por GERARDO MUÑOZ LORENTE LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE (XXXIII)
por GERARDO MUÑOZ LORENTE
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE (XXXIII)
Una vez apresados y expulsados los que habían huido a las montañas, en el Reino de Valencia quedaron menos de tres mil moriscos, que en su mayoría eran niños.
Es difícil precisar cuántos moriscos se quedaron en el reino de Valencia tras la masiva expulsión de 1609. Sabemos que fueron muy pocos los que se acogieron a las excepciones: 6% de familias que quedarían para cuidar los cultivos y los ganados; niños menores de 4 años con el permiso paterno; los que acreditaran vivir como cristianos... Cambiaron los criterios, pero el resultado siguió siendo el mismo, hasta que se produjeron las rebeliones en el Valle de Laguar y en la Muela de Cortes. A partir de ahí, fueron pocos los niños que marchaban y bastantes los adultos que se quedaron como esclavos o fugitivos. Y esta condición de ilegalidad en la que quedaron no pocos de ellos hace imposible calcular cuántos eran.
Escolano calculaba que serían 2.000 los moriscos que se quedaron en el reino de Valencia. Por su parte, el gobernador de Dénia, Cristóbal Sedeño, escribió en uno de sus informes respecto a los moriscos rebelados y vencidos en el Valle de Laguar: "Uhieron de la montaña 2.000 que ahora andan por el rreyno derramados que con estos se aberigua ser los rrebelados 17.364 personas".
Pero no todos los que se quedaron eran esclavos o vivían ocultos en las montañas. Los había también que se ganaban la vida como vendedores o artesanos ambulantes, o arrieros, cambiando frecuentemente de lugar de residencia para impedir que las autoridades reconocieran su situación de ilegalidad. Algunos se convirtieron en cristianos ejemplares, pues hubo quienes incluso ingresaron en monasterios; otros simplemente se hacían pasar por cristianos viejos, según Caro Baroja. Y hasta hay historiadores que aseguran detectar en la raza gitana algunos componentes moriscos, debido a que muchos de ellos encontraron refugio en el seno de esta comunidad nómada.
Fugitivos
Al caudillo morisco de Muela de Cortes, Turigi, le ejecutaron en Valencia, exhibiendo su cabeza en un portal de la ciudad, "poniéndole sobre ella una corona al revés", cuenta Fonseca, que añade: "lo mismo se hubiera hecho de Mellini, cabeça de los de Laguar (al qual prendió Don Baltasar Mecader de Alicante, hallándole entre los demas que se yvan a embarcar) si no se hubiera el mismo dexado morir de hambre. Los hijos y hermanos con los demas que con ellos se prendieron, fueron echados a galeras".
Pero lo que no cuenta Fonseca es que, antes de ser condenados a galeras, el virrey negoció con algunos de los moriscos rebeldes que acompañaban a Cristóbal Mellini. El marqués de Caracena aceptó sus exigencias para abandonar el bandolerismo: que no se les expulsara ni se les condenara a galeras, dejándoles quedarse como esclavos de particulares. "Pero el Consejo de Estado", explica Giner Guerri, "hacia mediados de 1610, ordenó que fueran liberados de la esclavitud los moriscos y desterrados, y la mayoría de ellos huyó de nuevo al monte. En agosto de ese mismo año vagaban por Alahuar y Guadalest unos 70 fugitivos. Y desde el 8 de mayo al 8 de noviembre, consiguió el virrey embarcar a 1.050 moriscos, de los cuales 388 zarparon hacia Génova y los otros para Berbería [362], mandando otros 300 a galeras".
Muchos de los morisquillos de mayor edad que se fugaron de las casas de sus tutores se unieron o intentaron unirse a los grupos de adultos que se ocultaban en las montañas, dedicados al bandolerismo para subsistir. Seguramente así lo hicieron aquellos tres de Alicante que mencionaba el profesor Martínez Gomis: Miguel, de 12 años, natural de Laguar; Luis Juan, de 17 años, natural de Albaida; Juan Antonio, de 9 años, de Gata.
Quienes con seguridad sí que lo hicieron, fueron varios morisquillos de Murla, Alcalalí y Jalón, que acabaron siendo apresados cuando hacía ya unos años que habían dejado de ser niños. Así, en una relación del Justicia murlí de 1615, figuran los siguientes fugitivos, acusados de diversos delitos: "Hieroni Bay, morisco, criat de Jaume Giner de la vila de Murla", de 20 años; "Luis Veune (o Venne) natural de Vayalt (Castells) morisco", de 19 años; "Miquel Sancarrilla, morisco de la vila de Murla", de 24 años; "Micalet, Visantet y Juanet, los tres moriscos del balle de la present vila de Murla (É) y altres moriscos". Y en otra relación de 1622 figura un "Miquel Veysi nou cristiá del lloch de Benigembla de present trobat en la vila de Murla (É) diu ser de 24 anys".
El 24 de mayo de 1611, el virrey firmó en Valencia un edicto que ordenaba fueran denunciados y entregados todos los moriscos "de edad de doze años arriba (É) assi de los que han desembarcado y buelto a el [reino de Valencia] de Berberia". Y al día siguiente, en otro edicto, anunciaba recompensas: 60 libras por un morisco vivo y 30 por uno muerto. Estos dos edictos fueron redactados por García Bravo de Acuña, el comisario real que había llegado a Valencia con el encargo del Consejo de Estado de zanjar definitivamente el asunto morisco en el reino valenciano.
En agosto de ese mismo año de 1611, Bravo de Acuña escribió al rey informándole de los progresos conseguidos gracias a las drásticas medidas adoptadas: había embarcado a 416 moriscos en siete naves, de las cuales cuatro irían a descargar en países cristianos y tres en puertos de Berbería. "Esos moriscos", escribe Giner Guerri, "eran esclavos, fugitivos, emigrantes que habían logrado volver de África a sus tierras ancestrales valencianas, y algunos tenían incluso licencias eclesiásticas para permanecer en ellas. Fuera de esos nuevos desterrados, solo habían quedado en suelo valenciano 134 esclavos, 2.450 niños y algunos pocos adultos bajo cautelas especiales. Según esto, pues, los moriscos valencianos habían sido prácticamente borrados del reino, salvo los niños".
CONSECUENCIAS
Desde el punto de vista económico, la expulsión de los moriscos de España se ha considerado tradicionalmente por muchos historiadores como una decisión con nefastas consecuencias para el conjunto del país, y muy especialmente para la agricultura y la artesanía. Los campos cultivados se convirtieron en eriales debido a la falta de brazos y de experiencia, perdiéndose el cultivo del azúcar, del algodón y de los cereales, así como del sistema de irrigación por medio de canales y acequias, al mismo tiempo que prácticamente desaparecía la fabricación de paños, sedas, curtidos y otros muchos oficios mecánicos.
Las repercusiones económicas de la expulsión morisca fue ciertamente negativa para la economía valenciana, pero no parece que alcanzara los niveles catastrofistas denunciados por la tradición histórica, según la cual supuso el origen de una gravísima y prolongada crisis económica en España. Así lo han entendido los historiadores durante la segunda mitad del siglo XX.
Las razones que desmienten la tradicional teoría de la catástrofe económica se basan en los siguientes datos: el número de moriscos artesanos era muy inferior al que se creía; los pueblos abandonados a la fuerza por los moriscos estaban superpoblados y fueron repoblados en su mayor parte por cristianos viejos, siendo muy pequeños los que no lo fueron, cuyas tierras se repartieron los pueblos vecinos; los cultivos fueron cuidados por los repobladores, continuando el ritmo de producción tras una interrupción media no muy larga, abandonando terrenos improductivos y concentrando los excesivos minifundios que existían antes de la expulsión.
Es verdad que España padeció en el siglo XVII una grave y prolongada crisis económica, pero los factores que la motivaron se arrastraban desde mucho antes de la expulsión morisca o surgieron después de ésta: la onerosa financiación de un ejército y una armada que debían hacer frente a guerras y campañas militares continuas y ruinosas, estancamiento demográfico, epidemias, descenso de la demanda industrial y de la agricultura comercial, etcétera. Las indudables repercusiones negativas que acarreó la expulsión masiva de moriscos contribuyó al surgimiento de la recesión económica del país, pero tan solo fue un componente más de la crisis y, probablemente, de los de menor incidencia.
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