La expulsión de los moriscos en la provincia de Alicante [Entregas 13, 14 y 15]


por GERARDO MUÑOZ LORENTE                    
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE


13. Decreto de expulsión



El edicto que ordenaba el destierro fue firmado por Felipe III el 19 de septiembre de 1609 y publicado tres días después en todos los pueblos y ciudades del Reino de Valencia.

El decreto de expulsión de los moriscos del reino de Valencia fue firmado por Felipe III el 19 de septiembre de 1609. No obstante, ocho días antes el rey dirigió Reales Cédulas a los Consejos de las ciudades más importantes del reino valenciano (Alicante entre ellas, tal como hemos visto) anunciando y justificando tal decisión.

A partir del día 22 del mismo mes, por orden del virrey Luis Carrillo de Toledo, marqués de Caracena, fue publicado el Decreto Real en todos los lugares del reino de Valencia, empezando por la capital.

En síntesis, el bando ordenaba lo siguiente:

Todos los moriscos del reino debían dirigirse a los lugares dispuestos para su embarque en el plazo de tres días, amenazando con la pena de muerte a quienes desobedecieran. Sólo podrían quedarse los que hubiesen observado una costumbre cristiana desde hacía tiempo y pudieran probarla.

Se les permitía llevar consigo todos los bienes muebles que pudieran portar, prohibiéndoles, también bajo pena de muerte, la destrucción de sus propiedades o cosechas, que debían entregar a sus señores.

Se castigaría con pena de muerte a los cristianos viejos que permitieran quedarse a algún morisco, ocultándolo, o escondiendo alguna parte de su hacienda.

El traslado a Berbería era gratuito y se les garantizaba un buen trato, advirtiendo además «que se les proveerá en ellos del vastimento que necessario fuere para su sustento durante la embarcacion».

Como excepción, se permitía quedar a seis familias moriscas de cada cien, repartidas por señoríos, para evitar el deterioro de las haciendas y enseñar a los nuevos pobladores el modo de cultivar los campos. Asimismo podían quedarse las familias formadas por cristiano viejo y morisca; en el caso de que el matrimonio estuviese compuesto por morisco y cristiana vieja, ella podría quedarse con sus hijos si eran menores de seis años, pero el marido sería expulsado. También podrían quedarse los morisquillos menores de cuatro años, si querían ellos y lo consentían sus padres.

EMBARCACIONES
Del mismo modo que Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, llegó a Denia comisionado para coordinar el embarque de los moriscos en este puerto, con idéntica misión llegó a Alicante por esas mismas fechas Baltasar Mercader, hermano del conde de Buñol.

Este comisario Mercader «publicó un bando», dice el cronista Viravens, «disponiendo que se reunieran aquí [Alicante] todos los moriscos que hubiese desde Albaida por la raya de Castilla hasta esta Ciudad, en cuyo puerto deberían ser embarcados, exceptuando los de Elche, Crevillente y Aspe, los cuales, como vasallos del Duque de Maqueda, serían conducidos bajo la responsabilidad de éste a un castillo que tenía S.E. en las inmediaciones de Santa Pola, para desde allí trasladarlos a los buques que los transportarían a las costas berberiscas». Los moriscos acudieron a Alicante, «viniendo en tan pasmosa multitud que invadieron la poblacion, en términos que dificultaban el tránsito por las calles».

En el cuadro Embarque de los moriscos en el puerto en Alicante, pintado por Pere Oromig entre 1612 y 1613, aparece en primer plano el comisario real Baltasar Mercader, vestido con el hábito de caballero de Santiago. A la izquierda, extramuros y delante de la puerta de la ciudad (coronada con el escudo de Alicante), está representada parte de la Casa del Rey, donde fueron alojados muchos moriscos mientras esperaban su embarco en las galeras que esperan cerca del muelle y de la playa. Al fondo se ve el castillo de Santa Bárbara, en la cumbre del Benacantil y con el detallado perfil de la cara del moro.

ALEGRÍA MORISCA
Aunque la decisión de expulsar a los moriscos dejó de ser secreta semanas antes de la publicación del Decreto Real, no fueron pocos los que se vieron sorprendidos por tan drástica medida. Como aquel morisco ilicitano que, desconocedor de su inmediato extrañamiento, compraba tierras junto al Vinalopó y las registraba ante notario aquel mismo día 22 de septiembre.

Pese a todo, la noticia de su destierro forzoso fue recibida por la mayoría de los moriscos con alivio y hasta con alegría. En su desesperación, imaginaban su vida en Berbería sin opresión, libres para practicar sus costumbres y profesar abiertamente su auténtica fe. En muchas aljamas el éxodo fue masivo, sin aceptar las excepciones autorizadas por el rey.

Abundan los testimonios de aquella alegría, como el del obispo de Orihuela, quien escribió al monarca el 3 de noviembre para expresarle su sorpresa por el modo como los moriscos se aprestaban a marchar con júbilo, manifestando a las claras su ansia de libertad: «que ya hablan con esta libertad», dice con asombro. También este obispo dio testimonio de cómo muchos marchaban al destierro voluntariamente, sin acogerse a los casos excepcionales. Como en Redován, donde «Pedro Masclou natural de Segorbe hijo de cristiana vieja que comulgara desde pequeño, y Alonso Martinez q. por averse criado desde pequeño en casa del señor de dicho lugar comulgava se embarcaron con tanto gusto como los demas, no obstante que tenian certificatoria del Rector de cómo comulgavan»; o en Novelda, donde Felipe Campos, que confesaba y comulgaba y tenía licencia para llevar armas, por ser hijo de cristiano viejo y de morisca, se embarcó disfrazado de mujer para evitar que se lo impidieran; o en Aspe, donde el señor había retenido a la fuerza a sus vasallos más acaudalados, uno de los cuales, N. Alfafar, «q. a sido siempre muy amigo de xpianos viejos, y ha tenido siempre muy honrrado trato, y quando se publico el edicto de V. Magd dixo al Rector de Novelda q. el Rey nro. Señor diga que hemos sido moros y q. lo somos dize mucha verdad, porq. en effecto jamás hemos sido xpianos ninguno de nosotros por mas demostraciones q. hayamos dado dello. Pero q. diga q. somos traydores no lo se yo, puede ser q. su Magd. no este bien informado».

No sólo en Aspe fueron retenidos los moriscos ricos por sus señores. Lo mismo hicieron otros barones del obispado oriolano, sin respetar el límite del 6% decretado, según informaba el mismo obispo al rey en otra carta, fechada el 9 de octubre. El párroco de Elda acompañó a los moriscos de esta villa «hasta la orilla del mar» y los vio embarcar, pero «después q. estuvo en su casa quando pensava q. estarian en alta mar vio venir muchos carros cargados con sus feligreses y los de Petrel», obligados a regresar por el conde. Entre los que volvieron estaban «los mas finos moros de todo el obispado». La mayoría no obstante logró marcharse al mes siguiente. Poco después fue abrogada la disposición que autorizaba a quedarse al 6% de los moriscos.

Pero no fueron muchos los moriscos retenidos a la fuerza. La mayoría de los que embarcaron durante los primeros días lo hicieron entre aires de fiesta. Se presentaron en Alicante y en Denia cantando y tocando sus instrumentos, dando gracias a Alá por la bienaventuranza de poder marchar a tierra de fieles.

En el cuadro que representa el Embarque de los moriscos en el puerto de Denia, Vicent Mestre plasmó aquella alegría de los primeros moriscos que estaban a punto de embarcar: la danza de las bailarinas al son de la dulzaina, el laúd y el tamboril, mientras los varones compiten luchando en la playa, cerca de la cual se ven los navíos del marqués de Santa Cruz. Más arriba, en lo alto de la colina, está la antigua alcazaba recién convertida en residencia del duque de Lerma, valido de Felipe III y señor del marquesado de Denia. El Tercio de Nápoles está cruzando la segunda muralla a través de la Puerta Real.

14. Oleadas de embarcaciones

Entre los días 30 de septiembre del año 1609 y 13 de enero de 1610, cerca de 120.000 moriscos valencianos fueron embarcados rumbo al exilio.

Históricamente se han reconocido tres fases en la embarcación de los moriscos valencianos durante su expulsión. Estas tres fases u oleadas migratorias siguen un orden cronológico. La primera está establecida entre los días 30 de septiembre y 20 de octubre de 1609, y durante ella fueron llevados hasta Orán los moriscos en numerosos barcos que zarparon de los puertos de Dénia, Alicante, Vinarós, el Grao de Valencia y Moncofa.

En Dénia, al mando del marqués de Santa Cruz y durante los días 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre, embarcaron 3.803 moriscos repartidos en 17 galeras de Nápoles. Al mismo tiempo, otros 1.536, vasallos del duque de Borja y procedentes de la huerta de Gandía, hicieron lo propio en una docena de barcos mercantes. El día 17 zarparon de este mismo puerto otros 29 barcos mercantes con 4.587 moriscos de Vergel, Gata, Pedreguer, Ondara, Miraflor, Setla y Mirarrosa.

Bajo las órdenes de Luis Fajardo y Pedro de Leyva, con la coordinación del comisario Baltasar Mercader, embarcaron en la bahía de Alicante 2.978 moriscos de Elche, Crevillent, Elda, Petrer, Novelda, Monóvar, Albatera y Relleu, en siete galeones y cuatro navíos del Mar Océano; 1.789 en nueve galeras de Sicilia; 960 en las cuatro galeras de Portugal y 2.516 en nueve barcos mercantes. En total, unos 8.000, según informó por escrito el virrey a Felipe III el día 7. Arribaron a Orán a partir del 11 de octubre.

SEGUNDA EMBARCACIÓN
Hasta el 20 de octubre los embarques se sucedieron con normalidad. A partir de entonces, la alegría de los moriscos se trocó en inquietud debido a los asaltos y robos que sufrieron muchos de ellos. A esto se unió la decisión real de que las naves de la Corona exigieran el importe del pasaje, al igual que venían haciendo los patronos de las naves privadas.

Las galeras eran insuficientes. Y a pesar de que se utilizaron saetías y otras embarcaciones más pequeñas y ligeras para trasladar a los moriscos, todavía faltaban naves. El embajador español en Lisboa reclutó cuatro carabelas portuguesas, que envió a los puertos valencianos, y Pedro de Gamboa embargó en Alicante navíos privados para destinarlos al mismo fin. Pero seguían siendo insuficientes. De ahí que los comisarios reales debieran contratar navíos de particulares, muchos de ellos extranjeros, pagando flete por cada morisco embarcado, a razón de veinte reales por cabeza. Todo esto motivó que el rey faltase a su palabra y empezara a cobrar el pasaje a los moriscos. El problema era que muchos de ellos eran tan pobres que no podían pagarlo.

Pero a Agustín Mejía se le ocurrió la solución al percatarse de que los moriscos más ricos preferían contratar navíos privados para marchar a África, por no fiarse de las naves reales. Hacerlo así les costaba 75 reales por cada individuo mayor de 12 años, y 35 por los más jóvenes. Como medida de seguridad, quienes optaban por este procedimiento depositaban el importe de sus pasajes en el banco de Valencia, el cual no lo hacía efectivo en tanto el patrón no presentara un certificado de que sus pasajeros habían llegado con bien a su destino.

En carta fechada en Dénia el 8 de octubre de 1609, Mejía ya pedía a Felipe III que las naves se fletaran a costa de los moriscos ricos «si fuese posible, porque ay muchos pobres y es menester que los ricos paguen por ellos y no todos lo quieren hazer, ni tampoco se les puede apremiar a ello, pero hácese la diligencia, y quando no se pudiese salir será menester cumplir alguna parte con la hacienda de V.M., que ésta será lo menos que yo pudiese». Y añade el siguiente dato: el concierto que se había hecho con los patronos de las naves, para el transporte de Berbería «es a diez reales por persona, que, según el marqués de Santa Cruz dize y otras personas que entienden desto, es precio moderado, aunque lo sienten los dueños de los nabíos que les parece poco». Dos días después, en otra carta, Mejía comunica a Felipe III que «salieron ayer seis nabíos en setecientas y tantas personas y estaban embarcadas 680 para salir, que la mayor parte habían pagado el flete».

A diferencia de los navíos oficiales, que ponían rumbo indefectiblemente a Orán, puerto español donde desembarcaban a los moriscos, las naves privadas se dirigían a otros puertos, como Argel o Túnez.

La segunda embarcación se produjo a lo largo de los últimos diez días del mes de octubre de 1609 y desde los mismos puertos.

El día 22 volvió a partir el marqués de Santa Cruz del puerto de Dénia con 17 galeras y 3.406 moriscos de la actual provincia de Valencia. Entre el 22 y el 24 zarparon del mismo puerto 15 barcos mercantes con otros 2.456 moriscos valencianos. En esos mismos días, en el puerto de Alicante, embarcaron en nueve galeras sicilianas y cuatro portuguesas 3.039 moriscos procedentes de Benilloba, Cocentaina, Muro, Aspe, Redován y Orihuela. El 26 partieron también de Alicante y de Villajoyosa nueve barcos mercantes con 5.654 moriscos de Monóvar, Granja de Rocamora, Cox y Orcheta.

TERCERA EMBARCACIÓN
En esta última embarcación los moriscos partieron de los puertos de Dénia, Alicante y Vinaròs.
De nuevo el marqués de Santa Cruz zarpó de Dénia el día 2 de noviembre al mando de 16 galeras y 20 naves francesas con 3.819 moriscos.

De Alicante salieron los días 1 y 21 nueve galeras sicilianas con 2.120 moriscos y tres galeras portuguesas con 399. En el mismo puerto, el día 4 embarcaron 3.225 moriscos en siete galeones y cuatro naves de guerra, que partieron rumbo a Orán junto con 18 naves mercantes que llevaban otros 3.795 moriscos a bordo.

El 14 de enero de 1610 se dio por finalizada la embarcación. Un día antes, 30.204 moriscos habían salido por el puerto de Alicante, según el comisario Mercader.

Según los datos de Jaime Bleda, recogidos por el historiador Henry Lapeyre, entre septiembre de 1609 y enero de 1610 fueron embarcados 47.144 moriscos en Dénia, 30.204 en Alicante, 17.776 en el Grao de Valencia, 15.208 en Vinaròs y 5.690 en Moncófar. Pero hubo embarcaciones posteriores y quizás por otros puertos, como Santa Pola. De manera que es posible que fueran más de los 116.022 que dan Bleda y Lapeyre.

PROHIBICIÓN DE VENDER
El decreto de expulsión autorizaba a los moriscos a vender sus bienes muebles, pero los señores quisieron entender que la autorización comprendía tan sólo el ajuar de las casas, y que por tanto el ganado y los granos quedaban para ellos. Esto originó graves tensiones entre algunos señores y sus vasallos expulsos. Como el conde de Cocentaina, famoso por su avaricia y crueldad, que retuvo a los moriscos de la aljama y les robó dinero, ropas, joyas y caballos. Así lo denunció al virrey su comisionado el doctor Nofre Rodríguez en carta fechada el 3 de octubre de 1609. Este comisario virreinal advirtió al conde «que no le parecia bien tubiese tan oprimidos a los moriscos» y le sugirió que «les dexassen libremente venderlos [sus bienes] para poderse prevenir de lo necesario para su embarcacion». Al conde «paresciole esto una cosa fuerte porque lo tenia ya todo como proprio», aunque acató la sugerencia del doctor Rodríguez. Pero, pocos días más tarde, encontrándose éste en Benilloba, llegó allí un correo con una carta del conde de Cocentaina, en la que le comunicaba triunfalmente que la Audiencia había dado por buena la tesis de los señores. Como consecuencia, a través de su procurador general, el conde de Cocentaina volvió a impedir que sus vasallos moriscos vendieran sus bienes, arrebatándoles, además del ganado y los granos, cuanto de valor tenían en sus casas.

El virrey también había hecho suya la opinión de los señores y, dos días antes de que su comisionado Rodríguez le mandara su carta de denuncia desde Cocentaina, había firmado la crida en que disponía la entrega de granos y ganados a los señores, pretextando que los moriscos lo vendían a bajo precio, para poder así llevarse el dinero en su destierro.
Simultáneamente, el rey reiteraba la autorización de vender todos los bienes muebles a los moriscos, a buen seguro ignorando la crida del virrey, pero esta discrepancia se resolvió en la práctica a favor de los intereses señoriales.

15. Asaltos en tierra y en mar

Mientras se desplazaban a la costa, los moriscos fueron asaltados por los bandidos y, en algunos barcos, eran robados y asesinados por la tripulación.

A su llegada a Benilloba, el doctor Nofre Rodríguez (que viajaba por el reino comisionado por el virrey) encontró a los moriscos encerrados en sus casas «de miedo que tenian a los cristianos viejos que les corrian la tierra y les quitaban las haciendas y otros del rigor del Conde de Cocentaina se bolvieron todos a sus casas y lugares».

Como en Benilloba, Rodríguez encuentra a los moriscos de otros lugares escondidos y atemorizados, sin atreverse a marchar a los puertos de embarque por miedo a ser asaltados por sus propios vecinos u otros cristianos viejos por el camino. El comisario virreinal busca en las villas y lugares de realengo cristianos viejos dispuestos a vigilar los caminos que cruzan las sierras, pero no los encuentra porque existe entre todos ellos el temor cierto de que los moriscos no tardarán en reaccionar violenta y conjuntamente; tan conscientes eran de los muchos atropellos que estaban padeciendo: «todos representan que tienen necesidad de guardar sus casas por estar circuidos de Lugares de Christianos nuevos».

No eran pocos los bandidos que asaltaban a los moriscos mientras se desplazaban a las costas. El cronista Fonseca asegura que estaba «la tierra llena de los bandoleros del Reyno, y aun de los de Aragon, y Cataluña, que cada dia acudian como moscas a la miel». Y el virrey, marqués de Caracena, en su carta del 3 de octubre a Felipe III, informaba de que aquellos forajidos habían matado a más de veinte moriscos en pocos días.

Sin duda, tanto los bandoleros como los cristianos viejos que rapiñaban los huertos de los moriscos que aún no se habían atrevido a abandonar sus casas, estaban envalentonados al saberse impunes, no en balde hacían lo mismo que sus señores: expoliar a los infieles, indefensos y en trance de ser expulsados.

Hubo sin embargo señores que escoltaron a sus vasallos hasta los puntos de embarque, impidiendo así que fueran asaltados. Tal es el caso del duque de Gandía, quien acompañó hasta Dénia a sus 5.500 vasallos. También Jorge de Cárdenas, marqués de Elche, aparece en las crónicas y libros de historia como uno de los señores que se portó con sus vasallos expulsos con humanidad, pero al parecer la realidad fue bien distinta, según escribió Mario Martínez Gomis, profesor de historia de la Universidad de Alicante, en el tomo IV de la Historia de la provincia de Alicante (1985): «Un documento recién exhumado del Archivo Municipal de esta ciudad [Elche] revela lo falso de la noticia difundida por Cristóbal Sanz en su crónica del siglo XVII. Este escritor, enfiteuta a la sazón del señor y beneficiado con espléndidas parcelas entre 1611 y 1614, divulgó la historia, repetida después por otros escritores, acerca del comportamiento ejemplar del noble con sus moriscos, acompañándoles paternalmente hasta el lugar de embarque. Lo que no divulgó fue lo que hizo por el camino, tal y como nos narra el documento en cuestión: expoliarles de todo cuanto llevaban encima». Por desgracia, al no contar con notas a pie de página la obra citada, no figura la referencia de tan curioso documento. Tan curioso y revelador que bien merecía la pena buscarlo para que ilustrara este texto. Sin embargo, veinticuatro años después de su publicación, el autor ya no guarda la referencia, por lo que resulta muy difícil hallarlo ahora. El legajo se encuentra en alguno de los expedientes que, sobre los conflictos habidos entre el marqués y el Consejo de la villa, hay guardados en el archivo municipal ilicitano. Pero son tantos y tan voluminosos estos expedientes que, sin la referencia, su búsqueda se antoja larga y ardua. Por supuesto, damos como seguro el descubrimiento y la información del profesor Martínez Gomis, historiador serio y riguroso, lamentándonos únicamente de no poder ofrecerle al lector la reproducción del documento en cuestión.

ROBOS EN MAR
Algunos de los moriscos ricos que embarcaron en buques privados fletados a su costa fueron robados por los patronos. Codiciosos del oro que portaban, estos patronos, en su mayoría extranjeros, degollaron a los desterrados o los arrojaron al mar, después de desvalijarles y violar a sus esposas e hijas.

Despreocupado de la animadversión que hacia los moriscos destilaba su pluma, fray Damián Fonseca plasmó una amplia colección de estos hechos violentos acaecidos en alta mar, en su Relacion de lo que passo en la expulsion de los Moriscos del Reyno de Valencia, editado por primera vez en Roma en 1618.

CÁLCULO DE EXPULSADOS
Sabemos que, según Lapeyre, fueron 116.022 los moriscos valencianos que embarcaron en los distintos puertos durante los tres meses que duró esta operación. A ellos añade 5.500 que murieron antes de ser embarcados y unos 2.000 fugitivos. En total y redondeando: 125.000 personas; lo que supone una cuarta parte de la población valenciana.

En 1614, cuando acabó la expulsión en toda España, el número de moriscos desterrados ascendía (según informes firmados por los comisarios encargados de supervisar los embarques) a 272.000. Casi un 46% de ellos eran valencianos.

SUBLEVACIONES MORISCAS
Para tranquilizar los ánimos de los moriscos, el virrey valenciano precisaba en el octavo párrafo del bando de expulsión que se permitiría el regreso de diez de los desterrados en la primera embarcación, para que garantizasen a los demás el trato respetuoso que recibirían durante el viaje a Berbería.

Fue la capitaneada por el marqués de Santa Cruz la primera de aquellas expediciones que regresó de Orán, atracando en Denia el 19 de octubre de 1609, diecisiete días después de su partida, y en ella, efectivamente, llegaron los primeros moriscos que tenían que informar sobre el viaje. Sus informes fueron negativos, ya que, tras una relativamente buena acogida en Tremecén y Mostaganem, los primeros moriscos eldenses y noveldenses habían sido expoliados en las poblaciones rurales a las que fueron dirigidos.

Estas malas noticias se extendieron enseguida hasta la última aljama, desmoralizando todavía más a los moriscos que se preparaban para el destierro, pues se sumaban a los graves problemas que ya padecían: las dificultades para vender sus bienes muebles y los asaltos y vejaciones que sufrían mientras se dirigían a los puertos de embarque.

Empujados por la desesperación, muchos moriscos decidieron negarse a embarcar, rebelándose contra la orden de expulsión y originando de manera espontánea y simultánea varias revueltas violentas.

2 comentarios:

  1. Una muestra mas del uso de las religiones para despoliar y asesinar los que no comparten opinion .
    De todas las tonterias del marxismo ,lo unnico que se salva y acierta es La Religion es el Opio del Pueblo. Cuando aceptemos que la vida es un accidente que debemos de aprovechar podremos acabar con la maldad o por lo menos minimizarla en un proceso evolutivo racional

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  2. Una barbaridad mas de las religiones y los que las utilizan en provecho propio

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