Colón. ¿Qué hubiera pasado si…?

Por Aileen Vincent-Barwood

Traducción del inglés: José Urbano Priego













¿Es posible que las primeras palabras pronunciadas por Cristóbal Colón al desembarcar en el Nuevo Mundo fueran el saludo árabe "as-salam alaykum"?

El árabe era el idioma científico de la mayor parte de la humanidad desde el siglo VIII hasta el XII. Probablemente por esta razón Colón, en sus propias palabras, consideró el árabe "la madre de todas las lenguas", y en su primer viaje al Nuevo Mundo llevó con él a Luis de Torres, un español de habla árabe, como su intérprete.

Colón, sin duda alguna, pretendía tomar tierra en India, donde sabía que los árabes le habían precedido. También sabía que, durante los últimos cinco siglos, los árabes habían explorado, y descrito, los lejanos límites del mundo conocido. Ellos habían estado alrededor del perímetro de África y navegado hasta India. Se habían aventurado por vía terrestre más allá de Constantinopla, atravesado Asia Menor a través de Egipto y Siria —cuando las exploraciones occidentales del desconocido Oriente— y en el corazón del continente asiático. Habían cartografiado el terreno, trazado el curso de los ríos, datado los monzones, escalado montañas, especificado los bajíos y arribado hasta China, y, a resultas de ello, habían extendido el Islam y la lengua árabe en todas estas regiones (véase Aramco World, noviembre- diciembre 1991).

Fue en el trigésimo tercer día de su viaje, 12 de octubre de 1492, cuando Colón alcanzó tierra. En este punto, probablemente permaneció en las costas de una isla de las Bahamas llamada Guanahani —que él inmediatamente renombró San Salvador y reclamó para  "sus soberanas majestades, el rey y la reina de España".

Probablemente la primera de sus sorpresas ese día fue su descubrimiento de que los "indios", como él llamó a los isleños que saludó, no hablaban árabe.

Sin embargo, permaneció Impávido y escribió en su registro el viernes, 12 de octubre, que estaba seguro de que sólo había que navegar a través de estas islas exteriores de la India para llegar a las riquezas de Cipangu (Japón) y China, un viaje de sólo 1000 millas más. Allí, estaba convencido, saludaría al Gran Khan, un emperador de enorme riqueza que hablaba árabe y gobernaba sobre tierras de oro, plata y joyas, sedas, especias y valiosos medicamentos.

Uno puede preguntarse cómo Colón, un cartógrafo profesional de 41 años, ávido lector, investigador y marinero experimentado, un hombre que había pasado la mayor parte de su vida adulta planeando su gran aventura hacia el Oeste, pudiera desviarse tanto en sus cálculos.

Una explicación puede ser que, además de buen maestro marinero, también fue un político inteligente. Como cristiano cuya expedición fue financiada por dos monarcas cristianos, Fernando II de Aragón y la reina Isabel I de Castilla, los errores de cálculo de Colón bien pudieran deberse no tanto a la falta de información sobre navegación —de la que había numerosos informes disponibles— sino a una calculada decisión para utilizar "aceptables" fuentes de conocimiento científico y excluir o ignorar otras fuentes más "extranjeras".

Durante los siete siglos de dominio de los árabes en España y Portugal, desde 711 a 1492, se desarrolló allí una cultura islámica de las artes y ciencias  que tuvo un efecto profundo y permanente en la vida, las artes y las ciencias de Europa. Las raíces de esta cultura constituyeron la Edad Oscura de Europa, que puede estimarse que duró desde aproximadamente el año 476 a 1000, periodo en que el mundo árabe fue la incubadora de la civilización occidental. Los árabes no sólo conservaron, refinaron, actualizaron y tradujeron al árabe el rico patrimonio del conocimiento clásico griego, sino que también aportaron originales e importantes contribuciones (Véase Aramco World, mayo-junio 1982).

Una vez que Europa comenzó sus exploraciones del mundo del conocimiento, no retornó  a las fuentes griegas o romanas, cuya mayor parte estaba perdida o inaccesible, sino a los escritos científicos árabes. Reconociendo esto, los europeos del siglo XII se embarcaron en un programa masivo de traducción de estas fuentes, fundando una escuela de traductores en Toledo, España, desde la que gran parte de los trabajos árabes sobre Matemáticas y Astronomía por primera vez fueron puestos a disposición de estudiosos europeos.

Durante ese período e incluso antes —de hecho, se remonta a los días del Imperio Romano (27 AC hasta 284 DC)— la gente había discutido la idea de navegar hacia el oeste para encontrar las riquezas del Este Dorado. Sin embargo nadie lo había intentado nunca.

Hacia el siglo VII, sin embargo, los árabes estaban completamente familiarizados con las incursiones hacia las regiones orientales. Durante más de 300 años habían explorado gran parte del mundo conocido. Desde Delhi y Agra en el este, a través de Teherán, Bagdad y Damasco, hasta El Cairo, Trípoli, Túnez y Córdoba en el oeste, los científicos y exploradores árabes habían ampliado el conocimiento del mundo conocido y dejado atrás los horizontes de lo desconocido.

En última instancia, este conocimiento —junto con la Filosofía, Lógica, Matemáticas, Historia natural y muchos otros más— se hallaba escrito en las grandes bibliotecas que eran las flores de la brillante cultura Islámica-Cristiana-Judía de España y en bibliotecas en otras partes de Europa. Enciclopedias geográficas árabes, diccionarios, mapas y gráficos, así como libros sobre Matemáticas, Astronomía y navegación y tratados sobre instrumentos de navegación enormemente mejorados, se asentaban en la España musulmana y en Oriente Medio.

Así, además, existía la teoría "del nuevo mundo más allá del Mar de la Oscuridad", la idea de un continente inexplorado que sitúan al oeste del mundo conocido. Parece haber pocas dudas de que fueron los árabes quienes primero hicieron los mapas que llevaron a Colón al Nuevo Mundo.

Habiendo crecido en un puerto importante, Colón no podría sustraerse a escuchar acerca de las exploraciones de los árabes y las habilidades marineras de los árabes desde una edad temprana. El hijo de Domenico Colombo, próspero tejedor, Cristoforo Colombo (Cristóbal Colón) nació en 1451 y creció en Génova. Gran centro cosmopolita de comercio en la mitad del siglo XV, Génova tenía colonias en Egipto, Siria, Chipre, Constantinopla y a orillas del Mar Negro y del Mar de Azov.

Desde estas colonias remotas, comerciantes genoveses, colonos, diplomáticos y misioneros se aventuraron sucesivamente en Anatolia, Georgia, el Mar Caspio, Persia y la India. En la mitad del siglo XV, la costa levantina fue una puerta abierta hacia el Este, idealmente situada para el comercio con los puertos del Mar Negro y Asia menor. De hecho, 200 años antes, rememorando los maravillosos relatos de sus viajes por el Lejano Oriente, el viajero veneciano Marco Polo describió encuentros de comerciantes genoveses y venecianos en el gran camino de China. Por algunas de las cartas de Colón, sabemos que estaba profundamente afectado por la narración de Marco Polo de sus viajes.

La próspera familia de Colón vivió en una casa cerca de la Puerta de Santa Andrea, y por su propio relato, sabemos que cuando tenía 10 años, el joven Colón estaba fascinado por el bullicio del puerto. Él se quedaba en los muelles para ver el trasiego de los marineros desde los gigantescos buques hacinados en el puerto, barcos que habían llegado atravesando brillantes mares desde lejanos y exóticos lugares como Chios y Constantinopla, Egipto, Túnez y Siria. A él y sus amigos les gustaba jugar entre los fardos y cajas de seda y algodón, los barriles de aceite y vino y especias.

Encantado, él podría sentarse con los marineros, un muchachito pelirrojo con ojos azules y escuchar fascinado sus cuentos de las tierras mágicas de Oriente. Es difícil imaginar que el muchacho Colón no hubiera estado motivado por las audaces hazañas de estos marinos, muchos de ellos levantinos —o por los cuentos que más tarde oyó cuando, como un chaval costero de 14 años al navegar fuera de Génova, escuchó los relatos marineros  de los emprendedores comerciantes árabes que surcaron el Mediterráneo oriental.

Él era analfabeto en esos días. No sería hasta algunos años más tarde cuando él mismo aprendiera a leer,  y entonces ya no estaba en su Italia natal, sino en la Castilla española.

En el momento que Colón llegó a Portugal contaba sobre  la mitad de la veintena. Los cristianos habían reconquistado de los musulmanes gran parte de España y Portugal. No obstante, debido a la herencia musulmana, la Península Ibérica era todavía el centro del esfuerzo intelectual y artístico de Europa. Lisboa, donde residió Colón mientras planeaba su viaje hacia el Atlántico, era la capital de Portugal y una ciudad culta en la que hubiera sido fácil para él conseguir los libros y materiales que necesitaba para proseguir su investigación. Desde su juventud, había aprendido español, portugués, latín y otras lenguas. Por lo tanto, parece probable que Colón —marinero, navegante, cartógrafo profesional y posterior yerno de uno de los capitanes de Enrique El Navegante— se hubiera basado en esta riqueza del conocimiento geográfico de los musulmanes.

De hecho, Colón escribió en una carta en 1501 que durante sus muchos viajes a todas las partes del mundo, había reunido hombres cultos de diversas razas y sectas y se había "esforzado en ver todos los libros sobre Cosmografía, Historia, Filosofía y otras ciencias". Por lo tanto, es improbable que hubiera pasado por alto los más de cuatro siglos de ciencia y exploración de los musulmanes, disponibles tan a mano.

Conforme a uno de sus biógrafos, el estadounidense Samuel Eliot Morison, autor de Admiral of the Ocean Sea (Almirante del mar océano), Colón hizo "firmes rastreos a través de las antiguas y medievales autoridades sobre Geografía" antes de empezar su viaje "a fin de recopilar información y munición para su próximo combate con los expertos". Si esto es así, no podría obviar obras traducidas como la de Al-Biruni History of India  y la de Yaqut Mu'jam al-Buldan. También parece que incursionó con impaciencia en la de Ibn Bat-tuta del siglo XIII Rihlah (Crónica), en la que el más importante de los viajeros pioneros escribió acerca de su viaje de 120.000 kilómetros (75.000 millas) desde el norte de África hasta China y viceversa.

Por varios de sus otros biógrafos, especialmente el sacerdote español Fray Bartolomé de las Casas, se sabe también que Colón fue un ávido lector de libros sobre Geografía y Cosmografía. Cuatro de los libros que poseía se han conservado: una traducción al latín de 1485 de Book of Ser Marco Polo, una traducción al italiano de Plinio sobre historia natural, impreso en 1489, el de Pierre d'Ailly Imago Mundi  y tratados menores, y una edición de 1477 de la Historia Rerum Ubique Gestarum  del Papa Pío II.

Colón admitió también que se apoyó fuertemente en la información obtenida de la escuela de navegación fundada por el Príncipe Enrique de Portugal, conocido como Enrique el Navegante. Alrededor de 30 años antes del  primer viaje de Colón, algunas carabelas del Príncipe habían navegado hacia el oeste, hasta el borde exterior de las Azores y, quizás, hasta la actual Newfoundland. Concluyendo que había otras tierras para explorar más allá de lo que Ptolomeo había descrito en su Guide to Geography en el siglo II, y deseosoo de conservar y organizar la información geográfica en posesión de marineros y navegantes —muchos de ellos levantinos— el Príncipe estableció la escuela en Sagres, en el sur de Portugal, para que fuera una especie de centro iluminador del conocimiento del mar presente y futuro. Podría haber sido de esta fuente que Colón descubrió que cuando, años antes, Vasco da Gama había navegado a lo largo de la costa este de África, guiado por un piloto árabe, Ahmad ibn Majid, quien usó un mapa árabe entonces desconocido para los marineros europeos.

Y aún así, a pesar de toda esta información disponible, Colón cometió un importante error de cálculo de la distancia que tenía que navegar para llegar al otro lado del globo.

Que la tierra era una esfera no era una idea nueva, y fue ampliamente admitida por personas instruidas en tiempos de Colón. En este sentido existía la división de los griegos de la Tierra esférica en 360 grados, pero donde las fuentes diferían era sobre la cuestión de la longitud de un grado. La medida correcta, que conocemos hoy en día, es alrededor de 111 kilómetros (60 millas náuticas) por grado en el Ecuador. En el tercer siglo a. C., el astrónomo griego nacido en Libia Eratóstenes, director de la biblioteca de Alejandría, había llegado a un cálculo notablemente preciso de 110 kilómetros (59,5 millas) por grado; en el siglo II, el gran geógrafo alejandrino Ptolomeo había calculado el grado en 93 kilómetros (50 millas). En el siglo IX, el astrónomo musulmán Abu al-' Abbas Ahmad al-Farghani, cuyas obras fueron traducidos al latín durante la Edad Media y que —bajo el nombre de Alfraganus— fue estudiado ampliamente en Europa, había calculado que un grado medía 122 kilómetros (alrededor de 66 millas náuticas) —no tan preciso como el resultado de Eratóstenes, pero mejor que el de Ptolomeo.

Por otro lado Colón utilizó erróneamente las millas romanas al convertir los cálculos de Al-Farghani a las modernas unidades de distancia —llegando así a una cifra de 45 millas por grado en el Ecuador— o, después de decidir primero que la cifra de Al-Farghani era correcta, al final eligió, tal vez por razones de política, seguir al venerado e irrefutable Ptolomeo, cuya Geography, en su primera edición impresa en latín, había ganado gran popularidad en la Europa del siglo XV. En el primer caso, Colón subestimó la distancia que tenía que navegar para llegar a Asia en un tercio; en el segundo, en un 25 por ciento.

Pero si Colón hubiera aceptado las conclusiones halladas en el siglo IX por un consorcio de 70 estudiosos musulmanes, trabajando bajo la égida del califa 'Abd Allah al-Mamun, que los reunió para determinar la longitud de un grado de latitud, podría haber evitado muchos errores.

Utilizando varillas de madera como medidas, los estudiosos del califa viajaron por un camino de norte a sur hasta que observaron un cambio de un grado en la elevación de la estrella polar. Sus mediciones arrojaron una cifra sorprendentemente precisa para la circunferencia de la tierra: 41.526 kilómetros, o 22.422 millas náuticas —el equivalente de 115.35 kilómetros por grado—. En tiempos de Colón, una gran riqueza de conocimientos de los árabes en ciencia y exploración quedó en las bibliotecas de España y Portugal. Al-Biruni había determinado con precisión la latitud y longitud y —seiscientos años antes que Galileo— había sugerido que la tierra gira sobre su propio eje. Cien años más tarde, en el siglo IX, el matemático Al-Khwarizmi había medido la longitud de un grado terrestre y navegantes árabes utilizaban agujas magnéticas para trazar los rumbos precisos. Fue en esta época, también, cuando los astrónomos árabes Ibn Yunus y Al-Batani —o Albategnius, como era conocido en Europa—mejoraron el astrolabio antiguo, el cuadrante, el sextante y la brújula hasta el punto que, durante cientos de años después, ningún viajero de larga distancia podía aventurarse sin ellos. En el siglo XII, el geógrafo hispano-árabe Al-Idrisi había completado su voluminoso atlas del mundo conteniendo decenas de mapas y gráficos (ver Aramco World, julio-agosto 1977).

En el cálculo de las distancias que había que recorrer para llegar a la India y el Oriente, Colón decidió no servirse de las fuentes árabes y musulmanas. En su lugar, estaba muy convencido por la teoría de Paolo Toscanelli, un físico italiano que destacaba en Astronomía y Matemáticas. Cuando vio los gráficos de Toscanelli, afirmando que la estimación de Marco Polo de la longitud de Asia estaba en lo correcto, y que había sólo 3.000 km desde Lisboa hasta Japón y 5.000 hasta Hangzhou, China, aceptó las cifras que deseaba escuchar la mayoría. Fue el gráfico de Toscanelli el que llevó consigo en su primer viaje de descubrimiento.

Colón también creyó que su viaje desde España a la India, aunque difícil, sería corto. Utilizando mapas e información basados en los cálculos de Ptolomeo y Martin Behaim, el cartógrafo alemán, creía que podría llegar a China después de un viaje de no más de 4000 millas. Esta idea fue confirmada por Imago Mundi de Pierre d ' Ailly, un libro que, de acuerdo con el hijo y biógrafo de Colón, Fernando, fue compañero de cabecera de su padre durante años (la copia de Colón, con sus márgenes cubiertos con cientos de notas escritas a mano, está en el Museo de Sevilla). D'Ailly creía que el Océano occidental, entre Marruecos y la costa oriental de Asia, era "de no gran anchura." Él siguió el sistema de Marino de Tiro, un griego del siglo II que hizo Eurasia muy amplia de este a oeste y el Océano Atlántico estrecho, y predijo que este último podría ser cruzado en pocos días con un viento suave.

Según el registro de Colón —el original se ha perdido, o, como algunos historiadores sugieren, destruido— pilotó su flotilla de tres pequeños barcos al Nuevo Mundo por el sistema de navegación por estima (dead reckoning). Esto significa que cruzó la vasta extensión del Océano Atlántico entre las Islas Canarias y las Bahamas utilizando sólo una brújula de marinero y divisores, un cuadrante y línea de plomo, una ampolleta, o vidrio de media hora, reglas y gráficos. Sus cartas náuticas mostraban las costas de España, Portugal y norte de África, las Azores, Madeira y Canarias. Tomó su rumbo desde su brújula de marinero, desarrollada a partir de la aguja magnética utilizada cuatro siglos antes por los navegantes árabes. Su cuadrante fue una temprana invención del gran astrónomo árabe Ibn Yunus de El Cairo.

No hay duda de que Colón merece ser celebrado, en este año de aniversario, por su valor, perseverancia, habilidades marineras y la excelente capacidad de navegación. Por otro lado, uno sólo puede preguntarse lo que podría haber ocurrido aquel día de octubre de 1492 si  hubiera tenido en cuenta ocho siglos de invención de los árabes y sus conocimientos de navegación. Sin duda habría hecho su navegación más fácil, menores sus temores y su llegada a tierra más precisa.


























Aileen Vincent-Barwood, ex corresponsal en Oriente Medio, editor periodístico y autor free-lances desde el Estado de Nueva York.





Este artículo apareció en las páginas 2-9 de la edición impresa de enero/febrero 1992 de Saudi Aramco World



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