por GERARDO MUÑOZ LORENTE
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE
7. El ataque berberisco más importante
En el verano del año 1584, el gobernador de Argel, al frente de más de mil corsarios, desembarcó en Altea y se adentró hasta Callosa d'En Sarrià.
A pesar de la mejoría en la fortificación de la costa, los ataques berberiscos continuaron produciéndose hasta bien entrado el siglo XVII. Y Villajoyosa siguió siendo el objetivo preferido de los ataques. En los años 1560 y 1562, los vileros volvieron a enfrentarse a las fragatas corsarias capitaneadas por Harpat, un nuevo capitán pirata.
Ya en 1583, en mayo, fueron cuatro galeotas corsarias las que, capitaneadas por Morato Rais, arribaron según Escolano al «pueblo de Iaedor, a las peñas de Elvir», cerca de Villajoyosa; en agosto hicieron lo mismo dos galeotas de Manú Arnaut Rais; y en noviembre es otro arráez corsario, Mamilongo, el que amenaza con su barco a Moraira.
En 1585 el ya mencionado Morato Rais entró con un escuadrón de hombres armados en Benissa, pero fueron derrotados. El 18 de mayo de 1595 las autoridades locales de Teulada declaraban arruinada la localidad debido a los daños que causaron los corsarios y los gastos que hubieron de pegar para rescatar a los vecinos cautivados. Y en 1600 fondearon tres fragatas piratas frente a las playas de Calpe.
EL ATAQUE MÁS IMPORTANTE
Pero sin duda el más importante de los ataques berberiscos ocurridos en tierras alicantinas es el acontecido en el verano de 1584 (si bien tuvo más de operación de rescate que de ataque propiamente dicho). También es el mejor documentado gracias a las cartas que Francisco de Moncada, marqués de Aytona y virrey de Valencia (fechada el 27 de julio de 1584) y doña Luisa de Moncada (en 1585) remitieron a Felipe III.
Después de visitar Cadaqués, 24 bajeles argelinos, al parecer capitaneados por el gobernador de Argel, costearon rumbo al sur. Pasaron a seis millas de Peñíscola, desde donde avisaron de su presencia al virrey de Valencia, apuntando la creencia de que regresaban a la isla de Ibiza. Sin embargo, eran otras sus intenciones, pues llegaron hasta la altura de Villajoyosa, donde se encontraron con «una nave que venía de Alicante con trigo aventurero a esta ciudad y la tomaron, despues de haver peleado algunas horas, y de alli vinieron a Benidorme» donde desembarcaron. Las tropas que guarnecían el castillo benidormí, al mando del capitán Luis de Ribera, hicieron frente a los argelinos con la ayuda de una de las compañías de caballos de la costa, provocando su retirada y reembarque, «por donde se vee que ha sido de efecto tener alli aquella companyia». La flota argelina se acercó entonces a la Torre de Altea (probablemente se refiere a la Torre de Bellaguarda, en la ribera sur del río Algar, según Martín de Vesa), donde la recibieron con fuego de artillería. «Los moros de allí se fueron a una isleta frontero de Benidorme y vidose que toda la noche hizieron fuego las galeotas para dar aviso a lo que se entiende a los moriscos de la tierra, con quien se cree que stavan de concierto porque la mañana siguiente que fue a los 24 deste (mes de julio) muy de mañana se llegaron a hazer ayuda en una sequía que sta cubierta a la Torre de Altea y no se les pudo impedir, y alli baxaron algunos moriscos de aquellos lugares, y particularmente del lugar y Baronia de Callosa que posee don Miguel de Moncada». Tras desembarcar «en el Rincon de las peñas del Alvir», el propio gobernador de Argel (según el virrey) encabezó la incursión de sus hombres (mil calcula el virrey; mil ochocientos, según la señora de Moncada) hasta Callosa, guiados por algunos moriscos del lugar. Una vez recorrida la legua que hay desde la costa hasta Callosa, el gobernador argelino se propuso conquistar el castillo, sitiándolo. El asedio duró sólo un día, tiempo suficiente no obstante para que los argelinos saquearan las casas de los cristianos viejos y que los moriscos de Algar y Micleta abandonaran sus hogares para unirse a los recién llegados. Entretanto, en ausencia del señor del lugar, su esposa, doña Luisa de Moncada, se hizo fuerte en el castillo con sus gentes, a la espera de ayuda. Una ayuda que llegó desde Játiva, enviada por el gobernador de esta ciudad, a instancias del virrey.
Los argelinos se retiraron en compañía de los moriscos de Callosa, Algar, Micleta y otros lugares próximos. Ya en la costa, se les unieron los moriscos de Polop «con sus mugeres y hijos y la ropa que han podido llevarse (…) y embarcados todos aquella tarde se hizieron las galeotas a la mar sin haver hecho otro danyo».
En Altea fue hecho prisionero por las tropas españolas un «forçado romano de nacion» que, al ser interrogado, avisó de las intenciones que tenían los argelinos de regresar pronto para atacar Benissa. Una información que fue ratificada por una misiva que el gobernador de Alicante envió en esos días al virrey, en la que contaba cómo arribaron dos galeotas argelinas para «tratar del rescate de la nave (capturada cuando llevaba trigo a Benidorm) y que se concerto en siete mil ducados el buque, pieças de bronze, trigo y la persona del capitan sola. Dizeme tambien que andando en el trato entro en las galeotas un marinero catalan a hablar con otro renegado tambien catalán conoscido suyo, el qual le dixo que las galeotas hirian a yviça con fin de passados algunos dias tornar a esta costa a hazer el danyo que puedan».
El virrey ordenó reforzar las guarniciones de Villajoyosa, Benidorm, Altea, Callosa, Teulada y, por supuesto, Benissa. Estos refuerzos vinieron muy bien para rechazar a los argelinos que, llegados en seis galeotas y al mando de Morato Rais, desembarcaron poco después en una ensenada de Moraira. Siete de ellos murieron y tres fueron hechos prisioneros, según Escolano, quien añade: «Y viniendo todos en seguimiento de las galeotas la buelta de las peñas de Elvir, vieron aquella noche fuegos en Aratana (Aitana) y en el rincon de Benidorme y fueron a reconocerlo y llegaron a tiempo que se querían embarcar moriscos de Orba, Laguar, valle de Gallinera y de otros lugares y acometiendo a los turcos que ya estaban en tierra, los hizieron embarcar y evitaron la embarcación de los nuestros».
La amenaza contra Benissa de la que advirtió el preso romano, impulsó al virrey a tomar drásticas medidas contra los moriscos de la vecina localidad de Senija, tal y como informó a Felipe III en aquella misma carta del 27 de julio de 1584: «(…) y tener yo por otras partes el mismo aviso, y que los de Senija que es un lugar de moriscos junto a Benissa havian offrecido al dicho Governador de Argel de entregalle la dicha Benissa y dalle tres mil ducados porque los embarcase a ellos. He comunicado esto (…) y ha parecido que se eche mano de diez o doze moriscos de los del lugar de Senija los mas ricos y mas emparentados, y assi he dado orden a Don Pedro de Moncada veedor general de la costa que los prenda y trayga al Castillo de Guadalest que sta allí cerca y ordeno al Alcayde del que los tenga muy guardados y lo staran hasta que yo entienda que esta armada se haya buelto a Argel».
Ni que decir tiene que tales medidas dieron al traste con los planes de los moriscos senijeros.
DESPUÉS DE LA EXPULSIÓN
Los piratas berberiscos siguieron visitando las costas alicantinas, incluso después de la expulsión de los moriscos. Al no existir ya el objetivo de rescatar a correligionarios oprimidos, el número de estas visitas disminuyó mucho y se limitaban al mero saqueo, pero continuaron produciéndose para fastidio de los alicantinos.
Como ocurrió en Altea en 1633 y en Calpe en 1637. A esta última villa arribaron el 4 de agosto, a las dos de la madrugada, seiscientos norteafricanos bien armados que, después de arrasar la iglesia, se llevaron cautivos a la mayoría de los calpinos.
8. Bandolerismo morisco
Moriscos fugitivos formaron peligrosas bandas que asaltaban en las aldeas y los caminos más recónditos al huir armados hacia el reino de Valencia tras la rebelión en las Alpujarras.
Los ataques berberiscos a la costa española (con mayor intensidad a las alicantinas) ponían de manifiesto la estrecha relación existente entre los moriscos y sus correligionarios norteafricanos. Y esto preocupaba, y mucho, a la Corona, pues durante un tiempo coincidieron con la revitalización de la guerra contra los turcos. Una gran ofensiva otomana se inició en 1551, cinco años antes de que Felipe II sucediera a su padre en el trono español, decidido a poner freno tanto al avance turco como a los ataques berberiscos.
Para Felipe II era evidente que los moriscos mantenían correspondencia con el enemigo turco, a través de Argelia y desde el litoral alicantino. Un ejemplo de ello se le presentó al rey prudente en el ya mencionado memorial de 1560 que le entregó la Inquisición, y en el que se lee: «Se sabe por una ynformacion de muchos testigos hecha en Alcoy que havia concierto del turco con los moriscos deste Reyno para venir a Hespaña a concertar [enfrentar] el Alcoran con el Evangelio y para que en dando aviso los moriscos se alçazen».
DESARME
Preocupadas ante la posibilidad de una rebelión armada de los moriscos valencianos, varias veces decidieron las autoridades desarmar a esta población sospechosa de deslealtad. En 1525, 1541, 1545 y 1561 no llegó a verificarse este desarme debido sobre todo a la oposición de los señores; hasta que en 1563 por fin se realizó con la mediación de éstos.
La real pragmática firmada por Felipe II el 19 de enero de 1563 prohibió a todos los cristianos nuevos del reino de Valencia poseer o portar armas bajo pena de requisa de las mismas, galeras a perpetuidad, confiscación de las viviendas y hasta la pena capital. Como en ocasiones anteriores, los señores valencianos se opusieron a esta medida, pero ante la firmeza real no tuvieron más remedio que aceptarla, instando a sus vasallos moriscos a que entregaran todo tipo de armas y utensilios considerados como tales.
La requisa se llevó a efecto el lunes 8 de febrero y al mismo tiempo en los 415 lugares donde vivían los moriscos, registrándose un total de 16.377 casas. No hubo incidentes, pero los moriscos valencianos quedaron muy indignados. Aquella nueva humillación agravaba el sentimiento de agravio que sentían por las campañas evangelizadoras y los altos tributos.
Más tarde fueron desarmados los cristianos nuevos de Aragón.
REBELIÓN EN LAS ALPUJARRAS
El malestar de los moriscos se manifestó de manera violenta en las Alpujarras, donde a finales de 1568 comenzó una sublevación que no sería sofocada hasta 1570.
Esta rebelión fue seguida con mucho interés por los cristianos nuevos de toda España, que vivieron con esperanza, decepción y angustia el devenir de sus hermanos granadinos.
Para evitar que la sublevación alpujarreña se extendiera a otros territorios, la Corona ordenó que se tomaran medidas disuasorias, movilizando las tropas guarnecidas en los reinos de Murcia, Valencia, Castilla y Aragón. Pero no se tomaron idénticas medidas con los cristianos viejos de estos mismos territorios, pues no fueron pocos los que marcharon hasta el lugar del conflicto con el objetivo de aprovechar la revuelta, saqueando y capturando esclavos.
DE GRANADA A VALENCIA
Algunos cristianos viejos del reino de Valencia se dedicaron a hacer razias durante la rebelión en Granada, saqueando aljamas y capturando moriscos, que luego vendían aquí como esclavos. Consciente de ello, el virrey valenciano, Juan Alfonso Pimentel, conde de Benavente, ordenó a sus comisarios el 14 de abril de 1569 que hicieran un inventario de todos los moriscos procedentes de Granada que habían sido traídos, pero permitiendo que quedaran en poder de los amos que los habían comprado. Y es que en el ánimo del conde de Benavente no estaba el conocer y controlar la situación de estos desafortunados moriscos de Granada para oponerse a su comercio, al tráfico esclavista, sino más bien para todo lo contrario: sacar provecho del mismo y proteger los derechos de quienes se dedicaban al mismo, muchos de ellos oficiales suyos, como cuando ordenó que se le pagaran 554 libras a Guillem Ramón de Blanes, el 21 de mayo de 1569.
Pero esta tolerancia desapareció cuando la abundancia de esclavos granadinos se convirtió en un peligro. Así, el 17 de agosto de 1569 el virrey ordenó que no fuera traído al reino de Valencia ningún esclavo morisco más procedente de Granada.
BANDOLERISMO MORISCO
Y es que muchos de estos esclavos se fugaban para unirse a otros muchos paisanos que venían huyendo y armados, formando peligrosas bandas que asaltaban en las aldeas y los caminos más recónditos. En mayo de aquel año de 1569 fueron detenidos en el valle de Ayora algunos de estos bandoleros moriscos, trasladados luego a las cárceles de Valencia. Y lo mismo ocurrió con otro morisco granadino, que se había refugiado en Guadalest con armas y una buena colección de joyas.
El virrey Pimentel mandó comisarios por todo el reino con la orden de capturar estos moriscos armados «los quals fan molt gran mal en lo regne»; pero, naturalmente, éstos se resistían a ser capturados, participando en cuantas revueltas y conspiraciones podían: «Van movent revolucions y fraudes per lo present regne», según se lee en uno de los documentos de la cancillería del virrey.
Gracias precisamente a estos documentos sabemos que durante los primeros meses de 1570 aumentó la emigración de los moriscos granadinos hacia Valencia, muchos de los cuales fueron cautivados y vendidos como esclavos, siendo también moriscos algunos de sus compradores: «A pesar de la prohibició, molts moriscos y algunes universitats de lochs y poblacions de moriscos, haurien comprat e en altre manera per vies illicites y no permeses, hagut catius del moriscos del regne de Granada», sin duda con la idea de liberarles de la esclavitud.
Once años después de que finalizara la rebelión alpujarreña, el virrey Francisco de Moncada, conde de Aytona, impulsó una decidida y efectiva campaña de represión contra el bandolerismo morisco en el reino de Valencia.
NUEVOS DESARMES
Este mismo virrey, conde de Aytona, promulgó en 1588 una orden para desarmar nuevamente a los cristianos nuevos del reino de Valencia.
La entrega de armas que habían hecho los moriscos valencianos en 1563 quedaba ya lejos y, desde entonces, se habían producido hechos tan graves como la rebelión de las Alpujarras y la llegada masiva de esclavos y emigrantes granadinos. Hechos que habían provocado el descontento y la inquietud de los moriscos valencianos, muchos de los cuales se habían rearmado ante el temor a ser atacados por los cristianos viejos más recelosos.
Para evitar el enfrentamiento violento entre ambas comunidades, los antecesores del conde de Aytona ya habían hecho varias cridas para limitar el armamento de los civiles, en teoría de todos (tanto cristianos nuevos como viejos), pero que en realidad iban dirigidos hacia los moriscos. El primero de estos pregones lo hizo el conde de Benavente año y medio antes de la rebelión de Granada, reiterado posteriormente en 1573, 1575, 1578 y 1581.
PROCESOS INQUISITORIALES
Como es de suponer, la Inquisición también jugó un papel importante en la persecución de los moriscos rebeldes o más proclives a la insumisión.
Cuando el malestar morisco estaba a punto de llegar a su cenit con la rebelión granadina, el Santo Oficio recrudeció su represión contra los más exaltados. Treinta y siete moriscos del Medio y Bajo Vinalopó fueron encausados en un auto de fe celebrado en 1567, siendo nueve de ellos de Elche, Aspe y Novelda. Un año después fueron 56 los procesados, tres de lo cuales, naturales de Aspe, murieron en la hoguera. Y en 1570, año en que finalizó la rebelión granadina, otros 17 moriscos fueron procesados por la Inquisición, uno de ellos de Redován.
9. Conspiraciones frustradas
Moriscos fugitivos formaron peligrosas bandas que asaltaban a los residentes en las aldeas y a quienes circulaban por los caminos más recónditos.
Más inadvertidos que los moriscos dedicados al bandolerismo eran algunos de aquellos cristianos nuevos granadinos que llegaron a tierras alicantinas tras la liberación en las Alpujarras y se dedicaban efectivamente a la conspiración. Se conoce el nombre de uno de estos encargados de reavivar la resistencia morisca en el valle del Vinalopó, presunto enlace con sus aliados del norte de África: Martín Chiquillo.
Esta agitación de ánimos entre los moriscos tenía su reflejo en sus vecinos cristianos viejos, que los miraban con recelo. Un recelo que se convirtió en miedo en ciertos lugares y momentos, y después incluso en odio. Así, en 1606, el miedo a una revuelta morisca provocó que el Consell de la villa de Elche decidiese tapiar las puertas que comunicaban con la aljama «porque es cosa muy peligrosa que los moriscos puedan entrar en el arrabal de los christianos», ya que «los muchos lugares de moriscos que hay sircunvesinos, que sin ser sentidos pueden juntar quatro mil hombres dentro de dicha villa».
LA MILAGROSA PALIZA
La intolerancia y el odio llevaban muchas veces a los cristianos viejos a escarmentar a los moriscos que vivían entre ellos y que se mostraban irrespetuosos, o simplemente indiferentes, ante los ritos católicos. Un ejemplo de esto lo hallamos en Castell de Guadalest donde, según la tradición, un morisco fue apaleado milagrosamente por burlarse, al parecer, de una imagen de san José en 1599.
En aquella época los escasos cristianos de Castell de Guadalest vivían dentro de la fortaleza, mientras que el arrabal o aljama y las alquerías de los alrededores eran mayoritariamente moriscos.
La ermita del castillo y su retablo (donde estaba el lienzo de san José) desaparecieron en 1708 al explotar una mina. Treinta y seis años más tarde, para que no se olvidara el testimonio del milagro realizado por aquella figura del santo, se efectuó una Sumaria información de testigos. Gracias a este documento se sabe que «por los años de 1599 por el mes de noviembre, teniendo un moro en casa, D. Pedro de Orduña (…) lo embiava (…) todos los días a componer la lámpara del Santo (…) y como el mencionado moro, iva violentado, no pudiendo vengarse en otro, hacía al Santo diferentes burlas y mofas, y la santa Imagen no pudiendo tolerar semejantes desvergüenzas, le dio de palos con el báculo que desde entonces se mantuvo levantado, dexandolo bastante molido y enfermo». Y es que la figura del santo, que hasta entonces aparecía en el lienzo sosteniendo un cirio, a partir del hecho milagroso mostraba un bastón levantado en ademán amenazante.
Al margen de quién dio realmente la paliza al morisco (mano de santo, según la tradición), llama la atención que en el documento en cuestión se utilice siempre el sustantivo moro para referirse a aquel desdichado criado de Pedro de Orduña. El hecho de que se emplee esta palabra, moro, en vez de cristiano nuevo, o siquiera morisco, evidencia el grado de animadversión que sentían los cristianos viejos por sus vecinos conversos.
Entre 1602 y 1604 se urdieron dos conspiraciones contra la Corona española en las que supuestamente estaban interesados los reyes de Francia e Inglaterra, además del pachá de Argel y los moriscos de Aragón y Valencia.
Las tramas de ambas conspiraciones se conocen gracias a las Memorias del duque de la Force, gobernador de Bearne, y han sido muy bien resumidas por Antonio Domínguez y Bernard Vincent en su libro titulado Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría.
PASCUAL DE SANTISTEBAN
La figura central de la primera conspiración era Pascual de Santisteban, natural de San Juan de Pie de Puerto, en la frontera francoespañola, servidor a la sazón del gobernador La Force. Mandó éste a Santisteban a Valencia para que (por mediación de un vasco francés residente en Alacuás, Martín de Iriondo) se reuniese con cinco cabecillas moriscos que planeaban una sublevación. Uno de ellos era Miguel de Alamín, que fue enviado a París con un memorial para Enrique IV en el que, además de quejarse de la Inquisición, aseguraba que el reino de Valencia se hallaba indefenso, por contar con una única fortaleza con guarnición: el castillo de Bernia, en la actual provincia alicantina. «El levantamiento podría prepararse con todo secreto porque en los pueblos de moriscos solo había dos o tres cristianos, que ejercían los cargos de autoridad. Si se presentaba una flota francesa en Denia y se le suministraba armamento, ellos podrían aportar sesenta mil hombres y la caída de Valencia sería segura. Los moriscos de Aragón podrían proporcionar 40.000 hombres; en los demás reinos la intervención francesa encontraría también el apoyo de protestantes, judíos y aun el de muchos cristianos descontentos».
Por otra parte, La Force sugería un ataque simultáneo de la Armada inglesa contra La Coruña.
Antiguo pretendiente del trono español, Enrique IV de Francia sentía un profundo odio hacia Felipe III. De ahí que la idea de utilizar a los moriscos para derrotar al monarca español debió de parecerle interesante. Aunque no tan tentadora como para precipitarse. Seguramente su natural desconfianza ante un plan tan audaz y sencillo le hizo esperar hasta ver si la reina de Inglaterra aceptaba participar en el mismo.
Precisamente con esta misión llegó Santisteban a Londres: la de presentar el plan a la reina Isabel y convencerla para que participara con su Armada. Pero la reina murió poco después, en marzo de 1603, y su sucesor, Jacobo I, firmó la paz con España, acabando así con la esperanza de una cooperación inglesa en el plan de La Force. A mayor abundamiento, como prenda de amistad el rey inglés envió a Madrid la documentación presentada por Santisteban, en la que aparecían todos los detalles del plan, desde los tratos con los moriscos valencianos hasta la intención de buscar el apoyo de los protestantes suizos.
Como consecuencia de ello, todos los moriscos valencianos involucrados en aquella intentona fueron detenidos y encarcelados.
El morisco Miguel de Alamín no fue detenido en aquella ocasión. Se libró porque se encontraba todavía en Francia. En diciembre de 1604 regresó por fin a España acompañado por un enviado de La Force, Mr. de Panissault, que se dirigió a Valencia disfrazado de comerciante. En la aldea de Toga asistieron a una reunión en la que participaron 66 representantes de los moriscos y diez argelinos, enviados por Ramadán, pachá de Argel.
Según escriben Domínguez y Vincent, «allí fue elegido caudillo Luis Asquer, morisco de Alacuás, ´muy valido del duque del Infantado´ (…). El plan consistía en efectuar un levantamiento el día del Jueves Santo de 1605; diez mil moriscos, ayudados por los franceses residentes en Valencia, incendiarían los monumentos de las iglesias y a favor de la confusión se apoderarían de la capital. Premisa indispensable era la llegada al Grao de cuatro navíos franceses portando trigo, pero cuya verdadera misión sería suministrar armas a los conjurados. La ciudad sería saqueada, y el botín sería tan copioso que La Force podría recibir una espléndida comisión de 120.000 ducados. A la caída de la capital seguiría la de todo el reino valenciano, y después la de toda España. Panissault regresó muy contento con estas noticias, pero, por delación de uno de los comprometidos, fueron presos varios de los conjurados; sometidos a tormento lo confesaron todo y fueron ejecutados». Uno de ellos fue Luis Asquer; otro debió de ser Miguel de Alamín.
Pero, ¿era real el peligro que entrañaban estas conspiraciones? Desde luego entre los moriscos abundaban los exaltados, los que estaban dispuestos a rebelarse si llegaba a contarse con el apoyo necesario del exterior. Pero no es probable que fueran tantos como esperaban los conspiradores. Ciertamente eran celebradas las derrotas militares españolas por muchos moriscos, especialmente si se debían a la acción de sus correligionarios; también los desembarcos berberiscos en la costa levantina representaban un hálito de esperanza para los moriscos más desesperados. Pero eso no quiere decir que estuvieran decididos a coger las pocas armas de que disponían y enfrentarse a un ejército muy superior en número y preparación. Ni siquiera lo hicieron en apoyo de sus hermanos granadinos, cuando éstos sostenían una lucha encarnizada.
Excelente estudio. Llegue a el en razón a que estoy leyendo el libro "La mano de Fátima" del escritor Ildefonso Falcones historia que se desarrolla a partir del levantamiento morisco en Las Alpujarras en 1568
ResponderEliminarExcelente estudio muy bien documentado. Acudí a estas fuentes, comprobando datos de I. Falcones en La mano de Fatima.
ResponderEliminarAcudí a estas fuentes a fin de comprobar y ampliar datos, mientras leía : La mano de Fatima de I. Falcones. Muy agradecido por su excelente explicación de los hechos.
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