Regreso a Balansiya

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Más de 60 musulmanes de Marruecos, Algeria, Egipto, Líbano, Tunez y España siguen el rastro de la Valencia musulmana al cumplirse 1300 años del nacimiento de al-Ándalus


Los moriscos en Levante (1609)
Según T. HALPERIN
El "paraíso perdido". Eso le sugiere al marroquí Sottou Mohssin la palabra al-Ándalus, aquella "España" que dominaron los musulmanes durante ocho siglos hasta ser expulsados en 1492. Mohssin ha venido a ver los restos de la Valencia islámica, la llamada Balansiya, junto con otros sesenta musulmanes de Marruecos, Egipto, Algeria, Túnez, Líbano y España que participarán en el congreso de tres días que, desde hoy, recuerda en La Nau el 1300 aniversario del nacimiento de al-Ándalus. Y esta excursión por la medina valenciana, paradójicamente, empieza en la catedral de la Iglesia que los expulsó de al-Ándalus.

En el mismo emplazamiento donde hoy se alza la seo estaba la gran mezquita de Balansiya. "En 1238 llegaron los cristianos de Jaume I, y sólo dos años después construyeron la puerta románica de la catedral directamente sobre la mezquita, en la parte en la que probablemente estaba el mihrab de la mezquita", explica Javier Martí, director del Museu d'Història de València y guía de la visita.

Muy cerca de allí, en el centro arqueológico de la Almoina, esperan los restos del alcázar musulmán, que encerraba la sede del gobierno entre los siglos XI y XIII. Se ven los restos de una alberca y un patio que pertenecieron a uno de los inmensos palacios que alojaba el alcázar. Pero los iphones y las cámaras digitales de los visitantes apuntan a las vitrinas. Cazuelas, jarras, candiles de piquera, ataifores para la comida… La preciosa cerámica islámica del siglo XI cocida por sus antepasados despierta la admiración en los ojos de quienes 1.300 años después siguen el rastro de Balansiya.

Pero esa ilusión mezclada de orgullo contrasta con el olvido de la herencia musulmana que caracteriza a los valencianos de hoy. Así lo lamenta Mohamed el Mhssani, marroquí de 30 años y arqueólogo en la Pompeu Fabra de Barcelona (su catalán es muy bueno). "España –dice–  aprovechó su herencia romana y griega, que la conectaba con la identidad europea, para así escapar de la identidad oriental que es la islámica. ¡Pasa como en el fútbol: siempre queremos ser del equipo bueno!", ironiza, antes de recomendar que "se recupere también la herencia musulmana".

Pero aunque algunos no la quieran ver, la herencia está ahí. Está en la puerta gótica de la catedral donde cada jueves se reúne el Tribunal de les Aigües para resolver los conflictos entre las acequias, un invento clave de la época musulmana. El legado también reposa en la lengua. Mientras el guía explica el palacio dels Malferit de la calle Cavallers y le pregunta al traductor si el árabe tiene una palabra para denominar el zaguán, todos ríen. La palabra "zaguán" procede del árabe istawán y ambas se pronuncian casi igual. Las conexiones son evidentes. 

Nostalgia despertada
Desde el centro de la medina la excursión pasa a los restos de la muralla islámica del siglo XI y a sus últimas torres semicirculares que desafían al tiempo y al olvido. La torre de la Mare Vella, la de l'Àngel, el espléndido lienzo de muralla construido durante el reinado de Abd al-Aziz y cobijada en la Galeria del Tossal. La excursión continuará sorprendiendo a los visitantes de la ciudad (especialmente en el Museu d'Història) y despertando la nostalgia por el esplendor pasado de su civilización. 

Así le ocurre a Mohssin: "Al-Ándalus  –enfatiza– fue un ejemplo de convivencia entre religiones en una época en la que el resto de Europa vivía entre sombras y tinieblas". Pero la morriña por aquel "paraíso perdido" sirve de poco. Hay que ir más allá. "Tenemos  –lamenta Mohssin– una imagen congelada el uno del otro. Para los musulmanes, los españoles son los reconquistadores que cometieron barbaridades con manchas tan grandes como la expulsión de moriscos. Para los españoles, los musulmanes son aquellos conquistadores cuya cultura no tenía nada que ver con el continente europeo. Eso es lo que hemos de cambiar".

Ahí coincide Fátima-Zahra Aitoutouhen, arquitecta de Tetuán. "Lo que se fue nunca va a volver. Por eso, lo que debemos hacer ahora es potenciar lo que nos puede unir y no separar. Dios es uno y nosotros somos la humanidad. La convivencia, la paz, la tolerancia, el amor… Eso es lo importante", subraya. Fátima luce el cabello sin pañuelo, a diferencia del resto de mujeres del grupo. ¿Es creyente? "Sí, soy musulmana, pero yo vivo como mis antepasados, que eran felices, y no me importa sentarme en una mesa entre cerdo o vino. Las barreras  –concluye– amargan la vida". Un razonamiento muy andalusí.
Fuente: http://www.levante-emv.com/comunitat-valenciana/2011/10/20/regreso-balansiya/849744.html

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