La expulsión de los moriscos en la provincia de Alicante [Entregas 4, 5 y 6]


por GERARDO MUÑOZ LORENTE                    
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE





4. Parroquias moriscas


Un gran número de estas iglesias, antiguas mezquitas, se encontraban vacías, incluso de párrocos. Muchos de ellos se quedaban en los núcleos cristianos más cercanos.


Fernando el Católico se comprometió en las Cortes de 1510 a respetar las creencias islámicas de los mudéjares aragoneses y valencianos. Pero este pacto se rompió una década más tarde. Primero fueron las tropas agermanadas las que obligaron a bautizarse a los musulmanes durante la rebelión armada que se produjo entre 1519 y 1521. Esta conversión forzada fue legalizada por Carlos I en 1524. A los mudéjares entonces solo les quedaban dos alternativas: convertirse al cristianismo o el destierro. Optaron en masa por la conversión, pero solo de manera formal. Desde entonces pasaron a denominarse moriscos o cristianos nuevos.

EVANGELIZACIÓN
El historiador Halpherin Dongui divide los casi noventa años de historia de los moriscos valencianos en varias etapas. La primera abarca de 1520 a 1570 y está dominada por la conversión y la evangelización. Durante los cinco primeros años de esta primera etapa la conversión se llevó a cabo sin control, siendo los doctores de la doctrina islámica, los alfaquíes, quienes sufrieron mayor represión por parte de la Inquisición.

El 13 de septiembre de 1525 se promulgó la anunciada orden de conversión de los moriscos y, al amparo de la misma, las autoridades eclesiásticas iniciaron la primera campaña organizada de evangelización. En Valencia, capital del reino, se celebraron masivos bautizos en 1526.

RESISTENCIA
Sin contrapartidas a cambio de su conversión, obligados a pagar impuestos como moros pese a ser ya oficialmente cristianos, los moriscos pronto empezaron a mostrarse reticentes ante la asimilación que les obligaban a seguir, por considerarla injusta. Algunos decidieron esconder a sus hijos para evitar su bautismo; la mayoría optó por practicar la taqiyya. En la sura 16 del Corán, en la primera de las aleyas contra los apóstatas, se lee: «Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe (se exceptúa quien fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe), y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre ésos caerá el enojo de Dios y tendrán un terrible tormento». En tal excepción se basa la taqiyya (en árabe, «precaución»): bajo el dominio de un grupo hostil, el musulmán no está obligado a convertirse en un mártir o a sentir remordimientos, ya que tiene la posibilidad de plegarse a la simulación, abjurar públicamente de su fe musulmana inclusive, siempre y cuando la conserve en su corazón y la practique en secreto.

Esta resistencia, casi siempre simulada, a la conversión al cristianismo de los moriscos se vio favorecida, como ya sabemos, por los señores y alimentada por una remota esperanza, encarnada en el Turco, enemigo feroz del emperador cristiano que los oprimía; así como en los piratas berberiscos, quienes mucho más próximamente amenazaban las costas valencianas. No eran pocos los moriscos que ansiaban una invasión turca, un desembarco masivo de sus correligionarios que los liberasen del yugo cristiano. Una liberación global que no llegó a producirse, aunque sí se llevaron a cabo numerosos desembarcos y rescates puntuales, tal como veremos más adelante.

Mientras en las ciudades y pueblos donde predominaban los cristianos viejos se limitaban los moriscos a simular su conversión, allá donde eran mayoría, especialmente en las aldeas montañosas, mostraban un rechazo mucho más abierto a la misma. Estas demostraciones de rebeldía, en ocasiones manifestadas incluso ante la presencia de los párrocos, quedaban casi siempre impunes, sobre todo en los lugares más apartados y, casi siempre, amparadas por los señores.

En 1543, realizando un periplo misional, fray Bartolomé de los Ángeles se encontró en Muro con Miguel Fenollar, enviado por el señor de Benillup, quien le prohibió que siguiera predicando y bautizando moriscos, para evitar así que éstos huyeran y abandonaran el cuidado de los campos, lo que acarrearía la ruina del señorío. Esta prohibición contrastaba con la prudente libertad con que los moriscos practicaban su fe musulmana. Tanto era así, que precisamente en Muro residía uno de los más importantes alfaquíes del reino de Valencia: Adam Xubuch, antiguo cadí, respetadísimo y considerado como un gran sabio en la doctrina islámica. En el antes citado memorial de 1560 que presentó la Inquisición a Felipe II, entre las muchas faltas y blasfemias cometidas por los moriscos, se denunciaba el caso del párroco del Valle de Ebo que fue capturado por sus propios feligreses y enviado a Argel, donde debió rescatarse por sus propios medios: «Ytem (…) maltratan á los que predican la palabra de Dios y amonestan que no hagan ceremonias mahometicas, como se ha visto que hizieron en el Vall de Ebo los moriscos de allí con su Rector y porque reprehendio á un morisco que no circuncidasse á su hijo le captivaron y vendieron y el mismo Rector se huvo de rescatar».
A estos ejemplos de resistencia a la conversión podríamos añadir aquellos ya conocidos por el proceso inquisitorial contra el almirante de Aragón, Sancho de Cardona, con la reconstrucción con su permiso de una mezquita en Adzaneta y su firme oposición a que los moriscos de dos de sus alquerías en el Valle de Alcalá fueran obligados por el párroco del lugar a bautizarse y a oír misa.

A pesar de esta resistencia, la campaña de catequización del cristiano nuevo se llevó a cabo con tanta paciencia como infructuosidad. Este fracaso se debió principalmente a la falta de coordinación entre las autoridades eclesiásticas y civiles.

NUEVAS PARROQUIAS
Para subsanar esta falta de coordinación, en 1535 fue nombrado para el reino valenciano un nuevo comisario apostólico, Antonio Ramírez de Haro, obispo de Ciudad Rodrigo, quien llegó a Valencia ungido con una doble autoridad: civil y eclesiástica. A partir de entonces, se impulsó la creación de 190 nuevas parroquias en territorio morisco, rehabilitando para ello muchas de las antiguas mezquitas. Pero dos fueron los principales problemas con que se encontró el comisario Ramírez de Haro para desarrollar este proyecto.

El primero de estos problemas fue el de la financiación. Por ser musulmanes, los mudéjares obviamente no habían pagado diezmos a la Iglesia, pero ahora que eran moriscos, o mejor cristianos nuevos, sí que debían de hacerlo. Sin embargo, los diezmos no siempre iban a parar a manos de los párrocos: a veces se los llevaba el capítulo de una catedral, a veces se los llevaban los señores. En esta ocasión, por ser casi todos los moriscos vasallos de señores, fueron éstos quienes se quedaron con la mayor parte de los diezmos. Como consecuencia, las parroquias moriscas carecían de fondos propios y la cantidad con que se dotó a cada párroco fue de treinta libras anuales, cantidad ridícula que suponía un salario miserable. Esto dificultó sobremanera la tarea de encontrar titulares para las parroquias moriscas.

El segundo obstáculo con que se encontró este proyecto agravaba aún más este problema de encontrar sacerdotes que aceptaran encargarse de las nuevas y conflictivas parroquias: el rechazo de los propios moriscos a escuchar siquiera las prédicas de los curas. Resultó por tanto que muchas de estas iglesias se encontraban vacías, incluso de párrocos. Muchos de ellos se quedaban en los núcleos cristianos más cercanos a sus parroquias. Desde allí se desplazaban de vez en cuando a su teórico destino, casi siempre a petición expresa de algún cristiano viejo. Así ocurría por ejemplo en Murla, pueblo cristiano (aunque con importante aljama morisca), donde, además del párroco propio, residían otros que tenían sus parroquias en poblaciones vecinas, como Orba, Benidoleig, Alcalalí, La Llosa, Parcent, Tárbena, Benichembla, Castells, Valle de Laguar…, todas ellas moriscas y con mezquitas reconvertidas en iglesias vacías.



5. Huidas en masa

Hostigadas por la Iglesia, agobiadas por los abusivos impuestos señoriales, numerosas familias moriscas decidieron emigrar al norte de África desafiando la prohibición que existía sobre su movilidad.

En 1563 se tomó la drástica decisión de desarmar a los moriscos, lo que no impidió que seis años más tarde se rebelaran éstos en las Alpujarras granadinas (iniciada el 23 de diciembre de 1568 y sofocada en la primavera de 1570). A partir de 1571, se abrió la segunda etapa de la historia de los moriscos valencianos, caracterizada según Halperin por la predicación y la represión. Ésta supuso la paulatina destrucción de las estructuras moriscas por la Inquisición; aquélla consistió en nuevas campañas evangelizadoras, tan infructuosas como la anterior.

En 1573, el arzobispo de Valencia, Juan de Ribera, decidió crear veintidós parroquias más en la zona morisca y subir la renta de los rectores hasta las cien libras anuales. El proyecto fue enviado a Roma, donde fue aprobado por el Papa en 1579. Pero para entonces el arzobispo valenciano, con la conformidad del rey español, ya había cambiado de opinión y desistió de poner en marcha el proyecto; sin duda por razones económicas.

Lo mismo ocurrió en 1597, cuando llegó a Valencia el licenciado Covarrubias, canónigo de Cuenca, comisionado por el Rey y el Nuncio, con la misión de dotar definitivamente a las parroquias moriscas de una financiación digna. Pero fracasó al no conseguir que se pusieran de acuerdo las partes que debían participar en el sostenimiento económico de las nuevas rectorías.

Ya en 1599 se llevó a efecto otra campaña de evangelización, pero sus frutos fueron escasos. La respuesta morisca fue tan hostil que, temiendo una rebelión, el conde de Benavente, virrey de Valencia, tomó precauciones movilizando las tropas.

En el archivo municipal de Elche se conservan copias, en latín y en castellano, de la bula firmada por el papa Clemente VIII el 29 de mayo de 1602, de erección de una parroquia en la aljama de la villa, conocida como arrabal de San Juan Bautista desde que los moriscos más eminentes fueran obligados a bautizarse en 1526. Las tierras que cultivaban se hallaban en el Magram, a la derecha de la rambla del río Vinalopó (lo que actualmente son las partidas de Carrús, el Pla y Casa Blanca), regadas por la acequia de Marchena. Pues bien, en dicha bula, además de señalarse la dotación del párroco, que en total ascendía a 232 libras, y que en teoría «debían satisfacer los Participes de Diezmos», se hace también una breve descripción de la aljama: «En la villa de Elche ai un arrabal en el qual ay tresçientas y ochenta casas de cristianos nuevos rodeadas de muros para cuia entrada en el dicho arrabal tan solamente ai un portal, y la iglesia parrochial que esta situada en el dicho arrabal fue antiguamente mesquita de los moros con invocacio de San Juan Bautista en la qual un sacerdote asalariado celebra missa los domingos y fiestas de guardar, y también da el sacramento del bautismo a los niños de licencia».

EMIGRACIONES
Tras la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, miles de cristianos nuevos granadinos emigraron al norte de África o a otros territorios españoles, especialmente Castilla y el reino de Valencia.

Pero, antes y después de esta guerra de las Alpujarras, se produjeron muchas otras emigraciones moriscas al extranjero.

A pesar de la inmigración morisca granadina, hubo noventa poblaciones valencianas de cristianos nuevos que, entre 1527 y 1563, descendieron notablemente en número de habitantes, despoblándose por completo algunas de ellas inclusive.

HUIDAS EN MASA
Hostigadas por la Iglesia, agobiadas por los abusivos impuestos señoriales, familias moriscas decidieron emigrar al norte de África, desafiando la prohibición que existía sobre su movilidad.

En 1526 fueron 170 familias de cristianos nuevos de Callosa de Moncada (Callosa d’Ensarriá) las que se marcharon con la colaboración de los corsarios berberiscos.

La acantilada costa alicantina que abarca desde el cabo de San Antonio hasta Campello, salpicada de pequeñas calas y puertos naturales, era muy propicia para la huida por mar de los moriscos que hasta allí llegaban por caminos que cruzaban las serranías del interior, procedentes de los valles de Guadalest, de Bolilla y Tárbena, de Laguar, Jalón y Orba. 

Moriscos no sólo del reino de Valencia, sino también de Aragón y de Castilla. Hasta estos refugios naturales arribaban a su encuentro las fustas berberiscas. Estos ligeros buques de remos advertían de su presencia mediante el antiquísimo sistema de las fogatas. Prendían éstas por las noches en el mar, iniciando así una cadena luminosa que llegaba hasta los más remotos puntos del interior del reino valenciano, saltando las montañas de cumbre en cumbre.

APOYO SEÑORIAL
La emigración morisca contaba con el apoyo de los señores. Pero este apoyo no era gratuito: los salvoconductos o guiatges debían ser comprados por los moriscos en metálico. También los corsarios berberiscos les cobraban sus servicios. Un ejemplo de ello lo encontramos entre los moriscos de Senija, que en 1587 ofrecieron tres mil ducados (y el saqueo de Benissa) al gobernador de Argel, para que los embarcase y los llevase a aquella ciudad.

Gracias al proceso inquisitorial a que fue sometido en 1542, ya sabemos que Sancho de Cardona, almirante de Aragón, facilitaba salvoconductos a los moriscos que deseaban emigrar. El principal testigo del juicio, Miguel Zaragoza (Çaragoça), párroco del Valle de Alcalá, hizo una declaración el 6 de marzo de aquel año que implicaba a otros señores, además de Cardona. Por su relevancia al explicar el camino que seguían los moriscos y el sistema de fogatas que empleaban, merece la pena transcribir parte del siguiente párrafo: «Añadió que todos los convertidos de este reyno y tagarinos y alárabes que se pasan en Argel e los mas vienen primero a la Vall de Seta a D. Rodrigo de Beamont, procurador de la dicha Valle de Seta y Guadalest a guiarse y el dicho D. Rodrigo los guía y ansí guiados vienen a la dicha Valle y de alli se pasan a Palop [Polop] adonde los guía D. Gaspar Sans y de Palop se embarcan (…) y havía visto un guiatge firmado de su mano de D. Rodrigo de Beamont en poder de un morisco de la huerta de Oliva que se pasó a Argel y que todos los moriscos cablan [que habían] en esto dicen que los que pasan van guiados por el dicho D. Rodrigo de Beamont y por D. Gaspar Sans y que luego que hay fustas en una noche se sabe hasta Segorbe según ha oído decir a los mismos moriscos porque dicen que las fustas hacen fuego en el mar de noche y aquel fuego responde a una montaña que se dice Aytana y aquella montaña hace otro fuego el cual responde a otras hasta Segorbe (…) y que ansí se van y están allí hasta que ven oportunidad de fustas para poderse pasar y así se pasan de cada día que no queda ninguno a venir en ellas. Y terminó diciendo que por estos guiatges se pagaban uno, dos o tres ducados según quien es…».

El mencionado funcionario real, Gaspar Sans, gobernador de la fortaleza de Polop, acusado de formar parte de esta organización encargada de hacer pasar moriscos a África, confirmó y amplió ante el tribunal inquisitorial lo declarado por el párroco de Alcalá. El motivo principal por el que colaboró con aquella organización era económico. El virrey no enviaba las pagas de sus soldados y él necesitaba dinero. Aceptó por tanto firmar salvoconductos y permitió que sus subordinados acogiesen a moriscos valencianos, castellanos y aragoneses, mientras encontraban la oportunidad de embarcarse hacia África. Algo que, según reconoció, hacían todos los señores. Y tenía razón, por cuanto, mientras él declaraba en Valencia, el clérigo que había ido a sustituirlo en Polop seguía vendiendo salvoconductos. El apoyo señorial a la emigración clandestina de moriscos comenzó a declinar en 1561, cuando el rey se interesó personalmente en una mejor fortificación de la costa alicantina. Y prácticamente ya no existía en octubre de 1575, cuando el virrey prohibió a los moriscos valencianos aproximarse al litoral sin su permiso (a excepción de los arrieros), bajo pena de tres años de galeras. En cualquier caso, la huida morisca continuó pese a la retirada del apoyo señorial. En 1584, por ejemplo, ciento cuarenta familias de cristianos nuevos de la baronía de Polop emigraron al norte de África.



6. Fortificación de la costa alicantina

Debido a los frecuentes ataques berberiscos, la Corona ordenó la construcción de numerosas torres-almenaras a lo largo de todo el litoral sur del reino de Valencia.

Como veremos más adelante, aunque los ataques de los corsarios berberiscos en la costa alicantina fueron numerosos en aquella época, muy pocas veces se atrevieron a adentrarse en el interior, siendo los moriscos que deseaban marcharse con ellos quienes se acercaban a la costa. La vez que más adentro llegaron (no sólo en el reino de Valencia, sino en toda España) fue en octubre de 1529, cuando, dirigidos por Cachidiablo, lugarteniente del célebre pirata Barbarroja, los corsarios berberiscos saquearon Parcent y Murla. Luego conoceremos con más detalle los daños que sufrieron ambas poblaciones; ahora ciñémonos a lo siguiente, escrito por el historiador Prudencio de Sandoval unos setenta años después de ocurridos los hechos: «(…) la víspera de San Lucas, día 17 de octubre de 1529, apareció en el mar de Altea el lugarteniente de Barbarroja, el famoso pirata Cachidiablo, con once fustas y cien turcos en cada vandera, de seis que apeó, con los quales y con hombres pláticos de allí que guiaban llegó a Parcent aquella noche sin ser sentido. Recogió los moros de aquel lugar con sus mugeres, hijos y ropa. Embió luego dos compañías a Murla, los quales hizieron otro tanto y cuando amaneció tenía de ambos lugares y de otros de por allí mas de 600 personas y mucha ropa, que todos se llevaban cuanto podían (…) entrando esta vez los Turcos más adentro que nunca en España avían entrado por tierra, porque ay tres grandes leguas desde Murla hasta el río de Altea por donde entraron». Además de Parcent y Murla, Cachidiablo se llevó consigo moriscos de Benichembla, Vernisa, Alcalalí y Mosquera.

Esta es la primera vez que se despobló la aljama de Murla. Ciento treinta varones huyeron a África, acompañados de sus mujeres e hijos. Se conocen los nombres de todos ellos, así como sus oficios (tres o cuatro alfaquíes, siete cadíes…). También se conocen los nombres de quienes repoblaron la aljama murlí, ocupando las casas abandonadas por aquéllos. Dieciocho años después de aquella huida masiva, tan sólo se repetían cinco apellidos: Murlí y Menorquí son dos de ellos, gentilicios que denotan tan claramente su procedencia como Granadí, Cosentayni, Alcalahí, Viscahí, correspondientes a algunos de los repobladores.

ATAQUES BERBERISCOS
En su libro de 1901 Los moriscos españoles y su expulsión, Pascual Boronat incluye una relación cronológica de los ataques berberiscos más importantes habidos en el reino de Valencia durante el siglo XVI, basándose en crónicas anteriores, como la de Gaspar Escolano (1611).

Dice Boronat que en 1534 los piratas atacaron la baronía de Parcent, llevándose cautivos a Pedro Andrés de Roda, señor de la baronía, con su familia y criados. Pero he aquí que Severino Giner, en su Historia de Murla, pone en evidencia el error de Boronat (copiado de Escolano y arrastrado hasta ahora por infinidad de historiadores), al contrastar esta información con lo escrito por Prudencio de Sandoval, historiador del emperador Carlos, a finales del siglo XVI. Según Sandoval, fue el 17 de octubre de 1529, víspera de San Lucas, cuando el pirata Cachidiablo desembarcó con sus hombres en Altea, tal como hemos visto anteriormente, en la incursión que más lejos llegaron tierra adentro los berberiscos. Además de Parcent, atacaron Murla, llevándose a los moriscos de ambas poblaciones. «Embió contra ellos el Conde de Oliva D. Serafín de Centelles, cuya es Murla, cosa de 60 cavallos (…) pero no hizieron cosa que importase algo», cuenta el historiador imperial. Y es que, antes de emprender la huida hacia la costa, moriscos y corsarios saquearon cuanto pudieron en ambos lugares. En Murla destruyeron la iglesia y la abadía, después de desvalijarlas.

SUFRIDA VILLAJOYOSA
En 1543 Guardamar fue atacada por el pirata Salah Rais (ra’is significa «patrón de barco», en árabe; que el castellano asimiló como arráez).

En 1550 fue el corsario Dragud, lugarteniente de Cachidiablo, quien dirigió un desembarco de mil berberiscos cerca de Benissa, que fue rechazado. Poco después, el 24 de mayo de aquel mismo año, los diecisiete bajeles de Dragud arribaron a la costa de San Juan; desembarcaron los berberiscos y saquearon el pueblo, llevándose cautivas a trece personas.

El 8 de septiembre de 1554 fueron los alteanos, al mando del comendador Sanctescreus, quienes impidieron el desembarco de los berberiscos que hasta allí arribaron a bordo de cuatro galeotas. No obstante, Altea quedó destruida y abandonada a mediados del siglo XVI y no empezó a reconstruirse hasta finales de ese mismo siglo, según el historiador alteano Juan Vicente Martín de Vesa. Si bien en la década de los 60 se construyó al menos una torre-almenara, guarnecida con artillería inclusive.

Dos años después, el 9 de septiembre de 1556, diez galeotas de corsarios argelinos intentaron desembarcar cerca de Jávea. Desde Dénia fueron enviados doscientos soldados para evitarlo, y lo consiguieron; pero los berberiscos desembarcaron de madrugada cerca de Dénia. Seiscientos de ellos llegaron hasta el Saladar, pero la descarga que hicieron los dianenses desde el castillo les hizo retroceder y volver a embarcarse, llevándose como único botín dos mulas y varias cabras.

Pero fue sin duda alguna Villajoyosa la localidad más castigada por los berberiscos en aquella época:

En 1534 los vileros se enfrentaron con éxito a una fragata corsaria de trece bancos. En julio de 1538 fue asediada Villajoyosa por los hombres de Salah Rais, que habían llegado a sus playas con 27 galeras y fustas. Los vileros se defendieron con valentía, pero el virrey de Valencia y duque de Calabria ordenó la retirada debido al lamentable estado en que se hallaban las murallas. Una vez abandonado por los vileros, el pueblo fue incendiado por los piratas (Boronat vuelve a arrastrar un error del cronista Escolano, que situó este ataque en julio de 1536 y que daba como victoriosos a los vileros).

En la primavera de 1546 seis galeotas berberiscas intentaron fondear en Cap Negre, pero los vileros lo impidieron, capturando a 78 de ellos, según Boronat. Al año siguiente volvieron a recibir los vileros la visita de una galeota berberisca de 18 bancos, haciéndose con ella en las rocas del Albir, apresando a 35 piratas y matando al resto. Y de nuevo en las peñas del Albir capturaron en septiembre de 1549 los valientes vileros otra galeota berberisca de catorce bancos, haciendo dieciocho prisioneros, entre ellos Amir Rais; y poco después una fragata de Aspet Rais.

FORTIFICACIÓN DE LA COSTA ALICANTINA
Debido a estos frecuentes ataques, la Corona ordenó en 1561 mejorar la fortificación de la costa sur del reino de Valencia. Con la misión de dirigir la construcción de nuevas fortalezas, llegó a tierras alicantinas el arquitecto real Juan Bautista Antonelli, el mismo que dirigiría después la construcción del pantano de Tibi.

En 1562 ya se había construido una fortaleza en Bernia y se proyectaban otras. Además, el rey mandó organizar una Compañía de Caballería de la Costa, que fuera capaz de desplazarse con rapidez y efectividad ante cualquier aviso de posible ataque berberisco que llegara a través del sistema de almenaras.

Tan antiguo como el sistema de fogatas que los corsarios y los moriscos utilizaban para comunicarse, el sistema de torres-almenaras servía para que las autoridades conociesen casi de inmediato la existencia de una amenaza. Desde lo alto de cada torre se prendía fuego tres veces al día para indicar que no había corsarios (moros en la costa). Cuando se producía un ataque, el fuego que se hacía formaba una humareda; la noticia entonces se transmitía de torre en torre por medio de estos fuegos, hasta la del Grao de Valencia, sede del veedor general de la costa. Además, cada almenara contaba con una campana para el rebato y que servía para avisar a las compañías de caballería de costa, residentes en poblaciones cercanas.

Multitud de torres-almenaras había pues en aquella época a lo largo de la costa alicantina. Todavía quedan algunas en pie, a pesar del lamentable abandono que han sufrido a lo largo de los siglos.


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