunos elementos de esa asimilación, conviene ya fijarse en esas diferencias históricas. Algunos de esos elementos van a tener un papel positivo en el proceso posterior de asimilación de los moriscos. Otros, en cambio, muestran que los tiempos habían cambiado y que los propios moriscos planteaban problemas específicos, que no habían tenido sus predecesores andalusíes inmigrantes en Marruecos.
     La primera inmigración masiva había sido la de los cordobeses expulsados tras la revuelta del Arrabal, a principios del siglo IX. Es paradigmática. No encuentran estructuras de acogida, pero las crean. Crean la ciudad de Fez, con otros elementos que les equilibran: una dinastía local de antecedentes orientales, la de los idrisíes; unos inmigrantes bastante arabizados, los cairuaneses; una población local de origen rural, que se asimilarán lentamente a la nueva estructura urbana que representa la ciudad de Fez, capital ininterrumpidamente durante doce siglos. La comparación entre la creación en la sociedad tradicional marroquí de una ciudad europea de estructura oriental, en la Fez del siglo IX, y la de una ciudad europea de estructura occidental, en la Salé del XVII, es reveladora de semejanzas y diferencias.
     En los dos casos, los andalusíes crean una estructura urbana, con su pluralismo en el que pueden insertarse aunque sean minoritarios, donde conviven con la población local mayoritaria y a la que atraen elementos foráneos como ellos mismos, que equilibren con su presencia el binomio fundacional de marroquíes y andalusíes. En Fez dejarán la mayoría del poder a fuerzas locales. En Salé lo monopolizarán durante un tiempo, pero acabarán reconociendo la autoridad del sultán e integrándose en esa sociedad como un elemento más, igual que en Fez ocho siglos antes. La diferencia principal estaría no tanto en los rasgos profundamente diferenciados de los andalusíes inmigrantes (tan ajenos al Magreb en el siglo VIII como en el XVII), como en su fuerza ante la sociedad marroquí, quizás mayor en las zonas costeras y periféricas del poder, en el caso de los moriscos, y absolutamente minoritaria en el caso de los cordobeses en el corazón de los valles del Atlas con poblaciones apenas islamizadas y arabizadas.
    A lo largo de muchos siglos, los andalusíes irán emigrando al territorio marroquí, en continuo goteo. Tendrán que adaptarse a la sociedad marroquí, que cada vez se parece más a la andalusí, al menos en sus estructuras urbanas. La asimilación no supone creación brusca de estructuras nuevas. Son las estructuras marroquíes las que van evolucionando, como las andalusíes, siguiendo un modelo urbano oriental. La creación de Marrakech como capital del imperio almorávide en el siglo XI y después del almohade en el XII sí que marcaría una aceleración en ese proceso doble: el de aumentar la capacidad acogedora de las estructuras marroquíes, aumentando sus estructuras urbanas de tipo oriental, igual que en Al-Andalus, y de integrar en esa sociedad urbana a una cantidad importante de andalusíes que favorecerán ese aumento de las características urbanas de la sociedad marroquí. Esta evolución culminará en el siglo XIII con la nueva inmigración masiva de andalusíes, cuando la caída en manos cristianas de grandes territorios y ciudades de Al-Andalus (Baleares, Valencia, Murcia, valle del Guadalquivir, Algarve). No parece que el proceso de asimilación fuera particularmente difícil, precisamente porque culminaba un proceso de inmigraciones andalusíes que se había iniciado dos siglos antes y que había preparado absolutamente la sociedad marroquí a recibir a esos andalusíes en sus estructuras urbanas que los inmigrantes precedentes habían contribuido a desarrollar.
     Por eso el goteo de andalusíes durante el siglo y medio siguiente, a partir del Reino nazarí de Granada y de territorios «mudéjares» ocupados por los cristianos, no supuso una particular dificultad para los andalusíes en Marruecos (aparte de los naturales traumatismos de toda emigración o instalación lejos de la sociedad de origen). La asimilación era fácil, en unas estructuras urbanas marroquíes abiertas a la diversidad de origen foráneo, como en la sociedad islámica de Al-Andalus.
     La asimilación de los andalusíes tras la guerra y caída de Granada, a finales del siglo XV, seguirá las mismas pautas que en el Marruecos post-almohade del XIII al XV. Pero junto a la asimilación por goteo de los siglos anteriores en las estructuras urbanas y periurbanas de la sociedad marroquí, se crearán de nuevo unas estructuras urbanas de acogida de los andalusíes, con asociación de fuerzas sociales locales y foráneas. Es el ejemplo de Tetuán-Xexauen, que hubiera podido multiplicarse en otros lugares costeros, de no ser por la política española y portuguesa de ocupación de todos los puertos magrebíes y especialmente marroquíes, sea para realizar unas futuras conquistas territoriales cristianas, sea para contener la actividad marítima y depredatoria de los musulmanes.
     En ambas estructuras urbanas  —la de Tetuán y poblaciones costeras, la de las capitales marroquíes del interior— irán asimilándose los moriscos que van pasando a Marruecos. Pero es evidente que hay un elemento nuevo: los musulmanes peninsulares del XVI son cada vez más diferentes de sus correligionarios marroquíes, por haber asimilado forzosamente muchos elementos culturales de la sociedad hispánica europea. No son como los andalusíes y granadinos de los siglos anteriores. Tendrán, por tanto, tendencia —al menos en una primera etapa— a integrarse en dos estructuras urbanas marroquíes más adaptadas a la asimilación de los extranjeros: Tetuán y su actividad corsaria, el ejército del sultán.
     Cuando venga la gran expulsión de 1609-1614, el traumatismo de la inmigración es tal que los moriscos tendrán que crear de nuevo unas estructuras urbanas de acogida, que serán una etapa social para su asimilación e integración en la sociedad marroquí. Será la ya probada ciudad asimiladora de Tetuán y su hinterland, en el Mediterráneo del estrecho, y la conurbación de Salé-Rabat, en el Atlántico.
     Estas estructuras urbanas «de acogida» cumplirán su función social e irán ellas mismas tomando formas más marroquíes, especialmente aceptando el poder político supremo del sultán y la mayor integración de elementos no andalusíes en su población.
     Éstas son las grandes líneas de las estructuras sociales que favorecieron el proceso de asimilación de los moriscos y demás andalusíes en la sociedad marroquí. Evidentemente, cada individuo, cada familia y cada grupo de inmigrantes, en sus diversas épocas y zonas de instalación, tuvo sus circunstancias propias. Pero el marco general permite comprender mejor los casos particulares.
     Este proceso de asimilación es, en líneas generales, muy semejante al de los demás andalusíes en los demás países del Magreb. Allí, el carácter militar y foráneo del gobierno turco otomano facilitó la inserción de los moriscos. Más aún, al crear casi de nuevo capitales y ciudades magrebíes, los otomanos pudieron contar a lo largo del siglo XVI con la colaboración de los moriscos que venían de España, como otros foráneos más, lo cual era una preparación para la traumática llegada masiva de los expulsados de 1609-1614. La situación costera de los centros de poder argelinos, tunecinos y tripolinos facilitó la operación de asimilación de los moriscos, como lo había facilitado en Marruecos la situación de Tetuán, Larache, La Mamora y Salé-Rabat. Los moriscos inmigrantes encontrarán también en esas ciudades portuarias elementos que facilitaron la asimilación: pluralismo de origen cultural, autoridades foráneas, fácil acogida de extranjeros, actividad militar por tierra y mar, actividades comerciales urbanas, apertura económica al exterior, etc.
     La comparación entre la situación de los inmigrantes moriscos o de los andalusíes en general, en todos los países del Magreb árabe, ilumina mucho el estudio de cada sociedad local en particular. Ha sido realizada en particular en varios estudios de John Derek Latham, de Muhámmad Razuq y de mí mismo. Se puede así advertir mejor las semejanzas y las diferencias de los casos locales particulares.
     Todos esos elementos tendrán también un papel importante en Marruecos, con algunas características que hay que estudiar separadamente.


1. Asimilación en estructuras urbanas y militares
     No se va a repetir aquí lo que ya se ha dicho sobre la necesidad que sintieron los moriscos, al igual que sus predecesores andalusíes, de tener en Marruecos unas estructuras urbanas que les acogiesen. Tampoco hay que subrayar cómo las crearon ellos mismos, cuando pudieron y cuando no las habían encontrado a su medida. Sólo hay que precisar un poco, a la vista de la poca documentación conservada, qué es lo que hay que entender por estructuras urbanas.
     Las estructuras que definen una ciudad musulmana son, como es bien sabido, la mezquita, el baño, el recinto y el zoco. Estos elementos se encontraban en muchas poblaciones magrebíes y, en cambio, faltaban en parte en España.
     La mezquita es el elemento religioso por excelencia de todo poblamiento musulmán. Pero sólo existía en el Magreb en las poblaciones de cierta importancia, y no en el campo como hoy en día. En España los moriscos habían vivido más de un siglo sin mezquitas. Tampoco es seguro que las hubiera habido antes en todas las alquerías o pueblecillos o en cada comunidad mudéjar de las grandes ciudades (por ejemplo, en Madrid del siglo XV, a pesar de algunas afirmaciones positivas modernas).
     En cambio cada población cristiana del XVII tenía muchas parroquias y conventos, además de las ermitas rurales, todas con su respectiva iglesia.
     Es por tanto muy lógico que los moriscos, al llegar a tierras islámicas, construyeran iglesias en las poblaciones y barrios de su nueva patria, para poder oír la llamada a la oración y tener un edificio propio para orar. Recuérdese el texto de Al-Háyari Bejarano, que comparaba la prohibición de la profesión de fe islámica en la España cristiana con la petición de pronunciarla en público en un mercado marroquí. Con más razón pedirían los moriscos vivir junto a un minarete del que se lanzaran a los aires la profesión de fe y la llamada a la oración y no el volteo de las campanas, generalmente malsonantes en tierras islámicas. No es por ello de extrañar la multiplicación de mezquitas, grandes o pequeñas, en los barrios de moriscos de las ciudades y pueblos magrebíes, como en Salé Nuevo (actual Medina de Rabat) o en Testur, en Túnez. Es perfectamente lógico que se pueda calcular a partir de las nuevas mezquitas de barrios las ampliaciones demográficas que se deben a los moriscos, en ciertos barrios o arrabales de las ciudades marroquíes donde se instalaron. No es seguro que una ampliación de la inmigración rural marroquí a las ciudades hubiera provocado esa misma necesidad de mezquitas.
     Lo mismo puede decirse de los baños, necesarios para las purificaciones que requieren las oraciones musulmanas. En España, los moriscos se habían visto privados de esas instalaciones, que son igualmente litúrgicas e higiénicas. En Marruecos harían sus baños de vapor o hammam para sus barrios, igual que en el barrio tunecino de andalusíes de Halfacouine, donde se fundó el Hammam Ar-Ramimi.
     Otro elemento urbanístico fundamental es el recinto. Es especialmente necesario en poblaciones que tienen razones de temer ataques. Los moriscos en Marruecos, temerosos de ataques cristianos en la costa y de ataques de beduinos del interior, vivieron generalmente al interior de recintos urbanos anteriores o crearon nuevos, como puede verse en Salé-Rabat, donde reforzaron unos o crearon otros.
     El zoco o mercado es también un elemento importante en el urbanismo musulmán, por ser lugar de encuentro e intercambio comercial. El Magreb conocía bien la institución, en su doble vertiente de mercado artesanal interior en las grandes ciudades o de mercado rural a las puertas de las ciudades o en llanuras rurales abastecidas de agua. Los moriscos traerán sus técnicas de producción, agropecuarias y artesanales, pero necesitarán mercados para vender sus excedentes de producción.
     En efecto, la mayoría de los moriscos provenían de unas estructuras económicas españolas en las que tenían que producir excedentes, para satisfacer las exigencias económicas de propietarios y autoridades y para satisfacer sus propias necesidades, en una sociedad de intercambios. En el Magreb, la economía de excedentes no estaba generalmente tan desarrollada y la economía, prioritariamente centrada en la subsistencia, dedicaba un margen reducido a los intercambios. De ahí también la predilección de los moriscos por las ciudades o las zonas periurbanas, donde se daba esa clase de economía, más próxima a la de la sociedad española de la que provenían.
     Esta realidad económica obliga a superar la mera realidad urbanística de mezquitas, baños, recintos y mercados para señalar el comercio como una de las realidades urbanas más importantes de la inserción de los moriscos en la sociedad marroquí. Si se asimilaron a la burguesía ciudadana de las ciudades marroquíes, grandes o pequeñas, aunque sólo fuera en las zonas rurales de los alrededores de las poblaciones, era porque esa forma de vida ciudadana tradicional islámica les era connatural. Tanto en las ciudades marroquíes como lo había sido en Al-Andalus y lo era en la España del XVI-XVII, los intercambios comerciales y la producción especializada que los permitía les era consustancial.
     En muchos casos esa estructura urbana de los intercambios les abrió camino hacia el gran comercio internacional, en los puertos costeros. Faltos probablemente de productos propios que comercializar, lo hacían con los frutos de la depredación del corso, para obtener beneficios, lograr adquirir lo que les faltaba y seguir intercambiando unos productos por otros.
     Es también en las estructuras urbanas de Marruecos donde se daba el pluralismo cultural que necesitaban para poderse asimilar a la sociedad marroquí sin perder del todo sus características culturales españolas. Ni hubieran podido asimilar de golpe las formas de vivir rurales ni la sociedad rural magrebí, semisedentaria aún en gran parte y beréberhablante, hubiera podido asimilarles en cantidades importantes, aunque sí consta que lo hicieron con algunos individuos, especialmente con mujeres.
     Hay que repetir que los moriscos eran extranjeros en el Magreb y que sólo podían sentirse relativamente a gusto en estructuras de integración que admitieran los cultemas extranjeros. Estaban en la misma situación que los «elches» o convertidos al Islam de origen cristiano, al menos en la primera generación de inmigrados.
     Esta situación se dio especialmente en el estamento militar marroquí de la segunda mitad del siglo XVI, como se habían asimilado los moriscos en el estamento militar argelino en la primera mitad del siglo.
     Ha sido muy estudiada la fuerza militar que supusieron para los sultanes saadíes los cuerpos de ejército de andalusíes, junto con los de origen europeo o «elches» y a los subsaharianos negros. Su común origen extranjero les hacía impermeables a solicitaciones de parcialidad familiar o tribal que no fueran las de la autoridad política que les pagaba. Por eso eran agentes predilectos de la autoridad, para mantener el orden del poder central o majzen. Eso les hizo también intervenir —o no intervenir— en las guerras civiles entre diversos candidatos al sultanato, a principios del XVII. Su neutralidad y quizás el que tendieran a favorecer sobre todo a sus compatriotas los moriscos de las poblaciones costeras del norte hizo probablemente que decreciera su papel militar en la corte marroquí.
     El período áureo de la fuerza militar andalusí en Marruecos corresponde al último tercio del siglo XVI y a dos factores concomitantes: las inmigraciones de granadinos, tras la guerra de Las Alpujarras de 1569-1570, y el poderío económico, político y militar del sultán saadí Ahmad Al-Mansur Ad-Dáhabi. La expedición al Sudán es el espejo más claro de la inserción de esos moriscos o andalusíes en las estructuras militares del Magreb.
     Pero hay que añadir que la asimilación de los andalusíes en las estructuras militares marroquíes engloba también a los marinos, que practicaban el corso en favor del Islam. Lo que pasaba en el siglo XVI es que los navíos marroquíes eran muy reducidos en número, por estar ocupados por los españoles, los portugueses y también por los argelinos casi todos los puntos de desembarco costeros, a diferencia de los de Argelia y Túnez, adonde se dirigían los moriscos con aptitudes para esas actividades marítimas. Sólo Tetuán y, más tarde, Salé se lanzaron al comercio exterior y al corso, integrando en sus naves a andalusíes y a muchos extranjeros. Rompieron el cerco de las ocupaciones extranjeras a las costas marroquíes e iniciaron una modesta pero muy eficaz actividad de corso en compañía de otras naves musulmanas.


2. Situación de los andalusíes en la expedición marroquí al Sudán
     Uno de los episodios más extraordinarios de la política marroquí del siglo XVI es la expedición que el sultán Ahmad Al-Mansur Ad-Dáhabi envió al Sudán, es decir, al «país de negros», el territorio subsahariano de la gran curva del río Níger. Un cuerpo de ejército de moriscos españoles participaron activamente en esa expedición. Este episodio ha provocado muchos estudios (Castries, García Gómez, Lévi-Provençal, Pianel, Guennoun, Portillo Togores, Abitbol, etc.). Actualmente, algunos españoles han ido a la República de Mali a entrevistar a sucesores de aquellos andalusíes, publicando algunos reportajes de esos viajes (véase el libro de Villar Raso). Hasta escritores actuales han tornado a esa expedición cormo tema de inspiración literaria (como el mallorquín Miquel Ferrà, que ha publicado en catalán la narración Alla akbar [El Morisc], en Alzira, Valencia, en 1990).

     La expedición fue enviada por el sultán marroquí en 1591. Estaba compuesta de dos cuerpos de ejército, uno de andalusíes y otro de «elches» o europeos islamizados, mandados por el español Jaudar Baxa, morisco o al menos cristiano en su juventud, que se había vuelto musulmán. La expedición atravesó el Sáhara, invadió el imperio songai derrotando a su soberano el Askia Muhámmad, se apoderó de su capital Gao y la trasladó a Tumbuctú. Fundaron un nuevo imperio y una nueva etnia, la de los arma y los layuyis, que dominaron de 1591 a 1741 y que reconocían la soberanía marroquí enviándoles tributos e intercambiando productos sudaneses y marroquíes (oro, sal y armas de fuego, principalmente).
     El historiador Dramani-Issifou ha explicado las razones de ser de esa expedición, dentro de la política marroquí y de la de los pueblos musulmanes del sur del Sáhara. El sultán saadí había logrado beneficiarse del equilibrio mediterráneo que siguió a Lepanto, entre los turcos y los españoles, así como detener a éstos y a los portugueses en las zonas costeras marroquíes y sofocar unas rebeliones militares, después de 1578. Con la expedición intentaba hacerse con la fuente del oro sudanés, que le independizaría financieramente de la tutela de poderes locales marroquíes para su política internacional. Pero hay que suponer también que quería quizás liberarse de unos cuerpos de ejército demasiado influyentes en tiempo de paz. De hecho, su jefe el pachá Jaudar, a su vuelta a Marruecos, fue mandado asesinar por el sultán Mulái Ax-Xaij. La expedición era particularmente extraña y tuvo que justificarse por ser un ataque de un país musulmán a otro, tanto a nivel de los expertos en ciencias religiosas de Fez como ante las autoridades espirituales de La Meca.
     Para el estudio de la capacidad marroquí de asimilación de los inmigrantes moriscos se pueden sacar algunas informaciones de este episodio.
     La primera es verificar que la integración de los moriscos no era tan fácil a fines del siglo XVI como cuando habían venido los granadinos y demás andalusíes arabizados, hasta principios del siglo. Es muy probable que muchos lograran la asimilación en la sociedad civil, especialmente entre las poblaciones andalusíes anteriores de Tetuán y la zona costera de Marruecos. Pero la formación de importantes cuerpos de ejército «de extranjeros», con los elches europeos y los negros subsaharianos, manifiesta el normal carácter foráneo de los moriscos en la sociedad marroquí.
     También hay que advertir quizás el peligro de un «poder andalusí» en la sociedad marroquí, semejante al del movimiento místico ya señalado.
     Asimismo, la situación de los moriscos en el período de esplendor de los saadíes, que corresponde a las inmigraciones granadinas, difiere radicalmente de las inmigraciones de la primera mitad del siglo XVI y de la situación de los moriscos de la gran expulsión final, que encuentra al poder central marroquí en plena descomposición, por las luchas entre los sucesores de Al-Mansur.
     Estas precisiones permiten comprender que los diversos episodios y etapas de la asimilación de los moriscos expulsados de España en la sociedad marroquí son muy diferentes según las épocas y según las situaciones políticas y sociales de ambos países.


3. Asimilación lingüística: lenguas, léxico, apellidos
     Muy complejo es el estudio de la forma en que los inmigrantes moriscos en Marruecos conservaron y fueron perdiendo, paulatinamente, sus tradiciones hispánicas. La falta de documentación directa de la época de la expulsión de España y de los períodos siguientes es la principal dificultad para ese estudio, evidentemente, ya que esas tradiciones hispánicas están documentadas casi exclusivamente en los restos conservados en el siglo XX y es por tanto difícil o casi imposible hacer una cronología histórica de la evolución del fenómeno de asimilación, en todos los campos.
     Pero la dificultad de ese estudio viene también de otro factor: la vecindad geográfica y social que hay entre los españoles y los marroquíes (recuérdese que se puede atravesar ahora el estrecho de Gibraltar en patín de windsurf en menos de 17 minutos).
     En efecto, las emigraciones de hispanos a Marruecos no se circunscriben al período morisco, especialmente en las zonas costeras del norte del país donde precisamente se instalaron ellos. Durante siglos, españoles viajaron a Marruecos, se convirtieron al Islam y se instalaron en ese país, comerciaron con sus habitantes e intercambiaron toda clase de tradiciones hispánicas con ellos, aun antes del período profundamente hispanizante del «protectorado» colonial del siglo XX: y de los influjos actuales de las radios y televisiones. Y eso sin contar con las tradiciones hispánicas de muchos judíos marroquíes, influenciados por inmigraciones judías de fines del siglo XV.

     Por eso es muy difícil atribuir a los moriscos una serie de tradiciones hispánicas que se conservan actualmente en Marruecos. Se intentará presentar lo que se sabe sobre estos temas, en el capítulo siguiente.
     Pero al menos en el campo lingüístico se pueden hacer algunas precisiones, gracias a la riqueza de tradiciones conservadas y también a la comparación que se puede realizar provechosamente con otros países del Magreb (Argelia y Túnez) en los que la fechación de los fenómenos lingüísticos es más fácil de hacer, porque el flujo de tradiciones españolas fue mucho más limitado en el tiempo. Vaya por delante que este tema no está en lo más mínimo agotado. Lo que paraliza al investigador es sobre todo la metodología compleja que esta parcela del saber exige, para que sea mínimamente científica, es decir, probada, y no se limite a simples suposiciones, verosímiles pero no probadas.
     Por lo que se refiere a la lengua española en general —el castellano, aunque se haya encontrado en Juan Aragonés rasgos del dialecto andaluz en sus escritos—, es muy probable que los moriscos de la primera generación lo conservaran y lo utilizaran entre ellos, especialmente los que apenas sabían el árabe, como los hornacheros de Salé. También lo podían utilizar como «jerga» entre ellos, para no ser comprendidos por otros, como conservaron los judíos su lengua en el exilio y en sus ghettos y como lo hicieron los moriscos fabricantes de bonetes o chechías, en Túnez, para mantener el secreto de su fabricación.
     Pero en todo Marruecos, a mediados del siglo XVII, la lengua habitual de los moriscos sería el árabe popular, con dos excepciones lógicas, la de dos grupos sociales que mantendrían el uso hablado y quizás también escrito o al menos leído del castellano. Uno de ellos es el de los hornacheros de Salé-Rabat, que conservarían su uso durante un período algo más largo, porque se entendían en esa lengua entre ellos y en el ámbito familiar. El otro grupo sería el de algunos andalusíes —como también algunos miembros de otros grupos étnicos— que estaban en contacto con hispanohablantes: comerciantes y marinos, esclavos o ex-esclavos en España, vecinos y visitantes de las plazas costeras ocupadas por los españoles, traductores oficiales o truchimanes, etc. Este último grupo es el normal en una sociedad con relaciones internacionales, especialmente con sus vecinos.
     Hay que precisar que en el Marruecos del siglo XVII había tres niveles de lenguas autóctonas. Primero, las variantes de la lengua beréber, con diversas denominaciones, dominante en el país dado el carácter eminentemente rural y tradicional de su población. Segundo, el árabe culto y clásico, de origen oriental y utilizado exclusivamente por los alfabetizados, que están alfabetizados exclusivamente en esa lengua por los letrados y literatos y por la administración oficial. Tercero, la lengua árabe popular, coloquial y dialectal, hablada por parte de la población de las ciudades y de otras zonas un poco arabizadas del país, seguramente las zonas costeras donde se instalaron los moriscos.
     Ahora bien, entre los moriscos había algunos letrados, que conservaban el uso del árabe en España o que lo adquirieron al llegar a Marruecos, por lo que podían entenderse con la gente culta del país y formar parte de esa clase letrada. Es el caso del mencionado Ahmad Al-Háyari Bejarano. Pero los inmigrantes que sabían el árabe lo hablaban sólo en un nivel popular, el del árabe dialectal andalusí, algo diferente del dialectal o los dialectales marroquíes. Lo que ningún andalusí hablaba, al llegar a Marruecos, era algún dialecto beréber. Muchos lo utilizarían, ya instalados en su nueva patria, para sus relaciones con los beréberhablantes del campo y aun de las ciudades marroquíes. Pero es dudoso que lo llegaran a hablar habitualmente o en su familia, a no ser en el caso de matrimonios con beréberhablantes, pero siempre en situación de bilingüismo árabe-beréber. Es una situación que se da también actualmente en Marruecos, aunque es recesiva, por la educación exclusivamente en árabe y la presión social de esta lengua de prestigio. Esa presión del árabe sobre el beréber sería real también en el siglo XVII, pero no tan fuerte como hoy en día. La presión del árabe oficial y de la religión, también en el nivel del árabe coloquial sería particularmente fuerte contra el castellano, ya que los moriscos y sus descendientes podían ser acusados de cristianos si lo usaban habitualmente. La acusación de ser cristianos está documentada, al menos para los hornacheros de Salé.
     La mayoría de los andalusíes hablaría habitualmente en árabe coloquial, al menos a partir de la segunda generación, la de nacidos en Marruecos.
     Esta lengua coloquial o dialectal tiene, como toda lengua viva, una cierta capacidad de asimilar palabras extranjeras, mucho más que el árabe clásico o literario, más culto y rico, que puede encontrar los equivalentes fácilmente en su acervo léxico tradicional. Ese fenómeno de asimilación de palabras no-árabes en el árabe coloquial se dio en Al-Andalus; son los mozarabismos o palabras latinas que se encuentran en el árabe hablado o en unos pocos textos que por su naturaleza los han conservado por escrito, como son los libros técnicos (botánica...), los vocabularios especializados y en la onomástica (nombres de personas, topónimos). La existencia de esos léxicos extranjeros —en castellano en el caso de Marruecos— no indica necesariamente que esa lengua está viva y conviva con el árabe, en ese período. Es el caso equivalente de los arabismos o palabras árabes actualmente presentes en el castellano, que en modo alguno indican un uso vivo contemporáneo de esa lengua en la sociedad española.
     Estas precisiones y antecedentes lingüísticos son necesarias para estudiar el origen de muchas palabras españolas presentes en el árabe coloquial marroquí moderno. Pueden haberse introducido, evidentemente, a partir de la lengua española hablada por los moriscos, pero pueden tener otro origen: de contactos comerciales con españoles, de españoles que se hicieron musulmanes en diversas épocas históricas, de los judíos hispanohablantes, de la colonización moderna, de la radio y televisión españolas contemporáneas, de los contactos con Ceuta y Melilla durante estos últimos siglos y hasta de la españolización y arabización del léxico francés moderno. Estos orígenes moriscos son aún más difíciles de determinar cuando se trata de vocabulario especializado, por ejemplo el relacionado con la pesca costera, donde los contactos entre pescadores hispanohablantes y árabehablantes ha sido continuo, en la historia de la costa marroquí.
     En este campo lingüístico, la asimilación de los moriscos a las lenguas habladas en Marruecos fue total, en el transcurrir de los tiempos. Pero su huella en el léxico marroquí de origen hispánico es difícil de determinar, aunque sea seguramente la huella lingüística hispánica que más debió de perdurar, al menos en el léxico de algunos campos semánticos particulares, acompañando a realidades hispánicas que no se encontraban en la sociedad marroquí: términos domésticos, términos de determinados oficios, términos de animales y plantas que los moriscos pudieron transportar o utilizar.
     El estudio filológico del léxico hispánico en el árabe marroquí moderno, por campos semánticos, puede reservar muy interesantes sorpresas, también para el estudio de los moriscos.
     Hay un campo lingüístico donde las huellas de los moriscos se ha mantenido tradicionalmente en Marruecos. Es el de la antroponimia de los apellidos o nombres de familia de origen hispánico. De hecho, todos los estudios sobre las huellas de los moriscos en Marruecos, más aún que en Túnez, se centran en la existencia de esos apellidos hispánicos, como se verá en el capítulo siguiente.
     Dos factores explican la persistencia de esos apellidos hispánicos en Marruecos.
     En primer lugar, el hecho de que la mayor parte de los moriscos españoles del siglo XVI adoptó el sistema de apellidos españoles. Tomaron nombres de lugar (Medina, Bejarano), de santos (Benito, Bernal), de oficios (Molinero, Fustero), u otros, especialmente los de cristianos viejos de su entorno. Al pasar al exilio, abandonarían rápidamente los «nombres de pila» cristianos para tomar nombres personales islámicos, que tendrían seguramente en secreto en España (Muhámmad, Fátima, Zulaima, Abdállah). Pero nadie les impedía conservar los nombres de familia hispánicos.
     En segundo lugar, el pluralismo étnico de Marruecos favorecería la persistencia de esos apellidos, hasta el día de hoy. En efecto, la presencia de numerosos apellidos beréberes no haría extraño el uso de apellidos hispánicos, que no eran tampoco árabes. No habría tanta presión como en otros países más arabizados para que abandonaran esos apellidos exóticos. Por otra parte, los andalusíes tenían interés en mostrar su origen hispánico, en una sociedad marroquí en la que ese origen era una señal de identidad y de reconocimiento social apreciable. Finalmente, esos apellidos hispánicos eran parecidos a los de otros elementos de origen foráneo en la sociedad marroquí, los numerosos europeos que se instalaban en el país convirtiéndose al Islam y conservando sus apellidos de origen.
     Pero hay que tener en cuenta que precisamente los apellidos hispánicos de los moriscos son equivalentes a los de otros hispanos integrados en la sociedad marroquí por islamización, en diversas épocas. La persistencia de los apellidos hispánicos, que son una importante señal de identidad, fue una forma de asimilación morisca.

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