Número de emigrantes e itinerarios de la emigración (MARRUECOS 2)

Míkel de Epalza (1938-2008)
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos
Universidad de Alicante

Fragmento de su magnífica obra Los moriscos antes y después de la expulsión. Madrid, Editorial MAPFRE, 1994.









Número de emigrantes e itinerarios de la emigración

     1. Valoraciones numéricas de los emigrantes moriscos
     Si era importante el situar a grandes rasgos la sociedad marroquí adonde los moriscos fueron a parar y ver los factores sociales de su integración, hay que completar estas generalizaciones con los datos concretos sobre la emigración, que nos vienen dados por las pocas fuentes escritas que los han consignado y que han llegado hasta la actualidad.
     Cuántos emigrantes de España vinieron a Marruecos, por dónde, cómo, quiénes, son interrogantes a los que los documentos contemporáneos nunca llegan a contestar completamente. Hay que hacérselo decir, con reconstrucciones hipotéticas de cuya fragilidad somos conscientes muchas veces, pero cuya verosimilitud es por ahora evidente. Su realidad se verá en el futuro confirmada o corregida por nuevos documentos o por reconstrucciones más verosímiles, a partir de los datos conocidos.
     ¿Cuántos fueron los moriscos de la expulsión de 1609-1614 que se instalaron en territorio marroquí? Suele citarse la cifra de 40.000 y de 10.000 sólo para Tetuán en 1613, según estimación del informe del duque de Medina Sidonia. El cómputo global es difícil de precisar, por múltiples razones.
     Por una parte, los centros de acogida eran muy diversos, fuera de los núcleos urbanos de donde tenemos algo de documentación, que raramente da cifras y éstas en ninguna manera son fiables (Salé-Rabat, Tetuán, Fez). El continuo emigrar de los andalusíes a Marruecos, antes del siglo XVI, o después de la caída de Granada y de la guerra de Las Alpujarras, en un goteo incesante a lo largo del siglo XVI y aun en los años que precedieron inmediatamente a la gran expulsión, dio origen en Marruecos, más que en ningún otro sitio, a una denominación común de «andalusí», que designa a cualquiera de los emigrantes provenientes de la península de Al-Andalus y a cualquiera de sus descendientes. Por eso, las fuentes marroquíes son poco de fiar en este aspecto.
     Las fuentes europeas, más precisas cuando se trata de mencionar el lugar de origen en España de los moriscos expulsados de 1609-1614, ignoran en cambio los caminos seguidos por los expulsos después de su salida del territorio español.
     Por ejemplo, no se puede saber cuál es el fundamento de la curiosa noticia, proveniente de un comerciante germánico en Istanbul, de hacia 1560, de que en Fez (¿ciudad o reino?) habría 80.000 moriscos españoles dispuestos a hacerse protestantes por fastidiar a la Inquisición. El motivo de esa supuesta conversión al protestantismo es absolutamente fútil e hipotético, por parte del alemán, pero la cifra global de andalusíes en Marruecos hacia 1560 puede tener cierto fundamento, porque en Istanbul se tenían también cifras muy concretas sobre la población morisca en la península.
     Por eso, se puede suponer con verosimilitud que la cifra de 40.000 que da Fonseca es un mínimo. En efecto, parece que el número global de moriscos en Marruecos tiene que situarse entre los 70.000 y algo más de 100.000, como máximo.
     Para este cálculo hay que basarse fundamentalmente, para llegar a esas cantidades, en la cifra global de los expulsados, unos 300.000, ampliando los 275.000 de las estadísticas de la expulsión con los incontrolados de los años anteriores, según Lapeyre, y en la cifra global de los que se instalaron en Túnez, casi 100.000, cifras mucho más fiables que las marroquíes.
     En efecto, si se distribuyen los 300.000 expulsados entre los principales países de acogida —aún contando con una pequeña dispersión en Europa, Turquía y Oriente y con los numerosos desaparecidos en el viaje— deberían corresponder unos contingentes semejantes para Túnez y Argelia, donde su presencia organizada es más patente, y en Marruecos, donde se asimilan más a la población local, sobre todo gracias a los grupos de andalusíes que les habían precedido en épocas anteriores. Hay que tener en cuenta sobre todo el fenómeno de la proximidad de la península, para afirmar que en ninguna hipótesis el número de moriscos emigrados a Marruecos a principios del XVII sería inferior al de los emigrados a Argelia y Túnez.
     Se puede calcular también un reparto proporcional, al interior del país, de esos 80.000 expulsados a Marruecos, a partir de los instalados en las zonas de Tetuán-Chauen y Rabat-Salé (con los emigrados de Larache y La Mamora, en 1610 y 1614 respectivamente). Sumarían unos 40.000 en cada caso (aquí se juega, entre otras incógnitas, con la de la proporción interna entre andalusíes antiguos y los nuevos). A pesar de la importancia de esas zonas, las mejor documentadas, no podemos excluir a los que fueron a parar a Fez, a Marrakech y a otras zonas donde se asimilaron más rápidamente a la población local, vinieran por la vía de Orán y el Este marroquí o por los demás puntos costeros de las orillas atlántica y mediterránea.
                                                                      


     2. Vías de la emigración morisca a Marruecos
     Mejor conocidos que el número de inmigrantes lo son los caminos por los que llegaron a Marruecos los expulsados de España.
     Los primeros afectados por los edictos de expulsión fueron los moriscos valencianos, que fueron embarcados directamente hacia el Magreb cercano. Su puerto de desembarco fue el enclave español de Orán y Mazalquivir (Mers-el-Kébir), en el oeste argelino. Se pensó que desde allí se les haría entrar en los territorios musulmanes que rodeaban a la plaza de Orán, para que se dirigieran a Tremecén (unos 150 kilómetros al Suroeste) o a Fez (a unos 500 kilómetros). Algunos navíos privados desembarcaron a otros moriscos directamente en los puertos argelinos de Mostaganem y Arzew, vecinos de Orán.
     Pero, evidentemente, las autoridades del presidio o enclave español de Orán, en relaciones tensas generalmente con su hinterland no habían preparado en lo más mínimo la operación de acogida por parte de los musulmanes de esos territorios. Los indefensos emigrantes, una vez expulsados fuera de las murallas de Orán, se encontraban en una región rural desconocida para ellos, donde sus atuendos y lengua les designaban como españoles para ser las víctimas de las tribus y población rurales de la región. Se hablará más adelante, en el capítulo argelino de este libro, de esa terrible situación, que tuvo tanta incidencia en el rechazo por parte de los moriscos a ser trasladados por mar a Orán. Pero se sabe por contemporáneos de los hechos que el sultán de Marruecos, informado de los atropellos, envió a un ejército local para que castigara a los jefes autores de abusos con los moriscos y para que protegiera a los refugiados.
     No es fácil saber en qué contexto se realizó esa «misión de castigo», estando entonces Marruecos en plena lucha entre los dos pretendientes a la corona, Mulái Ach-Chaij y Mulái Zaidán, y siendo el territorio oranés jurisdicción, al menos teórica, de las dos ciudades de Mostaganem y Tremecén, dependientes de Argel. Pero si se envió una expedición protectora desde Fez, lo normal es que muchos moriscos obtuvieran esa protección para desplazarse hasta Fez, donde la autoridad protectora les proporcionaría probablemente ocupación para reforzar su ejército. Pero es también probable que muchos se quedarían en ciudades más cercanas (en Tremecén había ya mucha población andalusí precedente) o se dirigieran hacia el Este, hacia la región de Argel.
     De hecho, los españoles siguieron desembarcando más tarde a moriscos castellanos y murcianos en Orán, hasta el final del proceso de expulsión. Pero no hay por ahora ningún testimonio documentado sobre poblamientos andalusíes en el Marruecos al oriente de Fez (Guarsif, Taza —con su bastión o fortaleza del siglo XVI, quizás construida o defendida por andalusíes en tiempos de Mulái Ahmad Al Mansur—, Taurirt, Debudu, etc.).
     Muy bien ha presentado el escritor tlemcení Al-Máqqari, que estuvo en Fez hasta 1618/1027 y terminó su libro Nafh-at-tîb en Egipto en 1629/1038, el resumen de la inmigración de los moriscos por este itinerario, el peor de los que tocó en suerte a los moriscos emigrantes.



     3. Texto fundamental de Al-Máqqari sobre la instalación de los moriscos en el mundo islámico
               
     Salieron millares para Fez y otros millares para Tremecén, a partir de Orán, y masas de ellos para Túnez. En sus itinerarios terrestres, se apoderaron de ellos beduinos y gente que no teme a Dios, en tierras de Tremecén y Fez; les quitaron sus riquezas y pocos se vieron libres de estos males; en cambio los que fueron hacia Túnez y sus alrededores, llegaron casi todos sanos.
               

     Ellos construyeron pueblos y poblaciones en sus territorios des habitados; lo mismo hicieron en Tetuán, Salé y La Mitidja de Argel. Entonces el sultán de Marruecos tomó a algunos de ellos como soldados armados. Se asentaron también en Salé. Otros se dedicaron al noble oficio de la guerra en el mar, siendo muy famosos ahora en defensa del Islam. Fortificaron el castillo de Salé y allí construyeron palacios, baños y casas, y allí están ahora.


     Un grupo llegó a Istanbul, a Egipto y a la Gran Siria, así como a otras regiones musulmanas. Actualmente así están los andalusíes.

    
      Este texto, de un contemporáneo de la expulsión, no tiene desperdicio.
     En su obra ingente, Al-Máqqari recoge toda la historia de Al-Andalus, de la que la historia de los emigrados andalusíes contemporáneos suyos constituye el apéndice. El párrafo aquí traducido hace una especie de epílogo de la historia de Al-Andalus, después de la caída de Granada. Ese es el contexto del texto que hay que comentar.
     Describe el éxodo e instalación de los andalusíes, veinte años después del acontecimiento, cuando ya se han asentado los moriscos en el mundo musulmán y su instalación era ya una cosa estabilizada y con visos de permanencia. Por eso Al-Máqqari da una distribución equilibrada de los emigrantes: masas importantes en Túnez, millares en Marruecos (Fez) y en Argelia (como tlemcení de nacimiento, pone en la vieja Tremecén y no en Argel la capitalidad del Magreb medio, aunque luego reconoce que los andalusíes se instalaron sobre todo en La Mitidja o llanura que rodea a Argel) y grupos en Turquía (Istanbul y sus territorios balcánicos y anatólicos), Gran Siria (actuales Siria, Palestina y Líbano, pero posiblemente también la región de Adana, en Turquía), Egipto y otros países islámicos, sin más precisiones.
     Esta distribución, sin ser exhaustiva, ni muy concreta, supone una cierta proporcionalidad en la instalación de los expulsos. No tiene la exactitud de los informes cifrados de la expulsión, pero procede de un contemporáneo muy al corriente de cuanto atañe a Al-Andalus, con visión amplia de historiador y de viajero en Oriente y Occidente, que vivió los acontecimientos de la inmigración de los moriscos desde la capital marroquí, como funcionario en Fez.
     Por eso su testimonio sobre las dificultades de los moriscos para acceder a las ciudades de Tremecén (a partir de Orán) y Fez (a partir de los puertos costeros) son de gran peso y confirman la resistencia del «estamento» beduino rural (al-arab) al ver llegar a esos forasteros. Confirma que los rurales magrebíes atacaban más a las riquezas o bienes muebles de los moriscos que a sus vidas, como opinaba también Lapeyre frente a testimonios de contemporáneos españoles, como Fonseca y Rojas. Éstos quizás sabían de muertes por inanición en el Magreb y pretendían justificar otras barbaridades de la expulsión, como las tropelías de muchos cristianos (españoles y extranjeros) antes del embarque, en el viaje y en el momento de desembarcarles en costas magrebíes.
     Basta con recordar el despoje de los moriscos de Elche por el conde del lugar, so pretexto de acompañarles hasta el lugar de embarque; o de los patronos que hundieron moriscos en el mar para sonsacar el dinero a los supervivientes de sus naves, como el catalán Juan Riera, condenado a muerte por ello, o el cónsul y mercader francés de Mallorca Grenier, o los que les dejaron desnudos en las costas tunecinas, o les llevaron más o menos consintientes al vecino Marruecos en vez de a Francia, como estaba estipulado en el precio del embarque.
     Tras haber presentado el texto de Al-Máqqari, fundamental para comprender las dificultades «terrestres» del viaje de los moriscos (las marítimas se verán en el capítulo sobre Francia), hay que ver las otras vías de acceso a Marruecos.



     4. Otras vías de acceso a Marruecos. Inmigrantes de paso
     La solución de desembarcar a los expulsos en una plaza cristiana y luego expelerles fuera de las murallas, en tierras magrebíes, era la más fácil para las autoridades españolas, como se ha visto en el caso de Orán. Pero los peligros de los atracos por parte de la población rural o beduinos (árabes o alarbes) lo hacían rechazable por los moriscos. Las plazas españolas —Portugal estaba entonces unida a la Corona española— de Ceuta y Melilla obviaban esta dificultad, por su cercanía de la ciudad de Tetuán (a unos 40 kilómetros de Ceuta y unos 60 de Tánger).
     Los moriscos tenían miedo de que se les aplicara entonces la orden de dejar en España a los niños menores de edad si iban a tierras musulmanas, por lo que siempre preferían dirigirse en una primera etapa a un país cristiano. Eso explica por qué Marruecos, a pesar de su proximidad geográfica, no fuera oficialmente el destino directo de los moriscos. Sin embargo, desde Sevilla 4.067 fueron dirigidos a Tánger y 4.212 a Ceuta. Algunos se quedaron algún tiempo o volvieron más tarde a Ceuta, donde aparecen sus huellas durante más de una década, según los registros y otros documentos conservados.
     También se tienen testimonios de desembarcos en otros puntos de la costa marroquí. Antes de la expulsión, algunos consiguieron disimular su condición de moriscos, pasar a las plazas portuguesas y luego fugarse a tierras musulmanas: es el caso de un hornachero y de familiares suyos en Ceuta en 1607 y de Al-Háyari Bejarano en 1598. Después de los edictos de expulsión, estos trámites no tenían sentido. En cambio muchos moriscos expulsados lograron burlar la prohibición de viajar con sus hijos pequeños a países musulmanes y desembarcaron con ellos en las costas marroquíes.
     Éste era el caso de muchos que desembarcaron en naves privadas, de comerciantes a quienes les convenía también no hacer más que una jornada, por ejemplo de Málaga a la costa de Tetuán o Alhucemas, aunque se les había contratado y pagado para ir a Marsella. Los moriscos se lo pedían, aunque a veces se disculpaban de ello después y lograban ser enviados de nuevo a tierras cristianas, como los 480 que reembarcaron en Tánger, en junio de 1611, para dirigirse a Italia, o los que se embarcaron en el País Vasco francés después de la expulsión, también para dirigirse a puertos marroquíes.
     Los principales puertos marroquíes abiertos a desembarcos de naves europeas eran los de Alhucemas, playas de Tetuán, La Mamora y Larache antes de ser conquistados por los españoles y el sur de Marruecos hasta Agadir. Salé no se sabe si admitía directamente a emigrantes por mar o por tierra, según la polémica levantada por Gozálvez Busto; ciertamente se ven marinos saletinos que son objeto de queja por moriscos que se vieron asaltados por mar, cuando emigraban en un barco francés. Es normal que los moriscos expulsados, si pueden, se queden en esos puertos o zonas costeras (Tetuán-Chauen, Salé-Rabat) y que no se adentren más al interior, si no tienen una perspectiva de instalación mejor, por parientes y familiares: Bejarano cuenta que le recibieron en Marrakech con alegría todos los andalusíes que allí estaban desde hacía tiempo y que allí se casó con una andalusí, o por servir al sultán o a otros potentados locales, en Fez, Marrakech u otros lugares del interior. La frase conocida de Juan Luis de Rojas de que los moriscos expulsados se instalaban cerca de las plazas españolas de la costa marroquí «para respirar el aire de España» es probablemente un despropósito. Se instalaban allá donde les dejaban, procurando evitar el adentrarse en el país si no tenían seguridades de una instalación mejor.
     Eso no excluye, evidentemente, una nostalgia de lo que habían dejado en España. También se da el caso frecuente de intentar regresar a España o al menos a las plazas españolas del Magreb. Se cuentan algunos ejemplos de moriscos provenientes de Tetuán, que intentan  volver a España por Ceuta. En España se seguía una política que les desanimaba a volver: se les enviaba a galeras. Más grave podía ser el castigo en tierras musulmanas, donde manifestar el deseo de volver a ser cristiano podía acarrear la pena de muerte, como parece sucedió con algunos moriscos, como al abulense Francisco Trigo en Tetuán y a otro morisco valenciano.
     Hay que concluir este capítulo sobre el número de emigrantes moriscos en Marruecos y sobre las vías que tuvieron para llegar a este país con una observación general: Marruecos fue en algunos casos una primera etapa para ir a otros países musulmanes.
     Ya lo había sido en la Edad Media, para muchos emigrantes andalusíes, que fueron luego a tierras de la actual Argelia o Túnez, o a Oriente. Después de la toma de Granada por los cristianos, un contingente de andalusíes de Rabat pasaría en 1496/902 a Túnez, como nos cuenta siglo y medio después otro andalusí de Túnez.
     Comerciantes y marinos andalusíes de Salé pasan por Túnez, seguramente por negocios como el capitán Musul o Musur Raís, en 1623, y el también capitán saletino Ibrahim Raís, en 1636. Otros se instalarían en otros territorios musulmanes por razones diversas, como Al-Háyari Bejarano, que salió de Marruecos con misiones diplomáticas en Oriente y Occidente y acabó su vida probablemente en Túnez. Otro diplomático de origen y etnia andalusí, citado por Voltaire, el famoso almirante saletino Abd-Al-Qádir Pérez, en el siglo XVIII, morirá en condiciones no muy claras en Londres, después de 1738.
     Ya a los pocos años de la expulsión, otro personaje de Salé se había instalado en Túnez, donde formaría una familia andalusí muy influyente hasta hoy en día: los Ibn-Achour. No hay que olvidar tampoco a dos clases tradicionales de emigrantes que saldrían de Marruecos para no volver más: los numerosos peregrinos a La Meca, que se instalan en Oriente o mueren en el viaje, y los cautivos de los cristianos, que mueren esclavos o en galeras durante su cautividad.

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