La expulsión de los moriscos en la provincia de Alicante [Entregas 22, 23 y 24]

por GERARDO MUÑOZ LORENTE                    
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE


22. La batalla de Petracos

Enfurecido por la obstinación de los moriscos rebeldes, el general Mejía planeó el enfrentamiento definitivo para capturarlos, contienda que se desarrolló en la montaña.

El viernes 20 de noviembre de 1609 bajó a Murla otra delegación morisca para negociar con Agustín Mejía las condiciones de su embarque. Esta vez se encontraba con el general el doctor Nofre Rodríguez, juez de la Corte de la Audiencia Real de Valencia y emisario del virrey, que había estado en Benilloba, Muro y Planes «castigando a quien enojava a los Moriscos de paz, haziendolos salir de los lugares para la embarcacion» y venía con la pretensión de hacer lo mismo con los moriscos de los valles de Ebo, Gallinera y Laguar.

Pero la presencia del prudente juez Rodríguez tampoco sirvió esta vez para que se alcanzara un acuerdo. Los moriscos pedían un plazo de meses para vender sus posesiones, antes de embarcarse, y Mejía sólo les concedía unos pocos días.

Enfurecido por el fracaso de esta última negociación, Mejía planeó la batalla definitiva para el día siguiente. Se reunió con Sancho de Luna y Manuel Carrillo, a quienes presentó dicho plan. Aquella misma noche saldrían hacia el llano de Petracos con los Tercios divididos en tres escuadrones: el primero lo compondrían 200 soldados del Tercio de Nápoles y otros 200 del de Sicilia y de los Galeones, guiado por De Luna, el sargento mayor Giner y los capitanes García de Hoyos, Diego de Mesa, Pedro de Prada y Diego de Guzmán; el segundo llevaría 600 soldados mezclados de los tres Tercios dirigidos por Carrillo y los capitanes Esteban Albornoz, Vasco de Acuña, Pedro de Azebedo, Diego de Blanes, Gaspar de Azebedo y Juan de Messo; y el tercero lo formaría el resto de la infantería de los tres Tercios, mandado por los capitanes Juan Díaz Beltrán, Sancho de Guinea, Luis de Leyva, Sebastián de Neyra, Bernardino Xuarez y el propio Mejía, «si bien no marchó con el dexandole a cargo del Sargento Mayor de la armada», puntualiza Del Corral, ayudante del general. A estos escuadrones de veteranos seguirían las milicias efectivas.

Toda esta tropa se dirigiría al llano de Petracos por el camino (ahora carretera) que corría paralelo al río Jalón, uniendo Murla con Benichembla y Castell de Castells, con intención de atacar desde allí la cima de la sierra del Caballo Verde. Para distraer mientras tanto la atención de los moriscos que vigilaban desde lo alto de aquella sierra, ocho compañías de Alicante y de Gandía, con unos 800 soldados, saldrían antes del amanecer del castillo de Azabares y se colocarían en el Tosalet de Cotes, al pie del Caballo Verde y frente a dicho castillo, dispuestos a atacar directamente por el valle si fuera necesario y con la ayuda de la compañía de caballería. También estarían atentas para atacar, si así fuera preciso, las milicias de Biar, Benissa, Teulada y Planes que guarnecían el primer peñón (La Creueta).

Antes del amanecer del sábado 21 de noviembre se puso en práctica el plan de Mejía. Encabezado por Sancho de Luna, todo aquel ejército bien armado partió de Benichembla hacia el llano de Petracos, «que dista una legua de muy mal camino», recuerda Escolano (si bien otros autores —como Diago en sus Apuntamientos— indican que el llano de Petracos está al final del barranco de Malafi «a media legua de Murla»), con el objetivo de atacar desde allí la sierra del Caballo Verde, defendida por moriscos que, aun siendo muchos más, «carecian de arcabuzes, y que solo estavan prevenidos de (…) hondas (q. las trahian dobles, una en la mano, y otra en el cinto, por si la primera se rompia) y algunas ballestas».

Faltaba una hora para la salida del sol cuando el ejército, secundado por las milicias que llegaron desde Castell de Castells (donde previamente se habían reunido), tomó posiciones con sigilo en el llano de Petracos, al pie del Caballo Verde. «La noche era muy fria y aspera», según Diago, detalle que no mencionan Del Corral ni Escolano. «Al romper el Alva, el Atalaya [centinela] de los moros descubrio las cuerdas encendidas y el exercito puesto en orden», dice Diago; mientras que Escolano explica que el aviso fue provocado por Mejía: «Al reyr del Alva, mandò Don Agustin que se tocassen caxas y una trompeta, a que respondieron con otras trompetas de todos los puestos (que hasta entonces se avia caminado a la sorda y con muy pocas cuerdas encendidas) y mandando que se encendiessen todas». Después de escuchar una arenga del general Mejía y rezar el Ave María, el ejército se dirigió hacia el Caballo Verde. La batalla, pues, aunque conocida como de Petracos, no se libró en este llano, sino en la montaña; y realmente ni siquiera puede calificarse como tal.

A la vanguardia iba el escuadrón de Sancho de Luna, sin embargo Mejía ordenó que fueran los mosqueteros de Diego de Mesa y las 25 picas que mandaba Pedro Giner quienes se adelantaran para cargar contra los moriscos, nada más comprobar que éstos impedían el avance de los arcabuceros con la simple ayuda de sus arcos y hondas. Bien parapetados tras las peñas, arrojaban piedras y flechas desde lo alto de un estrecho desfiladero. Cambiaron los soldados el lugar por donde subir, con las picas y los mosquetes abriéndoles paso, pero los moriscos continuaron hostigándolos: «Hirieron los Moros a algunos soldados de la multitud de las piedras tiradas, y de algunos arcabuzazos y flechazos: a Don Sancho le pasaron un braço por la manga del jubón sin hazerle daño [curiosa o sospechosamente lo mismo que le pasó en el ataque al castillo de Azabaras]; y a su Sargento mayor Pedro Giner le dieron una pedrada en la cabeça, de q. vino al suelo, y le hubiera muerto, si el casco fuerte no le defendiera», cuenta Escolano, quien sigue: «Los Moros con mucho valor y esfuerço procuraron defender aquel passo de la montaña, y se sustentaron hasta ponerles las bocas de los mosquetes en los pechos, y venir a braço partido con algunos soldados: en que se señalò un Moro, q. aviendo peleado buen rato con la honda, cerrò contra los nuestros con un baston ñudoso en las manos, y hizo el daño q. pudo, hasta que le mataron a arcabuzazos».

Los soldados continuaron la subida, provocando la retirada de los moriscos, hasta alcanzar la cima de la sierra. Desde allí, la primera población que se veía era la de Benimaurell, donde se hallaba Mellini. En cuanto vio cómo los soldados se preparaban para bajar al valle, éste ordenó desalojar las tres poblaciones y que todos los moriscos se refugiaran en los dos peñones más abruptos del Caballo Verde (el segundo y el tercero). Pero «como el camino era tan aspero y estrecho, ellos cargados, unos de ropas y sustento, otros de criaturas, se embaraçaron de manera que no pudieron subir a ella antes que las mangas del escuadron los alcançassen: mataron gran número sin hazer distincion de sexo ni edad», relata Del Corral.

Víctimas del pánico, los moriscos abandonaron sus casas y tiendas para huir a toda prisa hacia los peñones, pero muchos de ellos cayeron en efecto bajo las armas de la soldadesca. Mejía ordenó que tres escuadrones de los Tercios atajasen la huida de los moriscos por el llano del valle, al mismo tiempo que las compañías de caballería e infantería que estaban en el Tosalet de Cotes perseguían también a quienes pretendían llegar a las cumbres. Mientras esto ocurría, Mejía autorizaba el saqueo de las tres poblaciones.



23. Matanza indiscriminada

El 21 de noviembre de 1609 miles de moriscos, entre ellos muchos niños y mujeres indefensos, fueron masacrados sin piedad en el Valle de Laguar por las tropas cristianas.

Los cronistas son unánimes al describir la horrible matanza que se produjo cuando los soldados y las milicias irrumpieron aquella mañana del 21 de noviembre de 1609 en el Valle de Laguar. En sus Apuntamientos, Diago escribe que «cayo mucho agua con fuerte viento y hazia grande frio», razón por la cual las milicias efectivas dejaron de perseguir a los moriscos que huían al tercer peñón, para dedicarse al saqueo, mencionando concretamente los de Jijona y de Cocentaina. Pero, mientras las milicias se daban a la rapiña, matando a todo aquel morisco que aún se hallaba en su casa, en su tienda o en su pueblo, los soldados extranjeros de los Tercios se dedicaban a masacrar a cuantos pillaban en su despavorida huida, sin respetar a las mujeres ni a los niños. «Murieron de los rebeldes mas de mil y quinientos, usando los soldados de las crueldades que traen consigo semejantes ocasiones», explica Escolano, antes de describir las escenas más terribles: «Porque los niños de teta arrebatavan de los braços de las madres, y los estrellavan en las peñas; y por no detenerse a quitarles los zarcillos a ellas, les cortavan las orejas. Reconociendo un soldado una Mora muerta por si llevava dineros o joyas, la vio q. por una puñalada que tenia en la barriga, salía una mano de un niño, y movido a lastima, (efectos de la predestinaciò) le acabò de sacar, y dandole el sagrado bautismo, murio luego. Muchas mugeres se cubrian el rostro con las faldillas, y abraçadas con sus hijos, se arrojavan por las peñas abaxo, pensando hallar mejor acogimiento q. en los soldados: y todos los q. caían heridos, antes de ser muertos, eran luego despojados, y quedavan desnudos».

MUERTE DE MELLINI

Viendo aquella cruel masacre, varias veces los moriscos intentaron bajar del tercer peñón para auxiliar a su gente, pero siempre fueron rechazados por los soldados. En una de aquellas intentonas pereció Mellini.

Así lo cuenta Del Corral: «vista la mortandad por Millini salio con los mas arriescados (o mas propriamente hablando desesperados) a socorrer los suyos con grande orgullo y boceria. Cayó Millini a los primeros balaços de uno, con cuya muerte afloxaron y desmayaron del todo sus gentes; muchos murieron con el, algunos se bolvieron con tiempo a encerrarse en el castillo del Pop [en la cima del tercer peñón]». Más adelante, agrega que el caudillo morisco «murió a manos de la compañia de Xixona». Sin embargo, Escolano dice que murió de otro modo: «se ofrecio a morir como valeroso Moro, y peleando detrás de una peña, le acometio el Sargento Francisco Gallardo con una alabarda; el Moro se vino para el con un chuzo, y dandole el Sargento un alabardazo por los pechos, cayeron juntos en tierra: y con estar atravessado el Moro se levantò a un mesmo tiempo con el Sargento, q. sacando su alabarda, le dio otra herida, y murio. Era Millini hombre de cuerpo robusto y alçado (…). No se señaló menos un sobrino del dicho Millini, que haviendose puesto delante, un buen tiro de los demas, hizo con sola una honda en la mano rostro a toda la arcubezeria y mosqueteria, lloviendo sobre el como lluvia de balas: pero jamas le acerto ninguna, y siendo tan venturoso como valiente, se retiro con los demas».

El actual cronista de Alcalalí, Miguel Monserrat, posee copia de un diario inédito de este sargento jijonenco que acabó con la vida de Mellini.

CONMEMORACIÓN DE LA IGNOMINIA

Mejía se conformó aquel día con la conquista del Valle de Laguar, a falta del reducto donde se escondían los moriscos: la cima del tercer peñón, donde se decía que estaba el legendario castillo de Pop. Mandó que guardaran el pie de este peñón dos compañías de la milicia efectiva, una de las cuales era la de Villajoyosa, y dejó que las demás, junto con los Tercios, disfrutaran del botín conseguido.

Este botín, «procedente en su mayor parte del despojo de los cadáveres, se estimó en unas 30.000 coronas», según Lea. Por su parte, Escolano dice que el «despojo (fuera de lo que los Moros escondieron en las paredes, silos, y cuevas) fue innumerable, y con tanto estremo, que durò tres dias venderse el caiz [cahíz] del trigo por ocho y diez reales, con ser infinitos los que compravan. De los otros granos apenas se hallava precio, y se davan dados. Los carneros y machos se matavan para comer sin cuenta ni razon, ansi para todo el exercito, como para todos los aventureros. Por sola una cabeçuela degollavan un cabrito, y una res por el higado, echando lo demas a los perros: y tal Capitan huvo que vendio un rebaño de quarenta bueyes y vacas por seyscientos reales».

Ya sabemos que Escolano cifra el número de moriscos muertos aquel día en más 1.500; lo mismo que Bleda. Boronat la eleva a 2.000, Fonseca y Lea a 3.000, y aun hay otros que la suben a 4.000. Por el bando contrario sólo hubo una baja: la del soldado Bautista Crespo, natural de Benissa, muerto al disparársele su propio mosquete; «y aunque eran muchos los heridos, fue servido Dios (cuya causa defendian) que casi milagrosamente, dentro de 24 horas sanavan», asegura fray Damián Fonseca.

Complacencias como la de Fonseca por la muerte de un único cristiano frente a los miles de moriscos masacrados, hace escribir al escolapio Giner Guerri, cronista murlí: «no es ningún timbre de gloria, sino más bien creemos un estigma de ignominia, pues delatan la ferocidad de unas tropas bien pertrechadas que se lanzan con todo su ímpetu contra miles de víctimas indefensas, aunque entre ellas hubiera algunos centenares o millares de enemigos armados con hondas y armas de fuego, pero con todo no lograron siquiera abatir a uno solo de sus enemigos. Aquello, pues, no fue una batalla digna. O como dijo Menéndez y Pelayo: “Empresa más descabellada no se vio jamás en memoria de hombres. Ni la guerra fue guerra, sino caza de exterminio, en que nadie tuvo entrañas, ni piedad, ni misericordia; en que hombres, mujeres y niños fueron despeñados de las rocas o hechos pedazos en espantosos suplicios”».

¿Cómo no estar de acuerdo con estas palabras? Aquella batalla conocida como de Petracos, la última que se libró entre cristianos y musulmanes en España, no fue una batalla, ni siquiera un combate desigual (bastones y piedras contra arcabuces y mosquetes; campesinos desesperados contra soldados forjados en varias guerras), sino una cacería despiadada, cruel e intencionada, por cuanto Agustín Mejía pretendió con ella, a conciencia, dar un durísimo escarmiento a los rebeldes.

A pesar de ello, aquella matanza fue conmemorada como una gran hazaña bélica, o mejor aún, como una gran cruzada. El Patriarca Ribera instituyó una procesión que, saliendo de la catedral de Valencia hacia la iglesia del colegio del Corpus Christi, se celebró cada año el 21 de noviembre, día de la Presentación en el Templo de la Virgen, en conmemoración de aquel triunfo cristiano contra las hordas sarracenas. En 1866 se abolió aquella fiesta conmemorativa, pero se restableció la procesión en 1895. Por su parte, Gaspar Escolano, párroco de San Esteban de Valencia (única iglesia del reino donde había una capilla dedicada a la virgen de las Virtudes), escribió orgulloso en su crónica de 1611 que «en este dia [21 de noviembre] se hazia, y haze cada año una suptuassisima fiesta».
                            




24. Nueve días terribles   

Asediados por el ejército en lo alto del Peñón, los moriscos bajaban al valle por las noches en busca de agua, pero eran apresados o muertos por las tropas cristianas.

Los miles de moriscos que lograron refugiarse en lo alto del tercer peñón del Caballo Verde (donde todos los cronistas e historiadores sitúan las ruinas del castillo de Pop), se aprestaron a resistir hasta la primavera, agarrados desesperadamente a una vana esperanza: que con el buen tiempo llegase la mil veces prometida y mítica ayuda extranjera.

Eligieron como sucesor de Mellini a Miguel Piteu, quien mandó registrar las provisiones que les quedaban para racionarlas con vista al objetivo antes dicho: resistir el asedio hasta la primavera. Era este Piteu vecino de Benimaurell, antiguo justicia del Valle de Laguar, relativamente rico hasta entonces al poseer, según el cabreve (censo de rentas) de 1606: "una casa y 82 piezas de tierra en dicho pueblo y otras cinco piezas en Orba". Pero Piteu renunció a los dos días. Entonces, según Escolano, "salio nombrado un tal Blanco de Salon: y cansado de serlo solo un dia, nombraron finalmente a un hermano de Millini, el qual huyò y desaparecio el dia que determinaron baxar a embarcarse". Por su parte, Del Corral informa de que Cristóbal Mellini fue elegido "successor de su hermano, pero sin titulo de Rey".

SEDIENTOS

En el tercer peñón no había ninguna fuente y, comoquiera que el general Mejía ordenó montar guardia en todas las que había alrededor (seis, concreta Boronat), al cabo de dos días empezaron los moriscos a estar sedientos.

Desesperados, grupos de moriscos bajaban por la noche en busca de agua, que cargaban en "odres, que hazian de las reses que matavan", escribe Escolano; pero la mayoría fueron muertos o apresados por los soldados que vigilaban las fuentes. "El Sargento Gallardo", sigue contando Escolano, "se pusso aquella noche con docientos soldados en emboscada a los passos por donde baxavan por agua, y les mato quarenta hombres, y traxo presos ciento y cinquenta (É) al capitan Diego de Messa de emboscada con su compañia a defender otras aguas del dicho valle, y matando veynte Moros, traxo presos treynta. El Sargento mayor Pedro Giner por la parte del castillo de Azavares con una esquadra de soldados mato seys, y prendio ocho; y entre ellos al cerragero Aragones, que les hazia polvora y remendava los arcabuzes, que por havese confessado por Christiano, le mandò ahorcar el Auditor general: y otra noche la compañia de Don Sebastian de Neyra en otra emboscada matò ocho, y cautivò quarenta". Un poco antes, el mismo cronista cuenta cómo la terrible sed que sentían llevó a tres jóvenes moriscas a tomar una drástica y desesperada decisión: "(É) baxaron rabiando de sed: que era tan grande, que por las mañanas sacavan las lenguas al rocio que cahia: y quando passavan un dia, y se vian [veían] vivos el otro, y no en poder de los Christianos, hazian todos gracias a Atla [Alá] con extraordinarias algazaras. Tres donzellas, vencidas de la sed y del temor, se concertaron de voluntad de sus padres de echarse desesperadas por las peñas abaxo, y haviendose echado la una y echose mil pedaços, las otras cobraron horror de verla, y se reportaron".

El otro cronista que fue testigo de aquellos hechos, el capitán Antonio del Corral y Rojas, recordaba con cierta compasión cómo "reducidos a suma miseria y desventura, por suelo y camas las peñas y riscos, por cubierta y techo el cielo, sin esperanzas de mantenimiento alguno, ni de otra agua que la que lloviese, porque ni en su sitio ni en toda la sierra la avia; y casi parece increyble detenerse en rendir un dia, quanto mas nueve como se detuvieron con tan inmensa necessidad".

El primer impulso de Agustín Mejía le había llevado el día 22 de noviembre a atacar con sus tropas el último bastión donde se escondían los moriscos, pero hallándose ya al pie del tercer peñón, cambió de opinión para evitar más derramamiento de sangre, pero no morisca, sino de los soldados; así lo cuenta Del Corral: "(É) por no perder ni un soldado, que la hambre y sed fuesse el verdugo de ellos [los moriscos], pues era cierto que esta sola los avia de acabar". Y así fue. La nueva estrategia del general dio el resultado previsto.

RENDICIÓN

Entre los días 21 y 26 de noviembre fueron varias las embajadas que enviaron los moriscos para negociar una rendición, pero ninguna de ellas fructificó. Mejía les ofreció el perdón general, tres días para bajar a Denia y otros veinte para vender las posesiones que les quedaban, además de embarcación gratuita hasta Orán; pero la desconfianza, sobre todo de Cristóbal Mellini, les llevó a rechazar estas condiciones.

Exasperado, el general escribió el día 26 al virrey contándole la situación: "(É) son tan vellacos y mentirosos q. no ay fiar de lo q. dizen y por otra parte tan grandes Bestias o dios los tiene ciegos pa. q. paguen sus maldades, q. es cosa muy cierta q. se esta muriendo de sed", y comoquiera que el jefe de los rebeldes dijera en la última negociación que aún tenían provisiones para resistir otros cinco o seis días más, agrega Mejía con sarcasmo: "(É) mire V.E. que larga esperanza tienen".

Pero la esperanza basada en los cálculos del caudillo morisco se redujo a tres días. Escolano achaca esto a la superstición de los rebeldes: "Y como a veynte y seys de Noviembre viniesse una gran devandada [bandada] de cuervos sobre los Moriscos, ellos lo tuvieron por mal aguero, y entraron en grandes diferencias, los unos por querer rendirse, y los otros por estorvarselo".

Fuese por la bandada de cuervos (cuyos revoloteos y graznidos son tan frecuentes todavía hoy por estos parajes) o por la más que probable causa de la sed extrema que padecían, la cuestión es que los moriscos aceptaron por fin las condiciones que les propuso Mejía el día 28, por intermediación del capitán Antonio del Corral, tal como escribió éste en su crónica:

"D. Agustin Messia ordeno a D. Antonio de Corral sábado 28 de nov., a medio dia, que en compañia de un ciudadano de Murla plático y conocido entre los moros subiese la sierra y les dixesse de su parte, que si luego el domingo no comenzavan baxar, los avia de mandar passar a cuchillo (É) y passado el dia señalado les cerrava las puertas a pláticas y misericordia".

El capitán subió con el vecino de Murla hacia lo más alto del tercer peñón, siendo recibidos por un grupo de moriscos cerca de la cima, en un lugar muy áspero y tan estrecho que de allí en adelante sólo podían pasar las personas de una en una, y que tanto Escolano como el propio Del Corral lo consideraron como la entrada al castillo de Pop, en ruinas pero casi inexpugnable.

El portavoz de aquel grupo de moriscos se llamaba Millán, natural de Tárbena, y a él le transmitió el capitán el mensaje de Mejía. Dijo Millán que Del Corral y su acompañante debían aguardar allí mismo, mientras él transmitía a su vez aquel mensaje a Mellini. Éste reunió a su Consejo y, al anochecer, bajó Millán con la respuesta: "obedecian y baxarian al punto que viniesse firma de don Agustin Messia autenticada por un notario de que era suya, por la qual les concediesse las vidas, perdon y embarcacion como a los demas".

Mejía accedió a firmar las condiciones en la forma requerida por los moriscos y luego mandó de nuevo a Del Corral a lo alto del tercer peñón para que las entregara. Esta vez el capitán iba acompañado por un soldado que por seguridad llevaba "un lienço blanco en un palo: y los Moros como le vieron, entendiendo era señal de paz, baxaron gran golpe de hombres, niños, y mugeres, sin aguardar a partido ninguno, apremiados de la sed; y fueron muy bien recogidos", cuenta Escolano.

Los moriscos entregaron sus armas.



1 comentario:

  1. no seria el castillo del pop ,del que no se sabe donde estubo, la peña de castellet ,encastells de castells, unos restos que existen en castells...

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