Destierro e integración en África




por GERARDO MUÑOZ LORENTE                    
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE (XXXII)


Los moriscos que sobrevivieron tras desembarcar en las costas africanas lograron integrarse en las sociedades urbanas del Magreb tras superar los ataques de los lugareños y los contratiempos.


Muy pocos fueron los moriscos alicantinos que se exiliaron en Francia. Tampoco en Italia (salvo los morisquillos que fueron secuestrados por los soldados de los Tercios de Nápoles y Sicilia) se afincaron los moriscos alicantinos, ni siquiera los más adinerados que fletaron barcos privados. Aunque algunos de ellos atracaron en puertos italianos, estos barcos siguieron enseguida rumbo a Estambul o a Túnez.


La gran mayoría de moriscos alicantinos expulsos fueron llevados en tres oleadas de embarcaciones hasta Orán, plaza española conquistada un siglo antes de la expulsión por orden del cardenal Cisneros y que dejó de pertenecer a la corona de España a finales del siglo XVIII. A la sazón, estaba gobernada por el conde de Águilas, quien había recibido instrucciones para negociar con las autoridades musulmanas vecinas la acogida de los moriscos. Pero, además de vecinas, estas autoridades eran enemigas y, en consecuencia, aunque los primeros expulsados fueron recibidos sin apenas contratiempos, los problemas empezaron pronto a aparecer.

En efecto, aquellos afortunados que fueron bien recibidos al principio procedían de Elda y Novelda. Los gobernadores de Mostaganem y Tremecén, sabiendo que llegaban con dinero, aceptaron acogerles. Incluso para librarles del hostigamiento de los alarbes (como eran conocidos los árabes de las montañas del interior, con fama de fieros e insumisos), el gobernador de Tremecén envió para escoltarlos a 500 jinetes al mando del capitán Cid Almanzor y a un rico judío llamado Camilo con mil camellos para transportar a las mujeres y los equipajes de los moriscos. Esta ayuda les costó mil coronas.

Pero las negociaciones entre el conde de Águilas y los gobernadores musulmanes de los alrededores de Orán se fueron haciendo más difíciles conforme arribaban más barcos con miles de moriscos. En dos meses, fueron más de cien mil las personas que desembarcaron en la plaza española. A finales del mes de noviembre (menos de dos meses después de la llegada de la primera embarcación, el 5 de octubre) al estar la ciudad de Orán y su puerto colapsados, los moriscos eran desembarcados directamente en tierra extranjera, en las playas de Cabo Falcón y de Arzew. En este último lugar, para poder realizar el desembarco los españoles debieron ahuyentar previamente a los alarbes con descargas de artillería y mosquetería.

Al no poder mantener a tanto desterrado en Orán, el conde de Águilas ordenó su expulsión, de manera que miles de moriscos se vieron de repente fuera de las murallas de la plaza española, en medio de un territorio desconocido y hostil, sin la más mínima protección. Muy pronto fueron expoliados por los fieros alarbes durante su peregrinación a otras ciudades. Hasta que las autoridades musulmanas decidieron darles protección, escoltándolos hasta las ciudades más seguras y castigando a quienes les asaltaban, los moriscos sufrieron frecuentes ataques de los habitantes de las zonas rurales que atravesaban. Fonseca recogió escalofriantes relatos de supervivientes que hablan de robos, violaciones y asesinatos, y si bien parece exagerada su afirmación de que sólo una cuarta parte de los moriscos valencianos que fueron desembarcados en o cerca de Orán lograron sobrevivir, no cabe duda de que fueron muchos los que perecieron o padecieron expolios y vejaciones.

Pero no fueron únicamente los habitantes de las poblaciones rurales que rodeaban a Orán los que atacaron a los moriscos: "Algunos soldados españoles de Orán salieron a expoliarlos, a pesar de la prohibición del gobernador, bajo pena de galeras. Esos soldados, al no poder volver, pues, a la plaza, se hacen musulmanes en Tremecén o en Argel", escribe Epalza.

A fines de aquel año de 1609, el conde de Águilas remitió un despacho a la Corte informando de que, por miedo a los alarbes, muchos moriscos preferían quedarse en Orán, aunque no tuvieran qué comer. Pero incluso éstos fueron expulsados de la plaza española.

Vicent Mestre pintó en 1613 el cuadro Desembarco de los moriscos en el puerto de Orán. En él hay representadas numerosas naves que están llevando, a la entonces plaza española, a multitud de moriscos.

En este cuadro también aparecen los terribles alarbes atacando a los recién llegados con sus cimitarras, robándoles cuanto llevan de valor y violando a las mujeres.

Otras malas acogidas
Desde Orán, los moriscos se dirigieron hacia el interior argelino. Algunos llegaron hasta Marruecos, donde tampoco fueron bien recibidos. Lo mismo les sucedió a los pocos que desembarcaron en las inmediaciones de Melilla, según Domínguez y Vincent, ya que encontraron tribus bereberes "que los despojaron y maltrataron sin piedad".

Los moriscos que llegaron a Marruecos eran en su mayor parte de Andalucía, Murcia, Castilla y Extremadura. Muy pocos procedían del reino de Valencia. Pero, como éstos, fueron recibidos con hostilidad hasta que el sultán marroquí dio la orden de protegerlos.

Para los magrebíes, los moriscos eran extranjeros que vestían a la europea y hablaban un dialecto árabe distinto del suyo. Por su número y por sus intenciones de instalarse en sus tierras, constituían además un grave peligro para los intereses tanto de los campesinos argelinos como marroquíes.

No es de extrañar, pues, que los moriscos, pese a haber sido en su mayoría agricultores en tierras españolas, se hicieran progresivamente urbanos en el Magreb.

Volver
Aunque en un número indeterminado, no fueron pocos los moriscos que regresaron a España desde su destierro. El motivo más recurrente que se menciona es su deseo de recuperar los tesoros que muchos de ellos habían dejado enterrados. Pese a las muchísimas fábulas, patrañas y estafas que se produjeron alrededor de estos tesoros, indudablemente debió haber un fondo de verdad, aunque es de suponer que quienes descubrieron alguno o regresaron para recuperarlo guardaron el secreto. Acaso también volvieron impulsados por el deseo de reencontrarse con los hijos que dejaron.

Pero la explicación más razonable de que un gran número de ellos volvieran o intentaran volver a España, pese a los durísimos edictos que los destinaban a galeras, radica en la mala acogida que recibieron en tierras africanas, además de la añoranza por la patria perdida.

Muchos de los moriscos que regresaron lo hicieron manifestando su deseo de ser cristianos y servir como esclavos. Algunos incluso traían con ellos a cautivos cristianos liberados, para que dieran fe de su sinceridad, tal como sucedió en Alicante a principios de 1611, según explicaba el marqués de Caracena en la carta que dirigió a Felipe III el 27 de febrero de aquel año. 

En Argel
Los moriscos que, desde Orán, llegaron a Argel, se encontraron con sus paisanos ricos que habían arribado allí pagando el fletamento de naves privadas.

En la capital argelina existe actualmente un barrio conocido como Les Andalousies, donde probablemente se instalaron los moriscos más adinerados, pero en su mayor parte lo hicieron en el alfoz de Argel, en zonas agrícolas pero cercanas a la ciudad, y en el valle de La Mitidja, alrededor de las actuales ciudades de Kolea y Blida; ciudad ésta última (a 50 kilómetros de la capital) que fue fundada por los propios moriscos, según una tradición recogida por todos los historiadores modernos.

Allí, en la huerta de Argel, "se disuelve la nación de los cristianos nuevos; disolución aceptada y querida", escribe Halperin en su obra Un conflicto nacional: Moriscos y cristianos viejos en Valencia.

En Túnez
Claro que, dos páginas antes, este autor también escribe: "Así la vida de la nación de los cristianos nuevos concluye en Argel y sobre todo en Túnez. Allí un soberano emprendedor, Uzmanbey, les hace participar en la colonización del Medjerda, y en la repoblación de varias ciudades".

Y es que, en efecto, fue Túnez adonde llegó el grupo más afortunado de moriscos alicantinos.

Cuando finalizó la expulsión en toda España, eran unos cien mil los moriscos que habían llegado a Túnez. En la capital se instalaron los más ricos en la calle del Panteón del Bey (soberano tunecino), un barrio reservado a la burguesía y a los intelectuales andalusíes; pero la mayoría de los recién llegados se instalaron en barrios periféricos, al norte y al sur de la ciudad, que ahora son conocidos como barrios andalusíes: el de Bab Suica (Puerta de Mercadillo), el cercano a la mezquita El-Hlaq (ahora llamada la Mezquita de los Andalusíes) y otro en el lado opuesto, al norte, que ocuparon los últimos en llegar: el arrabal de Bab Qartagenna (Puerta de Cartago).

Fuera de la capital, los moriscos se instalaron en lugares como Medjez El Beb, Grombalia, Teburba, etc., pero eran tantos que fundaron sus propias ciudades, como Testur (1614-1615) y Zaguán, lugar éste último donde desarrollaron el cultivo de los olivos y los cerezos. 

Integración
Los moriscos fueron finalmente integrados por la sociedad magrebí, sobre todo la urbana.

En el coloquio sobre Relaciones entre España y África que organizó la UNED en 1983, el catedrático Mikel de Epalza expuso los dos factores que, según él, favorecieron el establecimiento morisco en el Magreb: "1º. La moneda que pudieron sacar con múltiples trucos, principalmente en el pelo de sus mujeres, escondiéndose del pillaje cristiano. 2º. El hecho de que en ellos los turcos encontraran unos aliados no-mogrebíes para ser utilizados en el gobierno argelino y tunecino".

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