Cervantes y el mundo musulmán


JUAN GOYTISOLO
Comentario sobre el libro: 
Moros, moriscos y turcos en Cervantes. Ensayos críticos
Francisco Márquez Villanueva 
Ediciones Bellaterra. Barcelona, 2010
La cautividad de Cervantes en Argel, presa de los corsarios turcos después de su participación en la batalla de Lepanto, ha hecho correr ríos de tinta en los últimos tiempos. El tema se presta a ello en la medida en que sus cinco años de aprisionamiento tuvieron una influencia decisiva tanto en su vida como en su obra. Lo que pudo aprender allí será siempre un enigma: la formación humana, y luego literaria, que le procuró dicha experiencia se decanta a lo largo de su creación, desde El trato y Los baños de Argel, que inician su frustrada carrera de dramaturgo, hasta el Persiles, pasando por Las novelas ejemplares, El coloquio de los perros y el Quijote. La ambigüedad y complejidad de su percepción del mundo musulmán, expuestas mediante una bien calculada estrategia cuya fineza sorprende y admira a cuantos calan en ella, autorizan toda clase de interpretaciones —muchas de ellas reductivas e interesadas— conforme a la perspectiva ideológica desde los que se sitúa el intérprete o glosador.
      • Cervantes constituye, de cara al islam, "un caso especial y nada fácil de encasillar, pues no es ni un resentido ni un colonizado cultural"
      Aunque desconocía los textos árabes, la mayoría de los recursos que utiliza en el 'Quijote' se hallan en 'Las mil y un noches'
      El Argel que conoció nuestro primer escritor se hallaba en las antípodas de la España tridentina e inquisitorial de Felipe II. Como nos recuerda Márquez Villanueva, la ciudad acogía a gentes de todas las procedencias, religiones y lenguas: era una encrucijada de etnias y de culturas. Este aprendizaje de la diversidad humana fue decisivo en la configuración de un pensamiento orientado a la busca de un cristianismo despojado de todos los lastres que acarreaba en la España filipina: los mitos nacionales y religiosos de la honra y la limpieza de sangre, el control de las costumbres, vidas y pensamiento por parte de quienes Cervantes denomina "las despiertas centinelas de nuestra fe".
      Como resume el autor, Cervantes constituye, de cara al islam, "un caso especial y nada fácil de encasillar, pues no es en ningún momento un resentido, un tránsfuga religioso ni un colonizado cultural. Y menos aún asume el menor papel de cruzado ni de inquisidor, que es lo que le pedía y esperaba el mundo oficial de su tiempo [...]. Le fascinaba la figura del morisco criptomusulmán y del renegado apóstata, pero él no fue nunca uno de ellos. Su religiosidad se orientaba hacia una depuración crítica inicialmente marcada por Erasmo y la ventana cronológica argelina equivale para él a una lección de relativismo". Gracias a su valoración objetiva de otras culturas, como las descritas por Antonio de Sosa en su imprescindible Topografía e historia general de Argel (1612), Cervantes sustituyó el consabido nosotros patriótico y religioso por un yo incierto que apenas alcanza a representarse a sí mismo.
      Con un rigor y erudición ejemplares, Márquez Villanueva sigue el itinerario a veces borroso de Cervantes a partir de su regreso a España en donde, como sabemos, no obtuvo recompensa alguna a sus méritos y servicios. Sin el arrimo de ningún mecenas y, frustrada su tentativa de emigrar a la Nueva España, se vio abocado a la mediocridad de una carrera administrativa y al mundo aleatorio de los negocios con el que trampeó la mayor parte de su vida, primero en Sevilla y luego en Valladolid, hasta la publicación de la primera parte del Quijote.
      Seguir el hilo narrativo de la representación del turco, el moro y el morisco en la obra cervantina es un ejercicio laborioso pero aguijador. Si la influencia oriental, en especial deLas mil y una noches, es una constante en la literatura peninsular desde el Conde Lucanor, la emergencia y moda de la novela bizantina con sus raptos, piratas, doncellas de virginidad asombrosamente preservada, travestidos y anagnórisis a la que Cervantes rindió tributo en El amante liberal, nos muestra que nuestro autor navegaba por aguas conocidas. La polinización del libro de los libros de Sahrazad a través de lo que llamo "autopistas de viento", condena cualquier tentativa de establecer una genealogía precisa. Cervantes desconocía los textos árabes pero muy significativamente la mayoría de los recursos novelísticos que utiliza en el Quijote se hallan ya en Las mil y una noches. El territorio de la duda cervantina —autor o autores que "sobre el caso escriben", el manuscrito de Cide Hamete Benengeli, la desautorización de la trama novelística...— es el Sahrazad, que, con su infinidad de transmisores de un relato sin cesar hecho y deshecho, fecunda un territorio nuevo: el que, en palabras del autor, convierte a Cervantes en "el centro de gravedad de la modernidad literaria". La hebra que llevará a Sterne, Diderot y el Bouvard y Pécuchet flambertianos, por no hablar de Gógol, Turguéniev y Chéjov, se madeja y desmadeja en Cervantes. La disolución de la responsabilidad autorial, tan sabiamente organizada por éste, crea la incertidumbre del lector sobre la voz que escucha y le concede el margen de libertad de pensar por su cuenta.
      La relación de Cervantes con el erasmismo a través de Huarte de San Juan, Arias Montano y de contemporáneos suyos como Martín González de Cellorigo y Pedro de Valencia, es analizado a la luz de sus coincidencias doctrinales con quienes querían acabar con la "negra honra" que paralizaba el país y lo convertía en una sociedad petrificada de "hombres encantados", para dar paso a otra en la que primara el trabajo y el mérito al servicio de la industria, el comercio, las ciencias, oficios y artes, como en los Países Bajos, Alemania, Francia o Inglaterra.
      La defensa de los moriscos por Pedro de Valencia, cuando propugnaba una política de asimilación mediante matrimonios mixtos con cristianos viejos en vez de la expulsión que finalmente llevarían a cabo el duque de Lerma y el patriarca Ribera, no pudo con el unanimismo castizo de la Bleda y Aznar de Cardona. Con su habitual estrategia de conceder la palabra a los portavoces de quienes comulgaban con aquél, Cervantes pone en boca de Berganza todos los tópicos de los cristianos viejos en El coloquio de los perrosen contraste con las reticencias de su congénere Cipión.
      Pero es en el conocido episodio del encuentro de Sancho con su paisano, el morisco Ricote, en donde se manifiesta con mayor nitidez —si ésta cabe en nuestro siempre "ambiguo, escurridizo y bifronte" autor—, la expresión de un pensamiento que se abría camino en Europa desde la bárbara ejecución de Sebastián Castellio: Hominem occidere, non est doctrina tuere, sed est hominem occidere (matar a un hombre para defender una idea no es defender una idea, es matar a un hombre): el del nacimiento de una ética individual que culminaría en la declaración de los derechos humanos.
      "Salí —dice Ricote— de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quiso verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania y allí me pareció que podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia".
      Estas pocas frases revelan la existencia entre los expulsos de una minoría —mayoría en el caso de los del valle de Ricote— que en el doloroso trance de dejar a la fuerza la tierra de sus antepasados, no buscaban cobijo entre sus antiguos correligionarios, sino en un ámbito en el que su condición de personas prevalecía sobre toda otra consideración de pertenencia nacional, étnica o religiosa. Ricote no habla como morisco ni cristiano ni musulmán: lo hace como un ser humano víctima de la injusticia y del monolitismo ideológico de la época.
      Señalaré antes de concluir este breve repaso al libro de Márquez Villanueva la incidencia del falso Quijote de Avellaneda en la genial creación de Cervantes. La acogida a Álvaro Tarfe en la segunda parte de la novela añade no sólo una dimensión nueva a la obra —la que podríamos llamar literatura sobre la literatura— sino muestra también la exquisita cortesía de Cervantes frente a los insultos de su imitador como "paradójico homenaje y reconocimiento de una superioridad incontrastable". Una hermosa lección para quienes a lo largo de la historia no se pliegan a las normas de la institución literaria del momento y son objeto por ello de ataques o ninguneo. Ni rencor ni amargura sino, parafraseando a Cernuda, "formas superiores de elogio" que incitan a convertir a sus detractores en personajes representativos de una incurable mediocridad.
      Publicado en ELPAÍS.com - BABELIA el 21-08-2010

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